Leo Las niñas bien (1987) de Guadalupe Loaeza mientras, en paralelo, leo tantos comentarios en las redes sociales de “niñas bien” dominicanas, sobre el paquete de medidas oficiales para la formalización del trabajo doméstico en la República Dominicana (ver).
El paralelismo entre las actitudes de los personajes de la fantástica novela en mis manos, y las preocupaciones de muchas mujeres dominicanas en situación de privilegio, respecto de las conquistas de remuneración, descanso y servicios de salud de “esas mujeres” llama mi atención.
Confieso que fueron muchas las horas extras cuyo pago me ahorré, porque no eran exigibles por ley cuando contraté niñeras. Solo eso me hace una niña bien privilegiada, pero jamás como las que iban al Baby’O, el antro de moda de Acapulco frecuentado por Luis Miguel en sus años de juventud, como las protagonistas de apellidos y origen europeo de la entretenida, pero no menos crítica novela, sobre los años ochenta mexicanos.
Singularizo ese costo a mi cuenta, porque conocí el escenario de madre divorciada, empleada privada y con hijos, mientras ellos crecían. No obstante, la responsabilidad sobre el cuidado del hogar recae sobre la mujer dominicana en cualquier esquema familiar. Esa es una cuenta asociada a nosotras sin importar el estado civil, porque la construcción social parte de la idea de que somos las encargadas de negociar bien y mantener la correcta ejecución de esa relación contractual.
En la mayoría de los casos, cuando no están, pasamos a cubrir automáticamente sus ausencias, y si “esas mujeres” fallan es culpa nuestra. Por eso las comillas. Simbolizan la victimización con la que hablamos del tema. “Esas mujeres” esto, “esas mujeres” aquello, decimos en interminables y aburridas conversaciones.
¿Quién sería el victimario o causante de tanto pesar? ¿El Estado dominicano? ¿Los hombres? ¿La cultura machista imperante? ¿“Esas mujeres”? o ¿Nosotras mismas?
No nos llamemos a engaño, la implementación de las medidas de horario y remuneración del servicio doméstico desaparecerá de la agenda de todo poder público o privado, porque estos están dominados por hombres con poco interés en esos detalles. Ese problema es de las mujeres, pero no de “esas”, sino de las que las necesitamos.
Algunas hemos prescindido de las modalidades de prestación llamados “con dormida” y “la de los fines de semana”, sin embargo, en muchos hogares son una necesidad. Ahora bien, el solo hecho de que existan esas descripciones de puesto no deja dudas de que, a diferencia de nuestros parientes que emigraron a Estados Unidos o Europa, disfrutamos de ciertos privilegios de clase.
Quizás las Dominican “niñas bien” no somos siquiera progress, cuando decidimos no tener el servicio a tiempo completo; aunque cocinemos y freguemos los sábados y domingos, o hagamos el desayuno y la cena en los días de semana. Nuestra realidad dista mucho de lo que viven la clase media, la clase media baja y “esas mujeres”. Siempre hay tiempo para Netflix o leer novelas. Las últimas solo ven a sus hijos en los fines de semana y llegan a nuestros hogares en el deficiente sistema de transporte público.
Se comprende, naturalmente, que la carga del cuidado de sus envejecientes, pequeños o personas afectadas de alguna enfermedad o condición especial afecta a todas las familias dominicanas sin importar su clase social. No vivimos en una sociedad que facilite esa autonomía de la economía del cuidado, sin incurrir en complejos costos y agotamiento físico y mental.
Tampoco estamos en un país con la infraestructura de transporte adecuada, para que la mujer de clase media y baja que trabaja pueda llegar a su casa a las exactas ocho horas, culminadas la jornada de quien trabaja y duerme en el mismo lugar.
La vida urbana es caótica. También las “niñas bien” quedamos atrapadas en los congestionamientos vehiculares de unas zonas urbanas en las que el derecho a la ciudad parece una quimera. Santo Domingo, donde se concentra la demanda del servicio doméstico, es intransitable casi todo el día.
