El 30 de mayo de 1961, cuando ocurre la muerte del dictador Rafael L. Trujillo, encuentra a Juan Bosch en Costa Rica. Había salido de República Dominicana casi 24 años atrás, y había fundado en La Habana, junto a Angel Miolán y Juan Isidro Jiménez Grullón, el Partido Revolucionario Dominicano, en cuyo nombre y representación había llevado un intenso trajinar de país en país aunando esfuerzos contra la dictadura de Trujillo.
El profesor, avezado analista, observa que la muerte del Jefe cambia por completo el escenario. El trujillismo sin Trujillo era letra muerta. Ni Ramfis ni Negro ni Balaguer podían calzar sus botas. En Costa Rica, el PRD decide que había llegado la hora de volver a la República Dominicana para participar en el proceso democrático que indefectiblemente habría de venir.
No faltó quienes vieran esa decisión con escepticismo, en virtud de que el poder militar lo tenía Ramfis que no le interesaba el proceso democrático, sino la venganza de la muerte de su padre. Pero ese enfoque ignoraba que las presiones ejercidas por la OEA y Estados Unidos obligaban al presidente Balaguer y a Ramfis a cambiar de rumbo.
La política norteamericana estaba clara: reconocer y apoyar al doctor Balaguer y levantar las sanciones económicas de la OEA implicarían el tránsito a la democracia. Eso lo sabía Bosch, razón por la cual, independientemente de esas suspicacias, el PRD decide no perder un minuto en llegar a la República y participar en la lucha política del pueblo dominicano.
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Cumpliendo con lo acordado, Angel Miolán, Ramón Castillo y Nicolás Silfa, como primera avanzada del PRD y acompañados de periodistas de El Mundo, de San Juan, y de la revista Times de Nueva York, abordaron el avión cuatrimotor de Panam que los condujo, tras un largo exilio, a la patria. Alrededor de las 10 a.m. pisaron tierras dominicanas, y en el aeropuerto los esperaba, en representación del presidente Balaguer, el historiador Emilio Rodríguez Demorizi, que era Secretario de Estado de Educación. No confrontaron problemas en llegar al Hotel Comercial, de la zona colonial, donde se hospedaron. En pocos minutos una muchedumbre abarrotó el hotel para saludar y conocer a esos luchadores antitrujillistas.
El profesor Juan Bosch había enviado con ellos un mensaje grabado y ese mismo día fue transmitido varias veces por La Voz Dominicana, convirtiéndose éste en su primer mensaje después del exilio. Aquel mensaje decía: “Los compañeros Miolán, Silfa y Castillo han dedicado su vida a la tarea de crear para el pueblo de Quisqueya un orden de libertades públicas que permita a cada ciudadano vivir satisfecho de sí mismo y que sitúe al país a una altura digna, dentro del sistema de la democracia americana. Ellos no salieron para la República Dominicana para solicitar cargos ni favores, sino como representantes autorizados de un partido que no lucha para beneficio de sus líderes, sino para el bien de todo nuestro Pueblo. Pido para ellos el respeto de sus adversarios, la amistad de los que han soñado alguna vez con la democracia dominicana y la fe de los que desean verla establecida en nuestro país. En prenda de la honradez y el patriotismo de Ángel Miolán, Nicolás Silfa y Ramón Castillo, empeño el nombre que he ganado en América con mi pluma y el prestigio que ha conquistado el Partido Revolucionario Dominicano en 22 años de lucha por la libertad”.
Esa comisión instaló la Casa Nacional perredeísta en la calle El Conde frente al parque Colón, y el 16 de julio celebraron allí el primer mitin del PRD en el país. Miles de dominicanos abarrotaron el local y sus alrededores. Ese mitin marca el inicio de la movilización popular en la República Dominicana.
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Mientras tanto en Costa Rica Bosch cumplía con su papel de gestionar recursos económicos para la comisión y de usar su prestigiosa pluma en defensa de la causa dominicana. Pero era hora ya de volver a la patria y de poner fin a un largo exilio de 24 años. El 21 de octubre, a las cuatro de la tarde, arribó al país. Lo esperaban en el Aeropuerto Punta Caucedo, hoy José Francisco Peña Gómez, perredeístas de todo el país.
“Aquí estamos dominicanos”, fueron sus palabras al descender del avión. Del aeropuerto fue llevado a la Casa Nacional y allí una gran muchedumbre lo esperaba. Habían oído hablar de él, pero no lo conocían. Ese día su figura, alta y encanecida prematuramente, sería conocida por los dominicanos, y asumida por siempre como un símbolo de esperanza. Allí pronunció un discurso, su primero en el país después del exilio, en el cual trazó la que sería una política contraria a la violencia, al odio y al miedo. Estas fueron parte de sus memorables palabras:
“…Estamos a tiempo todavía…de emprender una cruzada de corazón limpio y brazo fuerte para matar el miedo en este país, para que termine el miedo en este país, para que termine el miedo del pueblo al gobierno y a los soldados, para que termine el miedo de los soldados y del gobierno al pueblo, para que termine el miedo de los opresores a la libertad, y para que termine el miedo de los luchadores de la libertad a sus opresores…Yo pido al pueblo dominicano, a la juventud dominicana, a los hombres y a las mujeres maduros de este país, a los funcionarios públicos, a los que llevan uniformes y a los que no lo llevan, a todos, que pensemos en nuestro pueblo, un pueblo sufrido durante más de cuatrocientos años; un pueblo cuyo sufrimiento últimamente se exaltó a términos increíbles, inexpresables…
Pido a todos que meditemos un momento en que esta tierra es de los dominicanos, no de un grupo de dominicanos, que su riqueza es para los dominicanos, no para un grupo de dominicanos, que su destino es el de la libertad, no el de la esclavitud, que su función es unirse a América en un camino abierto y franco hacia el disfrute de todo lo que significa para los pueblos la libertad pública y la justicia social. Yo pido por fin, por último, a mi pueblo y a los funcionarios gubernamentales y a los funcionarios militares de todas las categorías, que como consecuencia de esta meditación nos dispongamos todos a matar el miedo…
Parodiando a Martí, a José Martí padre de América y gloria de Cuba, quiero decir aquí que los dominicanos no podemos vivir como la hiena en la jaula, dándole vueltas al odio.
He dicho”.