Los hombres y mujeres de mi generación y la de mis hijos, con notables excepciones, están agotados y atrapados en un sistema que secó su capacidad de innovar en muchas áreas, en especial en la política.

 

Unos hicieron lo que podían; otros se acomodaron y los peores se  sirvieron del poder.

 

Ya es hora de quitarnos del medio y tener el valor de pasar  la antorcha a la juventud que hoy se expresa políticamente con un discurso nuevo y una visión centrada en la gente y que se diferencia notablemente de aquellos que se afanan en mantener el sistema político rentista y clientelar que tiene de rodillas nuestra sociedad.

 

La nueva visión de algunos jóvenes políticos prometedores que no responden a esos esquemas clientelares será crucial para consolidación de una lucha inaplazable para el bienestar social del país: la lucha contra la corrupción.

 

Ahora se perciben avances en la lucha contra la corrupción,  pero para evaluar correctamente tenemos que esperar resultados y determinar si los expedientes se sustentan, si las investigaciones y las pruebas son rigurosas. Con algunos casos sonoros ya hemos sufrido desengaños.

 

Aunque son pocos jóvenes diferenciados todavía en la política, serán más mientras más apoyo y aliento reciban de quienes no hemos renunciado a seguir luchando por construir nuestras utopías.

 

Es hora de de asumir partido hasta mancharnos. Dejemos a un lado las posiciones cómodas o vergonzantes. Debemos ser conscientes de que hay batallas en las que debemos estar sin rendirnos aunque se pierdan.

 

Los cambios estructurales en lo económico, político y social no pueden esperar; el futuro nuestro y de toda la humanidad pinta  feo, por más que la "bonanza" actual nos impida verlo.

 

Lo más peligroso es cegarnos ante promedios de crecimiento que llegan a pocos o  a índices de inflación que no miden el hambre de los más desposeídos, sino simples canastas de productos que no llegan a sus mesas.

 

En lugar de las metas de inflación que los tecnócratas celebran en forma ruidosa, vamos a plantearnos objetivos de calidad de vida a favor de los menos pudientes. Eso no se logra transfiriendo 1,500 pesos, que no alcanzan para una semana de arroz con huevo.

 

Reconozco que los subsidios han servido para aliviar algunos problemas urgentes, aunque también para enriquecer a unos cuantos. ¿Hasta cuándo podrá el Gobierno sostenerlos?.

 

No hay tiempo que perder. Pasar la antorcha y apoyar a esos jóvenes no implica darles un cheque en blanco. La ciudadanía tiene que marcar seguimiento a su accionar y vigilar para que no renieguen sus compromisos.

 

Yo confío en ellos. Me refiero a aquellos que tienen sustancia, enfoque, determinación y compromiso con el país, pues hay un segmento amplio de la juventud que está lleno de levedades