A eso se suma que en este país no hay oferta de guarderías o residencias dignas para envejecientes. Ese mercado privado no existe justamente porque al buscar a “esas mujeres”, nosotras, las “niñas bien” dominicanas, consumidoras líderes, y, por ende, las que decidimos el precio y condiciones de suministro de su servicio, retrasamos la aparición de esas opciones. Desde ese punto de vista, la formalización debe funcionar como una regulación de incentivo.
El contenido específico de las medidas es mejorable, y amerita profundo estudio. Adelanto mi adhesión a la opinión expresada por Rosario Espinal sobre la contribución a la Seguridad Social en su columna. (El trabajo del hogar: vital y desvalorizado). Los hogares dominicanos son centros de producción vitales para el desarrollo del país. De ese centro de imputación jurídica de derechos y obligaciones, sale lo más importante que tiene nuestra economía de servicios, el talento humano.
En un artículo previo intitulado Los verdaderos héroes | Acento, favorecí la idea de un subsidio en los hogares con miembros discapacitados. El subsidio del lado de la demanda ampliado, para cubrir la seguridad social de los trabajadores del servicio doméstico, como propone la socióloga, me parece que dirige el gasto público, es decir, nuestra contribución impositiva, de manera acertada a nuestras perspectivas de desarrollo integral. Espinal agotó un examen de proporcionalidad.
En el paquete de medidas recién dictado, la contribución fue cargada a la demanda con cero subsidios al hogar usuario del servicio. Esto no solo impacta a la clase media y media alta, esta última, el cosmos nuestro, las “niñas bien” dominicanas, donde abundan quejas exorbitantes. No pongo ejemplos, prefiero recomendar la lectura de Las niñas bien, para que cada una decida si vive o no en una burbuja.
Pero ¡aguas!, diría la graciosa escritora mexicana en señal de alerta. La carga pesada de la Tesorería de la Seguridad Social (TSS) recae sobre todas las familias usuarias del servicio, incluida la de “esas mujeres” que también contratan economía del cuidado, para dejar a sus hijos y cuidar los nuestros, así como a los envejecientes, enfermos y discapacitados en nuestras casas.
Como dijo Chris Rock, al declinar referirse al desafortunado incidente con Will Smith en la pasada entrega de Óscares, citado por el comunicólogo Melvin Peña como la moraleja del incidente:
“De tantas malditas víctimas, ya no sabemos quiénes son las verdaderas víctimas.”
Pienso que las “niñas bien” dominicanas, al borde de un ataque de nervios, podríamos estar perdiendo de vista que la reivindicación de los derechos a condiciones de trabajo dignas para “esas mujeres” nos pone en jaque. No nos queda de otra, debemos emprender una revolución cultural que se nos ha venido encima.
Es una lucha feminista en el sentido hostosiano, esto es, para nuestro provecho, en primer orden, y, en consecuencia, para el de nuestras familias y el país. Si nos involucramos en la aplicabilidad de estas normas, indiscutiblemente necesarias para garantizar derechos fundamentales de “esas mujeres”, los hijos, enfermos, discapacitados, envejecientes de ellas, los nuestros y los de todas familias sin importar a qué clase social pertenezcan, disfrutarán de los beneficios.
Nos dará más tiempo para ser lo que más nos gusta, unas “niñas bien” con sobrada independencia. La lucha es una sola, dos caras de una misma moneda: la oferta y la demanda. Si invertimos nuestro talento y propósito en esa dirección, sería una intervención de vanguardia en favor la mujer y su familia, como lo fue el voto para las sufragistas.
Conozco demasiado “niñas bien” dominicanas que son fenomenales gestoras humanas, verdaderas expertas en reingeniería, derivado de sus actividades gerenciales y de dirección empresarial. Mujeres que no se atortojarían en el diseño de modelos variados de estructura organizacional doméstica. Estas deben sentarse en mesas de trabajo con el Ministerio de Trabajo y con los líderes de sus propias empresas y gremios. Hay que hacerse acompañar de las “niñas bien” amas de casas a tiempo completo, con la empatía y la capacidad necesarias para medir riesgos y oportunidades en el diseño de la jornada diaria.
