País mío no existes
sólo eres una mala silueta mía
una palabra que le creí al enemigo.
El Gran Despecho. Roque Dalton
Todo proyecto político utiliza la palabra como recurso. Construye un imaginario que le vende a la ciudadanía. Con la llegada del presidente Fernández a la presidencia de la República, se cerró el círculo de la retórica con sello personal en la política dominicana. La oratoria con su carga de cosmovisión, ideología y propuesta política que diferenciaba a Bosch, Balaguer y Peña Gómez ha dado paso a un idioma tecnocrático que balbucean sin distingo los últimos 4 presidentes.
La puesta en escena de una gestión estatal transformadora en el siglo XXI también exige una nueva gramática del poder. Un estadista requiere ser el cronista de sus ejecutorias, pero de igual manera, el vocero de un proyecto de nación que se construye desde lo público. Una alocución como ejercicio de rendimiento de cuentas demanda una sintaxis en la cual se articulen las acciones del período de gobierno con las grandes metas nacionales. Debe ser un balance entre la proyección del liderazgo presidencial, con el reconocimiento de los logros del pueblo, sus avances y desafíos.
Los monólogos presidenciales de cada 27 de febrero, ya tradicionales en el país, son lo opuesto. Han sido ejercicios que siguen una lógica común de exaltar un modelo económico excluyente que se utiliza como pedestal para el personalismo. Piezas de oratoria que recogen una ristra de realizaciones que terminan posicionándose como ciertas, fruto de un indignante derroche de publicidad cubierta con fondos gubernamentales. El resultado no puede ser más descarado: mientras son presidentes trepan a las posiciones de mayor valoración mediática y tan pronto salen (lejos del control del presupuesto para el despilfarro publicitario) pierden todo su encanto y se degradan políticamente.
Darle color a las ideas, imprimirle ritmo caribeño al mensaje.
Un estadista que encabece un proyecto democrático y emancipador comienza su intervención reconociendo (y agradeciendo) al pueblo por sus esfuerzos. A la clase obrera y trabajadora que con sus manos crean riquezas, a las mujeres y a los hombres que desde las unidades domésticas producen los servicios del hogar indispensables para sostener las familias dominicanas. Debe rendir tributo a los agricultores y campesinos que garantizan la producción de más del 80% de los alimentos que consumimos. A los trabajadores que prestan los servicios tanto del sector público como del privado. Agradecer, por igual, a los y las profesionales, a ejecutivos y ejecutivas de las empresas que organizando los recursos tecnológicos, la fuerza de trabajo y el capital, generan valor agregado a la economía. El punto de partida ha de ser siempre la colectividad a cuyo mérito se debe en grandes proporciones lo que se avance en una nación.
De igual manera, una presentación de memorias requiere estar enmarcada en las grandes metas nacionales. Dar cuentas de forma aislada del rosario de ejecutorias de los meses anteriores es una retórica hueca que no produce una idea colectiva de proyecto de nación. No vale decir cuántas aulas construidas, si no que porciento estamos logrando, cuanto significa este número en la meta nacional, cómo impacta el presupuesto ejecutado en la calidad de los estudiantes, cuanto nos acercamos al plan que tenemos. La idea es instalar en el imaginario colectivo que el accionar del Poder Ejecutivo se inscribe en un proceso histórico de largo plazo y es parte del devenir de un Estado pensado en el bienestar de la ciudadanía.
Una transformación en la gestión púbica supone alterar la prioridad de los insufribles indicadores de éxito económico que ocultan desigualdades y desequilibrios. Bajo una gesta política, encabezada por un líder de la izquierda democrática, empezaremos a encontrar en las alocuciones del jefe del Estado los reportes sobre la Felicidad Nacional Bruta, el uso de los Indicadores de Progreso Genuino, la huella ecológica, la huella hídrica, los avances en equidad social y de género.
A diferencias del juego fantasmagórico en que se presenta la realidad como antesala del paraíso, gracias a la gestión mágica de un presidente sin el cual estuviéramos hundidos, se sabrá pasar balance a los errores. Con transparencia y humildad se reconocerán las debilidades y desafíos sobre los cuales la nación en su conjunto focalizará sus energías en superar los atrasos detectados. Con los mareos a la ciudadanía solo se fortalece el cinismo popular y se agiganta la brecha entre el sentir de la población y el espejismo gubernamental.
Un instrumento infaltable en la reconstrucción de un discurso que desate la imaginación, el entusiasmo y las energías demandará, finalmente, dejar atrás ese palabrerío seco, sin figuras literarias, insípido, incoloro. Ese hablar gris hecho de agua oxigenada. Necesitamos la epopeya, un canto épico con el cual se logre movilizar el tejido social de la República Dominicana. Darle color a las ideas, imprimirle ritmo caribeño al mensaje. Incorporar por resolución ejecutiva como estandarte de nuestra democracia, la osadía de gobernar con la poesía.