Señoras y Señores
El amigo y respetado colega Juan Lladó me ha conferido el privilegio de presentar su libro “Retos del Sector Turístico Dominicano”, Tomo II, y para mí es un grato placer hacerlo.
A Juan Lladó lo conocí justamente al iniciarse el decenio de 1980. Eran los tiempos del gobierno un tanto tecnocrático de Don Antonio Guzmán, él era viceministro de Turismo y yo era funcionario medio de la ONAPLAN.
Estábamos en los albores de una época en que se nos advertía a los países azucareros que tendríamos que ir pensando en cómo íbamos a cambiar nuestro patrón de exportaciones, porque con el tiempo esa industria iría perdiendo trascendencia en la economía mundial y dejando de ser motor dinámico de ningún país.
Eran también los tiempos en que se nos decía que el crecimiento económico no es desarrollo; que se necesita cambio estructural, y que también se nos advertía sobre los riesgos del monocultivo y la monoexportación y se insistía en la necesidad de diversificar las fuentes de generación de divisas. Sin embargo, en pocos países se planteaba esto como una necesidad muy apremiante como para la República Dominicana, dado el hecho de que su producto principal entraba en decadencia.
Nos asustaba el reto. Decirles a economistas que recién se iniciaban en su vida profesional, funcionarios públicos por demás, que el país tendría que cambiar su espina dorsal, era algo así como decirle a un médico recién graduado que debe verse involucrado en un trasplante de médula. Y pocos se atrevieron a pronosticar que esa sustitución tuviera lugar de manera tan rápida y tan exitosa.
Bueno, pues el desarrollo del turismo como nueva espina dorsal de la economía dominicana ha sido el más espectacular cambio estructural que hemos presenciado, Juan como actor clave, empeñado en cuidar que el rumbo fluyera siempre por el sendero correcto, yo como espectador privilegiado y a veces como atrevido analista.
Ningún país de América Latina fue tan exitoso en cambiar su patrón de generación de divisas como lo fue la República Dominicana. Lo que el país es hoy sería radicalmente distinto sin el turismo. Con toda seguridad, un país mucho más atrasado en el contexto latinoamericano y mundial.
Probablemente el aporte más habitualmente reconocido del turismo es el aporte de divisas, pero es posible que ese no sea el más relevante, sino su efecto de arrastre hacia los demás sectores, por los vínculos intersectoriales. Con toda seguridad, el turismo ha de ser el sector más integrado horizontal y verticalmente al resto de la economía nacional, el que irradia mayor influencia y el que más distribuye ingresos hacia el resto del aparato productivo, e induce desarrollo de nuevas actividades. Por tanto, cuando hablamos de turismo estamos hablando de toda la economía nacional.
Durante esta época que nos ha tocado vivir, hemos asistido al nacimiento, expansión, muerte y resurrección del polo de Puerto Plata, lugar de nacimiento de la industria, y también del espectacular crecimiento de Punta Cana, y el surgimiento de otros polos. Hemos sido testigos de todos los cambios ocurridos en la economía mundial, sus auges y sus tropiezos.
Hemos visto crisis, pero el turismo ha resultado más estable que el antiguo modelo primario exportador, pues los precios eran muy vulnerables a las veleidades del mercado mundial.
La mayor de todas las crisis, es la que ahora estamos superando. Durante el 2019 el sector se vio muy afectado por una mala imagen que se divulgó del país, influenciada por algunos eventos de inseguridad ciudadana y problemas de salubridad.
Al mismo tiempo, se nos advertía del impacto que podría tener para la economía británica y europea en general la eventualidad del BREXIT, y sus implicaciones para nuestro país.
Pero si bien esto ocurrió, sus efectos se diluyeron en el contexto de un estremecimiento mayor por un verdadero terremoto para los viajes y para toda la vida humana, como fue la pandemia del COVID-19 y, como si ello fuera poco, la posterior guerra en Europa.
