Sorprende la cantidad de perspectivas de análisis en las discusiones y posiciones sobre la actual crisis venezolana. Existen interpretaciones/posiciones sobre este trance enmarcadas en la objetividad requerida a todo análisis serio, otras en el complotismo a través del cual algunos explican las posiciones y acciones de sectores políticos internos y sobre todo externos, que de alguna manera inciden en la realidad de ese país, sin que falte el maniqueísmo, usualmente definido como una tendencia a reducir realidad al eterno conflicto entre el bien y el mal. Pero lo más notorio son las coincidencias de sectores de matrices ideológicas contrapuestas pero que, basados en un curioso antinorteamericanismo satanizan a figuras políticas decididamente progresistas

En todo conflicto político, sobre todo en esta región, EEUU busca que este se resuelva en el sentido de sus intereses, pero la realidad de Venezuela no sólo expresa ese interés, más que nada expresa los intereses de una diversidad de grupos políticos y sociales en conflicto, algunos con posiciones que no comparte esa potencia. No es una simple lucha entre los buenos y los malos. Allí, lo concreto es la lucha entre un régimen que ha perdido su legitimidad y una diversidad de actores y sujetos políticos, entre otros, corrientes del chavismo opuestas a la deriva autoritaria del madurismo, socialdemócratas, comunistas, social cristianos, conservadores y ultraliberales/reaccionarios.

A ese universo los seguidores del madurismo dentro y fuera de Venezuela le ponen un sello: fascistas, los malos. Por eso, también etiquetan de llama fascista e injerencista a aquellos que dentro y fuera de ese país cuestionan el comportamiento del gobierno antes, durante y después del proceso electoral y que objetan la manera en que Maduro se ha proclamado ganador de las elecciones violando las más elementales reglas normativas de los procesos electorales. El madurismo argumenta que todo estado tiene el derecho a darse sus propias sus leyes. Es inobjetable. Pero no necesariamente eso quiere decir que estas sean justas ni que una parte del pueblo no tenga derecho a rechazarlas.

Aquí, por ejemplo, tenemos un sistema electoral en el que prima la iniquidad y la inequidad. Tenemos una sentencia contra el migrante, la 168-13 que por su perversidad, en su contra se han manifestado un amplio sector de la comunidad internacional. Ese repudio los sectores más retardatarios del país califican de “injerencista”. Es la misma actitud de nuestros maduristas, los de allá, y de todo el mundo ante la exigencia de que, acorde a un principio electoral universal, sólo con las actas debidamente contadas y legalmente validadas puede declararse un ganador. Los de aquí saludaron la condena de varios países al intento de Balaguer de desconocer los resultados de las elecciones presidenciales de 1978. Entonces no había “injerencismo”.

Dirán, “no es lo mismo, aquí gobernaba la derecha, allá gobierna la izquierda”. Un sinsentido. Por otro lado, uro de los tantos e insostenibles argumentos, es que una posición contra el comportamiento del madurismo es que al hacerlo se “coincide con el imperio”. Eso me recuerda aquella reunión del comité ejecutivo del Partido Comunista Dominicano, PCD, para discutir la intervención de la ex URSS a Afganistán. En su discurrir, un alto dirigente enrostró a quienes condenábamos esa intervención que con nuestra posición coincidíamos con los EEUU. Dije sí, como coincidía el partido (y él también) con ellos cuando condenó la invasión a Checoeslovaquia en 1968.

En ese tenor, es notorio el consistente antinorteamericanismo de importantes segmentos de la internacional ultranacionalistas, de neonazi/fascistas, negacionistas, negadores de derechos reproductivos de la mujer, de los inmigrantes. Es frecuente que grupos y/o singulares individuos vinculante a esa corriente ideológica se expresen en diversos chats (incluso de profesores universitarios) y redes sociales a favor del madurismo condenanando el “injerencismo imperialista”. En esta y otras coyunturas o acontecimientos es notoria la colusión entre grupos de extrema derecha con segmentos que se reclaman de izquierda. Es el caso de la coincidencia en el apoyo a Putin, del cual son conocidas sus posiciones y acciones favorables a Trump.

La crisis post electoral de Venezuela se enrumba hacia un laberinto sin salida, los países de la región de gobierno progresista entendieron que, si antes de los comicios no se lograba un pacto entre las partes en pugna, no sólo no habría solución, sino que la crisis empeoraría. Eso lo confirma la represión indiscriminada contrala oposición, y la brumosa posibilidad de encontrar una salida a la crisis.  Como también la profundización del fracaso de una experiencia de cambio inicialmente de izquierda que termina buscando el peligroso sostén de un gobierno religioso, Irán, uno sostenido por una mafia oligárquica/militar, Rusia y otro que cometió el oprobio de invadir militarmente a Vietnam poco después de este haber derrotado el imperio norteamericano EEUU, China. Autoritarios todos.

Maduristas de distintas procedencias, coincidiendo, aplauden ese apoyo “no injerencista” y satanizan los presidentes de los gobiernos progresistas que pugnan por una salida negociada. Por consiguiente, todo apunta hacia un madurismo cada vez más ilegitimo, sostenido por la bayoneta y por regímenes antidemocráticos, mientras que el país seguirá su proceso de disolución económico social y las perspectivas de surgimiento de nuevos gobiernos progresistas en la región cada vez más reducidas…