Para un escritor cualquiera, ser invitado a presentar un libro es siempre un honor. Significa que el autor valora la inteligencia o creatividad de la persona que ha elegido o que el vínculo de amistad que los une supera con creces cualquier deficiencia en esas áreas. Si el autor de la obra se llama Plinio Chahín, además de un honor la invitación constituye un verdadero desafío, un gesto que el elegido recibe temblando. Pues para nadie es un secreto que Plinio Chahín no es un poeta fácil. Por el contrario, es probablemente uno de los más difíciles que ha producido la literatura dominicana, alguien que ha permanecido fiel al principio lezamiano según el cual “solo lo difícil es estimulante”. En mi caso, el desafío es aún mayor, ya que el libro que ponemos a circular hoy lleva como subtítulo la frase “poesía esencial”, lo que equivale a decir, que se ha construido a partir de una selección de libros distintos que comparten una “esencia” más allá de la condición de ser lo más representativo de la obra del autor. Lo he aceptado porque Plinio es un poeta al que admiro profundamente, y porque sé que ustedes comprenderán lo difícil de mi situación y tomarán como bueno y válido cualquier cosa que yo diga para salir de este apuro. En todo caso, no voy a hacer un análisis minucioso del libro. Me limitaré a compartir algunas notas que podrían servir como punto de partida para una futura discusión en torno a la obra de mi viejo amigo y compañero de generación.25bac044-3541-47cb-882b-0a7c2cfa1a91-728x546

Empecemos por el principio. Habrán notado que el libro lleva como título Cabeza de turco. ¿Cuántos de ustedes saben lo que significa esa frase? Yo no recuerdo haberla escuchado antes. Según el diccionario de la Real Academia, la expresión “cabeza de turco” se aplica a una “persona a la que se achacan todas las culpas para eximir a otras”. Es decir, que su sentido se asemeja al de “chivo expiatorio”. El filólogo español Alberto Buitrago sostiene que la expresión surgió a raíz de los conflictos entre los reinos europeos y el Imperio otomano, entre los siglos XIV y XVII. Según Buitrago, en aquella época "era frecuente que, cuando se capturaban prisioneros turcos, se les cortaran las cabezas y se ensartaran en lanzas o se colgaran en los palos de los barcos para increparlas y someterlas a todo tipo de humillaciones".

En el caso que nos ocupa, me atrevo a hacer dos conjeturas. La primera es que el título alude al origen palestino del autor, ya que los Chahín llegaron al país entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX procedentes de Palestina. Como ustedes sabrán, los inmigrantes árabes que arribaron a Latinoamérica en ese período usaban pasaportes o salvoconductos emitidos por Turquía, por lo que se les conocía como “turcos”. Otra posibilidad es que el título del libro aluda a la idea del poeta como chivo expiatorio, culpable de todos los males que aquejan a la sociedad. Recordemos que Platón proponía excluir a los poetas de la ciudad ideal que imaginó en La República. O, si queremos seguir conjeturando, puede que el título se refiera no a todos los poetas, sino al autor, único responsable de los dolores de cabeza que pudiera causarnos este libro.

Traspasado el umbral del título, lo primero que me llama la atención es el hecho de que la selección de textos que forman parte del volumen no esté organizada siguiendo un criterio estrictamente cronológico. Si se fijan en el índice, notarán que comienza con el libro Hechizos de la hybris (1998), y sigue con Ragazza incógnita (2006), Sin remedio (2015), Solemnidades de la muerte (1991) y Consumación de la carne (1986). Es decir, que no sigue el orden en que se publicaron. Esto me hace pensar que se trata de un libro que no aspira a ser leído como el registro de una evolución poética. Un libro que comienza por el medio y termina por el principio acaso cuente una historia, pero esa historia no se revela como la sucesión lineal de una serie de actos poéticos o el desarrollo de una personalidad estética. No es la historia de crecimiento de un artista. Exige que nos aproximemos a él desde una perspectiva sincrónica, como si se tratara de una fotografía o una pintura, más que de una narración. Esto no signica que la cronología desaparezca por completo, ya que cada título va acompañado de la fecha de su publicación, lo que sugiere que esa otra lectura, la lectura diacrónica, está siempre presente; se percibe de manera borrosa bajo la anterior como en un palimpsesto, completando y, a veces, incluso contradiciendo el sentido que genera.

Como he mencionado antes, el libro comienza con Hechizos de la hybris, texto que significó un punto de inflexión en la obra de Plinio, marcando el tránsito del poema breve, contenido, basado en la imagen, al poema de largo aliento, en el que el ritmo importa tanto o más que la imagen. El primer verso del poema (y, por tanto, de todo el volumen), "Contemplemos   pues   la obra del reposo", introduce la idea de la quietud o la fijeza, uno de los temas recurrentes del libro. La invitación a contemplar “la obra del reposo” implica que la fijeza no es algo estéril. Por el contrario, se revela paradójicamente como un estado de ebullición constante. De ahí que en el verso siguiente el poeta describa la obra del reposo como “exhausta en voluptuoso torbellino”. A medida que el poema avanza, nos percatamos de que todo el texto gira alrededor de una bailarina, en cuyo cuerpo se encuentran ambos, el movimiento y la fijeza: “Oh bailarina —esencia helada de la fiesta / en la superficie de lo sucedido / Imperturbable arquea allí tu bellísima forma”. La bailarina es descrita casi siempre en tercera persona, desde la perspectiva del sujeto que la observa. Ella es el centro de atención, aunque a veces el observador irrumpe en la escena, como cuando dice:

Me veo correr en todas partes

Me vuelvo en todas partes

Me deslío y soy yo mismo

(que se vuelve calcinado)

Mi corazón llovizna sus instrumentos locos

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Se produce aquí un desdoblamiento, en el que el poeta es tanto el observador como el observado, lo que sugiere un sentimiento de confusión que reaparecerá mucho más tarde en “Noche”, un poema del primer libro, que en este volumen es el último.

Otro tema recurrente es el tema del vacío. La voz poética se pregunta: “¿Qué sucede si el ser se aleja de su tacto? / ¿Si el pensamiento atrae hacia su sombra y agoniza? / ¿En otros círculos encarna  vacío se inmola?” Alejarse del tacto, de lo sensorial, es sucumbir a la atracción del pensamiento. Es inmolarse, vaciarse de sentido. El poema continúa describiendo esa inmolación como una huida o un regreso “entre lámparas y piernas”, es decir, entre objetos tangibles, hasta que al final "Dentro de sí el ser vacía/ Todo su ser/ Se aleja de su centro hacia otro hueco". El vacío, sin embargo, no siempre tiene un sentido negativo. En otra parte del poema, se concibe como el estado en el que el hablante deja de pensar para abandonarse al acto puro de la contemplación de la danza, un espacio en el que no hay angustia ni dolor: “Sólo la danza / —oh placer alado / el intersticio de la desventura”.

El leit motif de la danza reaparece en la segunda sección del libro, Ragazza incógnita, pero el tono es distinto. El énfasis se desplaza hacia una zona más oscura, con imágenes que evocan a los simbolistas franceses. La danza se asocia con el miedo, el insomnio, la lascivia. Incluso la risa se representa de manera ambigua como la "fragmentación voluptuosa del yo". Reaparece también la idea del desdoblamiento, en el momento en que la bailarina parece transformarse en otra, "otra figura/ danzante, posesa, misteriosa, tendida/ en el estremecimiento de tu lengua". En el poema VI de la misma sección, el poeta se representa como un ser perdido en las aguas turbias del deseo. Más adelante, se refiere a sí mismo y a la danzante en tercera persona, postrados "de hinojos ante el apabullante trepidar de fiesta". Una vez más, el poeta no es ya solo un observador sino parte activa de la experiencia que representa, moviéndose entre personajes de feria y el ángel de la destrucción.

