Después del debate del 27 de junio entre Joe Biden y Donald Trump, cuando Biden apareció totalmente incoherente, las encuestas comenzaron a mostrar un Trump ventajoso camino a la victoria electoral el próximo 5 de noviembre. A eso se agregó el atentado el 13 de julio, donde Trump apareció como un mártir guerrero y la Convención del Partido Republicano que lo coronó candidato presidencial.
Trump se mostró tan invencible que escogió un candidato vicepresidencial joven y muy conservador, que no agregaba votantes a los que Trump ya tenía. Parecía más bien la preparación de un aprendiz junto al maestro para el traspaso de la antorcha del conservadurismo populista en el 2028.
La dirigencia demócrata entendió la magnitud de la adversidad y, con la ayuda de grandes donantes y medios de comunicación afines, presionaron hasta lograr la salida de Biden de la contienda. Para el Partido Demócrata no solo estaba en juego la Presidencia, también las candidaturas al Congreso que se verían afectadas por una baja votación demócrata.
El 21 de julio Biden anunció que renunciaba a la candidatura, y un rato después que apoyaba la candidatura presidencial de su vicepresidenta Kamala Harris. Sin duda se sacrificó, pero dejó en su lugar la persona de su elección.
Que conste, no había consenso en el Partido Demócrata de si escoger inmediatamente a Harris sin competencia, o realizar unas mini primarias para elegir el candidato/a presidencial en la Convención del Partido Demócrata que se iniciaba el 19 de agosto.
Biden marcó el compás. No solo era Harris su preferida para validarse, sino que tampoco había tiempo para realizar mini primarias ante un fortalecido Trump. El Partido Demócrata cerró fila rápidamente.
Ante estos eventos, la tarea inmediata de Harris era nivelar la carga que se había desnivelado después del debate Biden-Trump. Por ejemplo, en la encuesta del New York Times realizada después de ese debate, las preferencias electorales estaban en su peor momento para los demócratas: Trump 49% y Biden 43%.
En cuestión de días, sin embargo, Harris logró colocar las preferencias en la encuesta del mes de julio en 48% Trump y 47% ella, o sea, 4 puntos porcentuales más que Biden. Y también mejoró la posición demócrata en los principales estados de contienda que decidirán las elecciones: Michigan, Wisconsin, Pennsylvania, Georgia, Nevada y Arizona.
Harris niveló la contienda atrayendo la mayor parte de la base electoral demócrata (mujeres, afroamericanos, jóvenes y latinos). Esa ha sido su principal hazaña a la fecha y ahora tiene el reto de avanzar para colocarse en la delantera.
Esta segunda tarea es más difícil porque el electorado está muy polarizado y no quedan muchos ganables.
Por tanto, Harris tiene que buscar apoyo en los márgenes: entre demócratas que aún están desmotivados para votar o apoyan a Trump, votantes independientes aún indecisos, y republicanos anti-Trump para que acudan a votar.
Es una pesca difícil que implica un trabajo micro electoral para motivar pequeños grupos de votantes, mientras se mantiene en alto el entusiasmo entre los electores ya ganados.
Falta menos de dos meses para saber el resultado.