"Nadie conoce el sistema mejor que yo, por eso solo yo puedo arreglarlo”- Donald Trump.
Con las expectativas divididas y pronósticos que apuntaban a un empate técnico, el expresidente Donald Trump se alzó con una victoria contundente en las elecciones del 5 de noviembre. Uno de los factores que precipitaron la caída del partido demócrata fue la persistente inflación, alimentada por conflictos regionales fomentados y financiados por Estados Unidos, sumado a un colosal gasto militar que contribuye a sostener esas tensiones.
Cuando hablamos de "derrumbe" de los demócratas, no es exageración: en comparación con las elecciones de 2020, el voto demócrata se redujo en diez millones de sufragios. Además, los republicanos ya aseguran la mayoría en el Senado, mientras que, al momento de escribir estas líneas, están a un paso de obtener el control de la Cámara de Representantes.
Si esto se concreta, Trump contará con los medios políticos necesarios para impulsar los cambios en política interna y externa que ha prometido, lo que podría consolidar la "revolución" con la que busca "restaurar la grandeza de América", según ha manifestado desde su residencia en Miami.
Trump ha logrado capitalizar el malestar de la ciudadanía, esquivando obstáculos de gran magnitud, desde una condena penal e imputaciones judiciales hasta intentos de asesinato y acusación que lo tildan de impredecible, dictatorial y conspirador.
A pesar de estos desafíos, su campaña supo explotar el descontento popular frente a lo que muchos perciben como un abandono de los problemas internos por parte de los demócratas, quienes, en opinión de sus críticos, priorizan conflictos externos y financian guerras en detrimento del bienestar de los estadounidenses.
Que Trump haya sobrepasado a su oponente no solo en escaños, sino también en voto popular, a pesar del peso en su contra del Deep State y de numerosos intereses económicos, es un logro político sin precedentes en la historia electoral reciente de la gran potencia.
En términos de política migratoria, es probable que el endurecimiento en la contención de inmigrantes alcance niveles de severidad nunca vistos. Junto a ello, y contraponiéndose a la tendencia globalista y probélica de los demócratas, Trump priorizará el fortalecimiento del mercado interno y reactivará su enfoque proteccionista, imponiendo aranceles a las importaciones desde China.
Esto, sin duda, intensificará las tensiones con el gigante asiático y probablemente llevará al abandono definitivo del sistema multilateral de comercio, cuyas reglas Trump ha criticado abiertamente, así como a recortar el financiamiento a organizaciones internacionales que, según él, representan un gasto innecesario sin que se evidencie un aporte tangible para beneficio de los estadounidenses.
En el ámbito de la geopolítica, Trump parece dispuesto a reducir la implicación estadounidense en conflictos sangrientos y devastadores en regiones como Europa del Este y el Medio Oriente. Es una promesa actual que en su primer mandato buscó cumplir retirando paulatinamente tropas y disminuyendo el nivel de confrontación en ciertas zonas. Esto podría marcar un giro importante respecto a la postura actual estadounidense en el escenario global.
En Europa, funcionarios y voceros de la Unión Europea, quienes en su mayoría han promovido una política de enfrentamiento contra Rusia y, hasta hace poco, evitaban a Trump, ahora deberán adaptarse a un líder que se aleja del globalismo y afirma priorizar el interés nacional. Esto ocurre en un contexto en el que los sectores de extrema derecha en varios países europeos se fortalecen, impulsando posturas antieuropeístas y de rechazo de la OTAN.
La creciente belicosidad que promueven los actuales líderes europeos, particularmente en relación con Rusia, probablemente deba reorientarse, y una reconsideración de las economías en crisis de la UE, especialmente sus antaño formidables complejos industriales, parece más urgente que nunca.
La alianza entre la UE y Estados Unidos, que con Biden se consolidó en los campos de batalla al costo de cientos de miles de vidas jóvenes en Ucrania, podría fracturarse o transformarse, abriendo paso a una relación de cooperación bajo nuevos parámetros que respondan mejor a las necesidades de ambas partes.
En América Latina, es previsible que los sectores conservadores encuentren en la administración de Trump un fuerte respaldo, particularmente en países como Brasil, Chile y Colombia. Estos grupos, que intentan recuperar el poder en sus respectivos países, podrían beneficiarse de un apoyo que incline aún más la balanza hacia la derecha en la región.
Lo anterior podría traer consigo un resurgimiento de modelos políticos similares al de Jair Bolsonaro en Brasil y al del reciente presidente argentino, Javier Milei, cuyas posturas disruptivas y estilo provocador parecen resonar con el ideario de Trump, reforzando una corriente política que bien podría generar polarización y controversia en el subcontinente.
En definitiva, a nuestro juicio, la elección de Trump marcaría un giro profundo en la política de Estados Unidos, con la capacidad de redibujar no solo su política exterior, sino también su curso económico y social interno. No se pierda de vista que Trump enfrenta a la oposición de los círculos del poder económico que dominan en realidad en Estados Unidos: las grandes y prestigiosas corporaciones, especialmente las del complejo militar-industrial, cuya influencia e interferencias en el anonimato podrían frenar sus declaradas ambiciones.
A esto se suma el carácter impredecible de Trump, un factor que añade una dosis de incertidumbre. Este rasgo podría traducirse en decisiones pragmáticas que tomen rumbos insospechados, algunas de las cuales podrían ser perjudiciales tanto para la estabilidad global como para el propio futuro de Estados Unidos.
Con el retorno de Trump, Estados Unidos podría entrar en un período de profundas transformaciones o de intensa volatilidad política, ambas con el potencial de impactar profundamente el orden mundial. Esperemos que prevalezca la senda de la transformación constructiva y que los círculos de poder en Washington recuperen la perspectiva de que, más allá de sus fronteras, existen intereses y soberanías que merecen respeto.
Con el retorno de Trump, Estados Unidos podría adentrarse en un período de grandes transformaciones o de gran volatilidad política que podría afectar de manera profunda el orden mundial. Esperemos que ocurra lo primero y apostemos al retorno de los círculos gobernantes estadounidenses al reconocimiento de que más allá de sus fronteras, hay intereses ajenos que deben respetarse.