La tercera sección de esta antología recoge poemas de Sin remedio, quizás el más personal de los libros de Plinio. Su título alude a la pérdida de su esposa, Remedios, a cuya memoria está dedicado. El tema dominante, como es de esperarse, es la muerte, tanto la muerte del otro, la del ser amado, como la propia muerte, que la muerte del otro anuncia. El texto tiene la forma de un diálogo con el que ya no está; nos plantea la pregunta: "¿Hacia dónde vamos o venimos?", que trae a la memoria el poema "Lo fatal", de Rubén Darío. El poeta se cuestiona "¿Qué lugar ocupa / el otro que se va y deja llorando?" Y luego, "¿A dónde iré el día de mi muerte?" Más adelante, responde aludiendo a la incertidumbre ("Voy hacia lo oscuro") o a la esperanza de emprender un viaje hacia el ser amado ("Voy hacia ti/ recorriéndote   huyendo/ entre soledades y miedo"). Esta sección termina con un texto en prosa, en el que la voz poética habla desde la perspectiva de un yo plural que se asoma al último círculo del empíreo. En la teología cristiana medieval, el empíreo es una región situada fuera del tiempo y del espacio donde se encuentra la presencia plena de Dios. El texto capta la escena en imágenes alusivas a la Divina comedia—el momento en que Dante llega al final de su viaje por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Beatriz lo describe de la siguiente manera:

Hemos salido fuera
del mayor cuerpo al cielo que es luz pura:

luz intelectual, plena de amor;

amor de verdadero bien, lleno de dicha;
dicha que trasciende toda dulzura.

El texto de Plinio dice: "Y Ella quedó suspendida en la parte superior, donde comienza el ser y el empíreo acumula láminas transparentes llenas de estrellas que se comunican entre sí, se rompen y desaparecen".

La cuarta sección de la antología, Solemnidades de la muerte, nos devuelve al tema de la dualidad quietud/movimiento. Esta vez, sin embargo, no se trata del movimiento de un cuerpo en la danza sino de un movimiento que no puede percibirse a través de los sentidos, pues solo existe como idea. Colocado después de Sin remedio, el título de esta parte del libro adquiere una connotación que no podría haber tenido en el momento en que el libro fue publicado. Al leerlo anacrónicamente, como si efectivamente el texto hubiera sido escrito después y no antes de Sin remedio, las reflexiones sobre la muerte, que para el Plinio de 1991 existía solo como posibilidad, adquieren ahora el carácter de una experiencia real. Son muchos los pasajes que hacen posible esta lectura que atenta contra toda lógica. Considérese por ejemplo éste:

Ahora que el amor transfigura su pureza

Como el tiempo ígneo del pecado

Y vivir es un relámpago de inmortalidad

Para quien equilibra en el temblor su nombre

En esta primera noche de los lloros

Como bajo un epitafio de luz el rostro te arrancaste

En esta segunda vida de mi noche

Arruinaste tus besos en mi boca

¿Cómo leer estos versos sin pensar en el dolor de la pérdida que hallamos en Sin remedio? ¿Cómo entender esa “primera noche de los lloros” si no como una premonición de la primera noche de ausencia? “Vivir”, dice el poeta, “es un relámpago de inmortalidad”. Este verso implica una paradoja, puesto que une, por un lado, la fugacidad del relámpago a la idea de la vida eterna.

