“Te traigo el regalo de estas cuatro palabras: Yo creo en ti”. (Blaise Pascal).
Hoy es 23 de diciembre. Un calendario especial para un plus para celebrar. Celebramos mañana la cena navideña. Tiempo esplendoroso, para compartir. Es una tradición, al tiempo que una costumbre. Una construcción social-cultural.
Una vez le pregunté a una amiga, ¿qué es la felicidad? Lacónicamente me dijo: Cualquier cosa. Quedé anonadado con la respuesta. Reflexionando ausculté que la contestación provenía de una experiencia vital. Entendí que el signo inevitable de la vida misma, en cada uno de sus ciclos, es la felicidad.
Me empoderaría de asumir la felicidad con un estilo de vida, de un estar bien, solo por estar vivo. Construiría el espacio de mi control para hacer posible de que las externalidades no fueron la fuente de creación posible, ni de la búsqueda eterna de que tengo que… una manera de prolongar permanentemente la quejumbre, de enfocarse en lo que no tiene, en solo la diferencia. ¡Cuando tenga …. Cuando logre….. y no hay satisfacción por nada ni por nadie!
Comprendí hace mucho que los seres humanos somos los animales más dependientes y que atravesamos desde la dependencia, caminando por la independencia, hasta llegar a la interdependencia. Lo individual me hace ser, la interdependencia nos poda en lo social-espiritual.
Aprendí a internalizar los siete pecados capitales (la ira, la gula, la lujuria, la codicia, la envidia, la pereza y la soberbia). Mientras más los domeñamos, más humanos nos acrecentamos. Más en pensar en los demás, a comprender que hay factores que escapan a uno, empero, que el sentido medular de la existencia humana, opera en la necesidad de hacer mejor el entorno que nos toca vivir, interactuar. Es la multiplicidad de interactuaciones que nos bosqueja en el ala humana de la estelaridad con los otros.
Desde muy joven me di cuenta que la trascendencia del ser humano solo tiene lugar cuando proyectas tu vida en los demás. La sensibilidad social, la conexión con otros, de manera verdadera, horizontalizada, nos permea en el más allá que no existe. Es el engaño del ser humano para no admitir su finitud aquí en la tierra. Nadie humano regresa. La atemporalidad solo cobra cuerpo en la solidaridad con la vida social. Es no creerse más ni mejor.
Entendí que los conflictos son consustanciales a la naturaleza humana. Las motivaciones, los intereses: dinero, poder, amor, gravitan, sin embargo, me agrada ser parte siempre de la solución y no del problema. La ética me hizo firme, cuasi valiente. No admito la aporofobia, la desigualdad, la discriminación, la marginación visceral que nos acogota, en un país pequeño con una estratificación social pasmosa, con una movilidad social frágil, donde un 64-65% de la población es pobre y vulnerable.
Me prolongo como ente individual en un mapa para empujar en más y mejor democracia, en más decencia en la vida pública, en más responsabilidad a la hora de emitir juicios de valor y evaluaciones, sin tener informaciones verídicas. Información, para acercarse y afirmarse en la realidad, que es la búsqueda de la verdad. Como nos dice Edgar Morin en su libro Despertemos “la crisis de la democracia que se está produciendo en todo el mundo, no es solo la crisis del Estado hiperburocratizado y parasitado por los lobbies, no es solo la crisis de una sociedad dominada por el poder omnipresente del afán de lucro, no es solo una crisis de civilización, no es solo una crisis del humanismo, también es una crisis más radical y más oculta: Una crisis del pensamiento”.
En esa audacia de la felicidad construida hay que elevar como valor sempiterno, la disciplina, la integridad, la gratitud, el respeto, la empatía, la perseverancia, la adaptabilidad, el necesario equilibrio, en medio del desequilibrio, auspiciar siempre la sencillez en medio, claro está, de la necesaria renovación permanente. Como nos dice una de las diez personas vivas más influyentes del mundo, el filósofo coreano Byung-Chul Han, en su libro La sociedad Paliativa, “Hoy impera en todas partes una algofobia, o, fobia al dolor”. Tenemos que asumir la obligación de ser feliz.
Por eso, hoy, en el preludio del 24 de diciembre, te deseamos felicidades, como génesis nodal para la construcción de ser feliz, comprendiendo que mientras más te das a un proyecto colectivo, en un coadyuvar a ser mejores, más tu cuerpo, aun en medio del dolor de la muerte, este ya en tierra, se va sobredimensionado, se solivianta, para reflotar en el aire, por su impronta eterna en el imaginario de sus congéneres, de cómo le tocaste el corazón.
En estas navidades debemos de asumir la disrupción entre el hoy y mañana, la creación de un nuevo paradigma, para potencializar lo mejor que tenemos en cada uno de nosotros. Como diría Goethe “Trata a las personas como son, y seguirán como son. Trata a las personas como pueden y deberían ser, y llegarían a ser como pueden y deberían ser”. Corolario de la revolución de las relaciones para ser mejores personas.
¡Felicidades con el alma, de todo corazón!