En el 2020, la revista británica The Economist reunió un panel de 50 expertos en futurología, para predecir cómo sería la vida a partir del 2021, cuando pudiéramos volver a salir. Algo parecido llevó a cabo la Universidad de Boston de EUA, consultando en este caso a 99 especialistas de diversas áreas.
Se entendía que la pandemia fue un hecho tan drástico en la vida de todos los seres humanos del planeta que resultaba fácil suponer que, después de ella, el mundo ya no sería igual. Y que tendríamos que acostumbrarnos a este modo de vida caracterizado por la distancia social, la prudencia y la ausencia de grandes fiestas.
Respecto al turismo, nos pintaban un panorama muy desalentador, al pronosticar que desaparecería por lo menos la mitad de los viajes y hoteles de trabajo, que nunca regresarían los congresos o reuniones por trabajo como eran, que el turismo de trabajo desaparecería.
Para el turismo masivo, como el dominicano, el futuro sería poco halagador, pues la gente querría evitar lo presencial, fundamentalmente en grandes contingentes, y que iba a apreciar más que nunca visitar lo natural, pero con soluciones altamente tecnológicas. Pesaba mucho el temor que infundían los aviones, los aeropuertos, los cruceros, los hoteles, restaurantes y los espectáculos como espacios propicios al contagio.
Vistas las cosas en retrospectiva, sus conclusiones no pudieron estar más equivocadas. Menos mal que los empresarios del sector no les hicieron mucho caso a aquellos presagios, y siguieron sus emprendimientos de inversión bajo la premisa de que esto pronto pasaría.
Y muy especialmente el nuevo gobierno que se inauguró, que puso todo su empeño y gran parte de sus recursos en la rápida recuperación del sector, tanto que prontamente fue reconocido a nivel internacional, al otorgar al país la OMT el galardón por liderar la recuperación turística mundial.
Y efectivamente el turismo inició un increíble proceso de resurrección, llegando muy posiblemente en este mismo año a recuperar, a superar incluso, la cantidad de visitantes extranjeros por vía aérea que tuvimos en el 2018, que hasta ahora ha sido el mejor año.
Mucho del crecimiento reciente se relaciona también con el fenómeno llamado “turismo de venganza”, en que el individuo, harto de las restricciones, de la reclusión impuesta a la fuerza, decide viajar como reafirmación de su espíritu de libertad y necesidad de distracción.
Ciertamente, muchos economistas estábamos pesimistas sobre el sector, pero no Juan Lladó. Es cierto que en sus artículos no mostraba el optimismo ilusorio que reflejaban ciertas autoridades, que intentaban minimizar el problema. Pero siempre confió en la vuelta a la normalidad.
Juan Lladó es, lo que podríamos llamar un intelectual de lo más polifacético. Titulado en las universidades de Brandeis y de Harvard, Estados Unidos, su formación profesional es originalmente en la psicología, las ciencias políticas, la educación y la economía.
Fuera de aquella experiencia en el Ministerio de Turismo, primero como asesor y después viceministro, no le recuerdo posteriores cargos públicos. Aun así, su experiencia de trabajo ha sido diversa, incluyendo misiones de organismos multilaterales y gerencia de proyectos internacionales, aunque se desempeña actualmente como consultor económico y articulista.
Su principal hobby es la investigación y las tertulias vespertinas en el Centro Histórico de Santo Domingo. Es un libre pensador, siempre pendiente de la suerte del país, ha abrazado últimamente la causa democrática de la alternancia en el poder como condición esencial.
En el libro que ponemos hoy a circular, se incluyen los artículos sobre el tema turístico de los últimos once años. En la rápida lectura que debimos darle, no atino a contar la cantidad que son; pero con seguridad más de 200.
Hay que ser muy tenaz para publicar más de doscientos artículos, amplios y enjundiosos, sobre un solo tema. Para escribirlos sobre todas las aristas del sector, sobre las potencialidades, pero también las limitaciones y los riesgos, así como de los probables efectos de cualquier decisión, pública o privada, sin dar espacio a la complacencia de grupos políticos o económicos, hay que tener mucha independencia de criterio.
Hacerlo a sabiendas de que eso te va a restar o alejar potenciales clientes en tu trabajo de consultoría, requiere tener mucho temple. Y cuando sabemos que a la par con eso, se han publicado otros tantos artículos sobre la economía y las políticas públicas, la educación, el medio ambiente, el entorno y el ordenamiento urbano, la cultura, y la política nacional desde la óptica no partidaria; que junto a ello se han hecho investigaciones, publicado ensayos y hasta novelas, entonces hay que ser un trabajador incansable y, sobre todo, tener vocación de trabajo gratis. En resumen, hay que ser un soñador.
En el libro que a partir de hoy ustedes van a poder leer, se encuentran todos los elementos que busca cualquier persona que pueda tener interés en conocer el pasado, el presente y el futuro del turismo dominicano. De interés para empresarios, intelectuales, investigadores y estudiantes interesados en el tema turismo.
En sus páginas se encontrarán artículos en que se llama la atención sobre la anormalidad de que el Estado todavía mantenga la propiedad y maneje irregularmente los antiguos hoteles de Trujillo, y lo útil que los mismos podrían ser para el desarrollo del turismo interno; se denuncian los maleados arrendamientos de los mismos para beneficiar a políticos y acólitos del poder, la terrible práctica de que los otorgue ventajosamente en administración a empresarios y aventureros. Al igual que en muchas otras propiedades públicas, propugna puramente por su privatización.
Ha sido reiterativo en el mal gasto de recursos usados en promoción en el exterior en momentos en que no es necesario o en que, sencillamente, tal propaganda resulta improductiva, o cuando el Estado hace cosas que bien correspondería hacer al sector privado.
También manifiesta su inquietud por el optimismo excesivo, del cansado discurso expresado en la jactancia sobre nuestros atributos sin contar que hay otros países ofreciendo lo mismo, o que hay cosas que ya no son importantes o no son las que busca el viajero. Se refiere a que la mejor promoción de un producto es aquella que lo diferencia de los demás, de lo que se puede vender o no como “marca país”, ícono que nos haga reconocible en cualquier latitud del mundo, como el tango a Argentina o el vodka a Rusia.
En varias entregas se ha referido a ello, entrando en detalles sobre los pro y los contra de los atributos de sol y playa, de la ancestral hospitalidad del dominicano, de la pelota o las “Reinas del Caribe”, de nuestra herencia histórica y cultural, la arquitectura, la cocina y la música, de la calidad de la mano de obra y del merengue, para concluir en el concepto de “país de la bachata”.
Siempre me llamó la atención que descarta el merengue para inclinarse por la bachata, a pesar de ser el primero es el ritmo que históricamente nos mueve, por poner en dudas nuestra paternidad del mismo. En cada uno de esos conceptos refleja un conocimiento y una cultura que ya muchos quisiéramos tener.
Nuestro autor es un empedernido defensor en materia de conservación ambiental, muy particularmente preocupado por los efectos de la infraestructura o la explotación de las playas sobre los arrecifes de coral, los problemas asociados a la frecuente y creciente invasión del sargazo, la preservación de la foresta y los ríos, y la necesidad vital de los ecosistemas, no solo por el turismo, sino por toda la vida nacional, que brindan protección frente a los fenómenos atmosféricos, evitan la erosión de las playas, y sirven de criadero y refugio para especies.
Todo ello sin sucumbir al fundamentalismo que ve en toda actividad humana un atentado contra el medio ambiente. Y es verdad que no hay posibilidad de impedir que cualquier actividad productiva tenga algún efecto sobre la naturaleza. Por eso es esencial que se apliquen rigorosamente las reglas y que haya la debida conciencia sobre la necesidad imperiosa que tenemos de preservar el ambiente natural.