Veamos otro ejemplo: “Tú que dejaste un pedazo de luz / Por cada instante de angustia / ¿Cómo te pienso antes de ser?” Una vez más, estos versos parecen hablar de la angustia de una pérdida que aún no ha ocurrido. A esta lectura parece darle credibilidad el propio poeta cuando se pregunta cómo es posible que esté pensando en ella “antes de ser”. No quiero decir que todos los poemas encajen cómodamente en este esquema. Ni todos hablan de la muerte ni todas las referencias a la muerte evocan la misma ausencia. En el poema 7, por ejemplo, hay un verso que nos remite al título del libro, en el que la muerte parece tener un sentido distinto. Al llevarse a los labios un vaso de azufre, en un aparente acto de suicidio, la voz poética dice: "Yo no sé si en ese vaso transmigran/ Las solemnidades de la muerte/ O la quietud del mar ahonda el recuerdo de mi madre". Aquí no sabemos si se refiere a la propia muerte, que aún no llega, o la de la madre, cuyo recuerdo se asocia con la quietud, la ausencia del movimiento.

Hecha la salvedad, hay muchos otros textos en los que el poeta parece alentar mi mala lectura. Como cuando afirma que "los que no se han encontrado aún / Están eternamente juntos aunque se conozcan / Como si nunca hubiesen existido".  O cuando declara que "la otra presencia de la muerte es la vida/ La otra ausencia de la vida es la muerte/ Quien regresa de la muerte vive la eternidad", versos que sugieren una relación biunívoca entre vida y presencia, por un lado, muerte y ausencia, por el otro. La muerte es el otro de la vida, como la ausencia lo es de la presencia. Aunque al final, los términos de la relación se entrecruzan, puesto que el poeta nos propone pensar la vida también como presencia ("la otra presencia de la muerte") y la muerte como ausencia ("la otra ausencia de la vida").

La última sección incluye poemas de Consumación de la carne, el primer libro publicado por Plinio, que aquí aparece al final. En uno de los textos de esta sección, el poeta nos dice que "el pensamiento es la consumación de la carne". Este verso, que remite a la idea platónica de que el ser humano se compone de dos entidades distintas, cuerpo y alma, implica otra paradoja. Si la carne alude a la realidad corporal, perceptible, y al deseo sexual, y el pensamiento a la idea del alma o el espíritu, decir que el pensamiento es la consumación de la carne equivale a postular que el cuerpo se consuma, cumple su propósito, en el pensamiento. De modo que estamos en presencia de una poesía del pensamiento que es también poesía del cuerpo, que busca la síntesis entre el universo de las ideas y el imperio de los sentidos.

En Consumación de la carne, los ejes movimiento y fijeza se insertan en el entramado de una indagación filosófica en torno a la idea platónica de la belleza como manifestación del mundo inteligible en el mundo sensible. Por ejemplo, el poeta nos dice que “la analogía del movimiento es la unidad / El contraste la correspondencia de la Idea que coincide / Con el círculo lineal de la locura / La inmovilidad de la Idea es la belleza”. Dejo a los filósofos la tarea de interpretar el sentido de estos versos. Sólo quiero llamar la atención sobre la presencia de la oposición movimiento / inmovilidad que hemos visto aparecer a lo largo de toda la antología. En los poemas de Consumación de la carne, sin embargo, esta relación se manifiesta menos como tema que como elemento estructurador del discurso, en el predominio del verbo ser (verbo de estado, más apropiado para la descripción que para la narración) y en el uso casi exclusivo del tiempo presente. Una excepción notable es el poema “Noche”, que he mencionado antes, y que comienza diciendo: “Entré cuanto más apresurado pude salir, pues a la entrada me advirtieron que salía cuando yo pensé, soñaba”. Aquí el poeta se presenta como un ser confundido, incapaz de reconocer la diferencia entre acciones como entrar y salir, soñar y pensar.

Para concluir, leer Cabeza de turco es adentrarse en una poesía realmente esencial, tanto por la profundidad de las ideas que propone como por lo innovador del lenguaje. Se trata de un libro fundamental para quienes estén dispuestos a aceptar el desafío de aproximarse a una de las obras más estimulantes de la poesía dominicana de las últimas décadas.