A lo largo de nuestra existencia nos hemos ido estructurando en vínculo con el Otro. El Otro, en sus características propias y en lo que lo hace distinto a mí, es al mismo tiempo mi otro yo, pues la vida sin él carecería de sentido. Somos uno en el otro e inversamente recíprocos. Es lo que nos distingue como seres vivos.

Muchos seres vivos pasan el mayor tiempo de su existencia en la soledad, uniéndose a otro de su misma especie para el apareamiento y la procreación, es el caso del leopardo de las nieves, el puercoespín cresado, el oso pardo, el rinoceronte negro, el buitre cabecirrojo, las tortugas marinas y otros. Este comportamiento les caracteriza.

Otros han desarrollado a lo largo de su proceso evolutivo una vida vinculada a otro de su misma especie, viviendo en manadas o rebaños. Entre estos se encuentran los elefantes, los lobos y perros, los leones, las ovejas y cabras, los gorilas y chimpancés, las ballenas y delfines. Entre los insectos se destacan hormigas, termitas y las abejas.

Hay especies de animales que han desarrollado un sistema jerárquico relativamente complejo para alcanzar mayor eficiencia en sus labores. Otros, para llevar a cabo de manera casi perfecta el trabajo en cadena. Se aprecia la vida en manada como una estrategia de protección de las crías o de sobrevivencia para organizar su migración.

Los humanos hemos ido desarrollando una estructura social igualmente compleja que nos ha permitido desarrollar modos culturales para la sobrevivencia y la producción de alimentos, como también para la celebración y el disfrute de la vida o para dar gracias o agradar y pedir a las deidades que le proporcionan sentido y significado a sus vidas.

Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, nuestro comportamiento no siempre está guiado hacia el bien social y el bienestar de todos, naciendo desde nuestra propia entraña el egoísmo, esa tendencia hacia el individualismo exacerbado que antepone el interés y el bienestar personal, por encima del de los demás.

Incapaz de ser altruista y generoso, el humano egoísta solo es capaz de verse a sí mismo como el centro de toda la existencia, sintiéndose mucho más importantes de lo que realmente son, pretendiendo obligar al otro a su servicio y demanda personal o de clase, negando incluso toda consideración humana.

El corazón corroído por esa tendencia egoísta, enferma; nos hace frágiles a la negación de la vida con el Otro; nos impide vivir la vida como seres solidarios, caritativos en el mejor sentido de la palabra, negándonos incluso la vivencia del amor y la compasión hacia aquél que es parte de mi propio yo.

Hace algunos años tuve la oportunidad de releer, por invitación de un amigo y hermano, la 1 Carta de Pablo a los Corintios, muy conocida en el mundo cristiano e, igualmente, muy socorrida en diversas actividades. Conocida como la Carta del Amor y que en la nueva versión bíblica la concretiza en la caridad.

Quizás sea importante decir que Corintios era una ciudad cosmopolita y que en aquella época las restricciones de naturaleza moral eran muy limitadas, por tanto, se constituía en una acción difícil establecer una iglesia como la propugnaba por Pablo y, mucho más, desarrollarla y hacerla fuerte ante tales circunstancias.

Al leerla de nuevo, pero en la edición revisada de la Biblia de Jerusalén, el sentido del amor cobra un sentido concreto, colocándonos de frente a nuestros actos y comportamientos egoístas, haciéndonos un llamado a la solidaridad y a la caridad hacia el Otro, aquel que por necesidad es distinto a mí, pero parte de mí.

De esa manera se lee:

  • “aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe;
  • aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy;
  • aunque repartiera todos los bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha;
  • la caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe;
  • es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no tiene en cuenta el mal;
  • no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad.
  • Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta.
  • La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerán las ciencias.
  • Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.”

Quizás nos haga falta ser más solidario y centrados en el bien común y el bienestar de los demás. Tener como principios de vida la bondad y la compasión, siendo más caritativos con quienes más lo necesiten, así fuere del pan de la alimentación, como un abrazo fraterno, una mirada de apoyo o una sonrisa de agrado.

Si todo eso te fuera complicado o difícil, permítete, por lo menos, ser amable con los demás: él o la vecina, quienes comparten contigo largas horas en el trabajo, o te dan un servicio en el supermercado y en la gasolinera, quienes incluso te dan paso en la calle. Ser amable es muy fácil y puede ser el principio de una vida distinta.

El hogar como la escuela, con independencia de creencias religiosas o no, deben ser un espacio de incentivo de la amabilidad, posibilitando el desarrollo de actitudes y comportamientos caracterizados por la bondad y la compasión, la caridad y la solidaridad. Siendo amables puede ser la oportunidad para ser mejores personas.