“La felicidad no es un producto del azar, ni de los genes, ni de las circunstancias, sino el resultado de una conjunción de cuatro factores: la familia, los amigos, un trabajo con sentido y un credo o filosofía de vida”. (Arthur Brooks).
Cuando nos preguntan cómo tu estás, mi respuesta diáfana y sin titubeos: Estoy muy bien. Descubrí que, en gran medida, la felicidad es una actitud, una disposición, es un estar permanentemente a donde quiere estar y llegar: la satisfacción de la vida.
No hay otra dimensión de la naturaleza más noble y más extraordinaria que la vida misma. No odio la muerte porque amo inmensamente la vida. Además, no la controlo, tal vez, prolongarla. Como justamente ha hecho la ciencia y con ello, el grado de desarrollo material de la humanidad. La esperanza de vida es un elocuente indicador. Al comienzo del Siglo XX esta era de 50 años, hoy es de 83 años promedio.
La felicidad es un constructor, en gran medida, un diseño, una arquitectura que podemos armonizar como expresión de la necesaria conexión social con que fluimos en nuestras interacciones sociales. Hay gente con elevados ingresos, de los que forman parte del 10%, de la población que viven cuasi una crisis permanente de la desesperanza. El dinero contribuye, coadyuva, empero, per se, no es suficiente para ella: la felicidad.
El miedo y la pastosidad real, instalada, no nos suministran la felicidad. Es el optimismo, que como decía ese gran estadista inglés Winston Churchill “El pesimista ve la dificultad que entraña toda oportunidad; el optimista ve la oportunidad que entraña toda dificultad”. Ningún ser humano creativo, innovador, revolucionario, en la concepción laxa categorial, ha podido llegar siendo pesimista. Porque es la infraestructura social de la felicidad lo que nos hace ser diferentes; los que empujan la carreta de la historia, ya sea en lo micro o en lo macro.
Nuestro pensamiento genera nuestras acciones y las acciones producen los resultados. Porque como decía Milton Berle “Si ves que la oportunidad no llama a tu puerta, ponle otra puerta a la que llamar”. Es la necesidad de convertirnos cada uno en la visión del grano de café, como se transforma hasta producir un rico sabor y un olor exuberante. En nuestra sociedad, por las enormes carencias, ausencias y falencias, tenemos profundas disfunciones y distorsiones.
Tenemos un Estado que cuasi no garantiza nada a sus habitantes, que los que trabajan ganan promedio RD$30,000.00 y el costo de la canasta promedio nacional ronda los RD$44,500.00 pesos. Allí donde el Quintil 1, el costo anda por RD$26,573.00. El segundo Quintil conlleva una erogación de RD$34,653.00 El tercer Quintil está por RD$40,949.00 El Cuarto Quintil presenta un monto de RD$47,434.00 y, el Quinto Quintil, de ingreso más alto, se sitúa en RD$72,676.00 pesos. El 56%, de los 4, 850,000 empleos son informales y con ello, más del 90% no se encuentra en la Seguridad Social con fines de las pensiones/jubilaciones.
Un panorama difícil socialmente que permea la ansiedad, la angustia, la desesperanza, el estrés exógeno campea de manera sempiterna. El corolario es un Estado agresor y estresor, lo que hace más lejano la satisfacción de la vida y la felicidad. La decisión es superar la cultura de la quejumbre que nos abate y nos envuelve como colectivo. La dimensión verdadera del compromiso con una nueva infraestructura social, es potencial el capital social, a través de un nuevo signo de la confianza.
Esa confianza comienza en asumir la sabiduría del águila. En alcanzar la postura de los niños: se alegran sin motivo, siempre están ocupados con algo y saben exigir con verdadera fruición lo que desean. La felicidad ruptura, eclipsa el envejecimiento espiritual y nos presenta el presente con la alegría singular. La felicidad nos enfoca siempre en lo positivo, desarticula lo negativo. Hay gente que tiene 95% de elementos positivos y, sin embargo, solo hablan del 5% que le falta. Se convierten en seres humanos tóxicos, que como dice Bernardo Stamateas en su libro Gente Toxica “El concepto “tóxico” es una idea popular que habla justamente de la gente que nos nivela hacia abajo, que nos transmite miedo y culpa, que no agrega valor a nuestra vida, que no nos potencia, porque tiene un malestar interno tan profundo que necesita transmitirlo y hace sentir mal a los demás”.
Somos una sociedad, que en su profunda anomia social, en su degradación y descomposición, estamos desarrollando un tejido social psicópata (“El psicópata, siempre cosifica, miente, manipula, al otro y no siente culpa ni angustia”); narcisista (“exagera, invariablemente, sus logros, sus “yoes” y se coloca por encima de los demás”). Tenemos que desarrollar, repensar nuestra estructura mental, realizar una disrupción en la configuración y desconfiguración de la cultura como espacio de aprendizaje, de la asunción de la diversidad y de la cohesión social.
Ello implica, como fermento de la satisfacción de vida, como ente motorizador de la felicidad, actuar con ética, con responsabilidad, con honestidad, que atraviesa por dejar atrás el atavismo lacerante de la calumnia, del mentir, de vituperar y del cáncer que carcome el resentimiento. La felicidad no negocia con el pasado, sino con el plus que nos concede el presente, en la fluidez de cómo reaccionamos frente a lo que nos ocurre, pues ella no depende de lo que sucede a nuestro alrededor, sino de lo que pasa dentro de nosotros. Es el espíritu con que enfrentamos los problemas y las oportunidades, por ello, su caracterización mayor es la valentía, pues significa trascender los retos como llave mayúscula de la eternidad.
Todd Rose decía, con mucha propiedad “la parte más difícil de aprender algo nuevo no es integrar las nuevas ideas, sino abandonar las viejas”. Auguramos unas enriquecedoras felicidades y felicidad, para que nuestra vida social, en la confianza mutua, produzca un verdadero sentido de propósito en nosotros y en nuestras relaciones.