Ese liderazgo femenino dispuesto a impulsar un cambio perdurable existe entre las “niñas bien” dominicanas porque es situacional, y ha sobrevivido y generado un grado de autonomía en un medio laboral y familiar culturalmente machista. Ha enfrentado ese estatus quo que nace, crece, se desarrolla, pero nunca muere en la subcultura de los círculos femeninos de esta sociedad.
La frase que declara “a los maridos hay atenderlos bien”, glorificada entre mujeres dominicanas desde los tiempos de Buenaventura Baéz hasta los de Luis Abinader, es el naufragio del feminismo dominicano. Por más que lucharon Eugenio María de Hostos, Salomé Ureña de Henríquez y muchas otras feministas después, entre la que se destacó Magaly Pineda, para emanciparnos a través del estudio y la equidad en el hogar, el conservadurismo reina en las madres milenios dominicanas con parecido esplendor al de los días del arzobispo Meriño.
Con independencia de lo anterior, “esas mujeres” tienen derechos.
La actitud de víctima debe deponerse en favor de la movilización estratégica. Esa transformación cultural no es un cambio simple que va a ocurrir de la noche a la mañana. Tomará tiempo, es de prueba y error, amerita observación, mediación y claro está, solución a controversias con sentido de justicia, porque es natural que haya conflictos en cualquier relación contractual.
En la medida en que se habiliten esas garantías mínimas en favor de “esas mujeres” y el hogar dominicano agote su función de centro de imputación de derechos y deberes, en un esquema de ganar-ganar, fomentará progreso colectivo. A las empresas hay que hacerles notar el ausentismo y las tardanzas cuando “esas mujeres” no lleguen los lunes, o empiecen a cronometrar sus jornadas. Ese será el momento para que el liderazgo de “niñas bien” exija que la responsabilidad social corporativa deje de ser un discurso de promoción de marcas en lugar de un quehacer con impacto real.
Serán las “niñas bien” empresarias las que abrirán los ojos de la inversión privada para poner guarderías, como es ordinario en el mundo desarrollado. No faltarán “niñas bien” amas de casa hábiles en el desarrollo de ese modelo de negocio de servicios de calidad.
A la vez, la presente coyuntura es el momento para iniciar una ronda de negociaciones individuales con los cónyuges o excónyuges, a fin discutir el nuevo costo del servicio doméstico. Como dice alguien muy cercano a mí:
“En este país, el servicio doméstico es el equilibrio del matrimonio. Si no aparece, al tercer día todo molesta y las parejas dejan de sonreírse.”
Tenemos que admitir, con la cabeza gacha, que este país ha mantenido una injusticia estructural en este renglón. Todos los estratos productivos nos hemos recostado en el servicio doméstico, para diseñar nuestro propio bienestar. A cambio, hemos sobreseído el acceso de “esas mujeres” a las garantías de pago justo, descanso y salud, más allá de nuestra alegada bondad.
Hace un par de años escribí: “No son nuestros recursos naturales, las habitaciones hoteleras, ni las élites empresariales o intelectuales, nuestro más valioso reducto. Es la juventud de todo estrato social” (Un tesoro cuidando a otro).
Al sustituir el modelo de prestación del servicio por soluciones incluyentes, tal vez en el mediano plazo los índices de criminalidad y embarazo infantil varíen un poco, porque el modelo basado en el trabajo de “esas mujeres” deja al desnudo graves males sociales. Este es momento para que las mujeres discutamos las cuotas de poder en el matrimonio, hogar, familia, el trabajo, la industria o el gremio al que pertenecemos con sentido y sensibilidad.
La novela de Guadalupe Loaeza está disponible en Ebay (las niñas bien: Search Result | eBay) y Librerías Ghandi de México. La recomiendo junto a su versión fílmica de 2018, dirigida por Alejandra Márquez Abella (trailer) y ganadora de premios. Se destaca la actuación de la actriz Ilse Salas en el rol protagónico, Sofia, el alter ego de la simpática, aunque a ratos cruel escritora, con un estilo original admirable.
Creo ciegamente que existe un liderazgo fértil entre las “niñas bien” dominicanas, porque sabemos quiénes nos ayudan a ser cada vez más libres.
Nosotras, las “niñas bien” dominicanas sabemos, aunque sea en el fondo del alma, que se lo debemos a “esas mujeres”.