Dentro de los aspectos de mayor actualidad, se refiere a nuestra cercanía con Haití y sus implicaciones para el turismo. Sin sumarse a la fiesta de la xenofobia y el racismo, advierte sobre los efectos de las condiciones sanitarias (por ej. la no vacunación contra el COVID), o de contagios por otras enfermedades como el paludismo o el cólera, el riesgo de que las bandas armadas puedan en algún momento afectar el ambiente de paz y respeto que vendemos, y de la dependencia hotelera de mano de obra inmigrante de Haití.
También de las oportunidades de un turismo mancomunado, si se enfrentan dichos problemas. Manifiesta que tal abordaje crearía más eslabonamientos con la economía local; aunque torna más complejo el manejo exitoso del sector.
En su siempre cauteloso optimismo, en los tiempos recientes Juan Lladó ha tenido que dedicar múltiples entregas el impacto de la pandemia, y entre un mar de obstáculos encuentra que, si ha traído algún beneficio para el turismo, es el de facilitar los eventos de comercialización de los productos turísticos mediante las tecnologías de la información y comunicación.
Destaca, a pesar de las dudas y reticencias del sector hotelero por verlo como una competencia desleal, el avance que supone en materia de alojamiento la penetración de las plataformas de alquiler para inmuebles nacionales, como una oferta adicional netamente nacional frente a las cadenas hoteleras internacionales, las cuales representan más de un 95% de todas las habitaciones hoteleras de clase mundial.
Claro está, reconoce que el tratamiento fiscal que se otorgue a los hoteles debe ser el mismo que el que se otorgue a las plataformas digitales. A propósito, ha sido enfático en indicarle al país que nuestra industria turística ya no cabe en la categoría de industria naciente, que ya es una actividad madura y que, por tanto, ya es justo que pague sus impuestos, que le devuelva al fisco una parte de lo mucho que modestamente el país ha puesto a su disposición
El Gobierno debe promover los sectores claves atendiendo a sus necesidades fundamentales. En el caso del turismo, se espera que la política pública se concentre en dotar al sector de buena infraestructura y servicios de apoyo. Es fundamental también que las demás políticas públicas tiendan a actuar en beneficio del turismo y no en su desmedro.
Hasta ahora, la realidad ha sido otra. La política ha centrado la atención en mantener el tipo de cambio reprimido, con lo que se ha dado un proceso de apreciación de la moneda nacional, acumulado por muchos años, lo que se traduce en un encarecimiento relativo del producto dominicano con relación al de otros destinos con los cuales competimos. La sobrevaluación ha sido mayor frente a las demás monedas, si se considera que el propio dólar está sobrevaluado.
Nosotros, que hemos sido fervientemente apasionados de la urgente necesidad de un cambio en nuestro contrato social, que en el aspecto fiscal implique reclamarle al Estado el cumplimiento de sus responsabilidades, pero al mismo tiempo poner en sus manos los recursos que ello amerite, sin dejar de ser conscientes de los beneficios que el tratamiento fiscal privilegiado ha implicado para el desarrollo de esta industria, entendemos también que ya está bueno.
Porque por muy importante que resulte al país privilegiar con exenciones un sector, cuando se concede siempre van apareciendo las justificaciones para que el mismo tratamiento le sea otorgado a otro, y a otro, y al otro…, hasta degradar al mínimo la capacidad financiera del Estado, tan necesaria para ejecutar las funciones que necesita el propio turismo, la industria, energía, agricultura y cualquier otro, pero fundamentalmente la población dominicana que merece tener una policía mejor, una justicia mejor, una infraestructura mejor, una salud, una educación, un servicio de agua, saneamiento y una protección social mejor.
Lo dejo hasta aquí, porque no debo contarles todo el contenido, y no podría, aunque me dieran toda la semana para ello.
MUCHAS GRACIAS