Los especialistas definen la inteligencia como la capacidad de aprender, recordar, razonar, resolver problemas, adaptarse a situaciones nuevas y utilizar el conocimiento de manera útil y eficiente. El estudio de este tema se remonta al nacimiento de la psicología cientifica en Alemania, en  1879; junto a las pruebas para medir las diferencias individuales.

La primera prueba para medir la inteligencia la creó en Francia, Alfred Binet, en 1905, con el objetivo de  clasificar y diagnosticar a niños que requerían educación especial, debido a dificultades de aprendizaje, atención y memoria. Para ello, se desarrolló el concepto de Coeficiente Intelectual (CI), que mide la capacidad mental en relación con la edad y compara el rendimiento de una persona con el promedio de su grupo.

A partir de la década de 1940, se elaboraron técnicas más modernas, como las pruebas de Wechsler, de Rey o de Boston, y otras más,  que evalúan aspectos como la curva de aprendizaje, el razonamiento lógico-matemático, la memoria y el vocabulario, entre otros.

En 1983, Howard Gardner, el psicólogo norteamericano  y profesor de la Universidad de Harvard, presentó su innovadora teoría de las inteligencias múltiples, que identifica  las habilidades lógico-matemáticas, capacidades como las interpersonales, lingüísticas, musicales, espaciales y naturalistas. Y más adelante, amplió su visión al proponer las mentes del futuro, entre ellas, la mente disciplinada, sintética, creativa, respetuosa y ética.

En 1995, el psicólogo Daniel Goleman impactó al mundo con su concepto y teoría de la inteligencia emocional, donde destaca la importancia de entender y manejar las emociones tanto propias como ajenas, y los procesos cognitivos .

Finalmente, en 2015, gracias a los avances de la psicología, la neurología y la teoría de la información, desarrollaron la inteligencia artificial. La que revolucionó el mundo, al originar sistemas y asistentes virtuales utilizados en la atención a la salud, la educación, la industria, los videojuegos y, especialmente, en los chatbots o módulos como ChatGPT.  Los cuales  imitan parcialmente el funcionamiento del cerebro humano mediante redes o parámetros similares a las neuronas y conexiones, y aprenden grandes volúmenes de datos, reconocen objetos, leen, traducen y resuelven problemas. En fin, los expertos creen que los chatbots,  pueden producir conocimientos científicos y arte por sí mismos; lo que ninguna otra tecnología había hecho en la historia.

Sin embargo, la inteligencia artificial carece de conciencia, intención, sentimientos y emociones; ni prejuicios. Tampoco aprende de la experiencia personal y social,   como los humanos.

Recientemente, la situación se  torna preocupante a partir de que en mayo 2024, Ilya Sutskever, uno de los fundadores orignales de Open Ai, la empresa que desarrolló los chatbots renunció inquieto, por el predominio de una visión e  intereses comerciales que tienden a hacer la inteligencia artificial autónoma e impredecible, por encima de principios éticos que defienden el futuro y la seguridad de la humanidad.  Y en  ese mismo sentido se expresó el psicólogo Gardner, en una entrevista que ofreció recientemente  a sus 81 años, donde dijo que las máquinas con inteligencia artificial deben usarse para potenciar nuestras capacidades humanas; pero sin poder para decidir sobre los humanos, por el peligro que representaría para nuestra especie.

Por último, confío en que los principios del "yo" y los instintos, es decir, de supervivencia y seguridad, identificados por el genio de la salud mental Sigmund Freud, prevalezcan siempre sobre los intereses económicos de algunos desarrolladores de estas máquinas de aprender o superinteligentes, y aseguren el bienestar y el progreso de la humanidad.

A todos felicidades en  navidades, y salud y prosperidad en el año nuevo.

** Este artículo puede ser escuchado en audio en Spotify en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván