Hace cuatro años, en el año de la pandemia de la COVID-19, el primer artículo de esta columna se tituló: Una oportunidad para la innovación y la transformación productiva. El contexto de entonces ofrecía la oportunidad de repensar el desarrollo económico dominicano, a la luz del imperativo de la recuperación de la economía de la contracción global, regional y nacional causada por la pandemia, pero, sobre todo, de que se aprovechara la oportunidad para repensar los cimientos del modelo de crecimiento. Ese repensar, partiría de la adopción de un enfoque profundo de desarrollo productivo e industrialización basados en el diseño de una estrategia nacional de ciencia e innovación, palabras literales. La idea de un “fresh start” motivado por un nuevo comienzo no sólo económico, sino también político, la llegada de un presidente joven y comprometido con las transformaciones, estaban detrás de las ideas expresadas en el referido artículo.
Cuatro años después, creo que las ideas expresadas entonces siguen siendo válidas en su trasfondo, dado que el país enfrenta los desafíos aún más marcados de relanzar su base de crecimiento ya que el modelo actual, instaurado en la segunda mitad de los años 90s como resultado de la oleada de reformas y ajustes estructurales de entonces, está tocando fondo, lo que en otras palabras y tal como lo ha reconocido el Banco Mundial, significa que nos estamos acercando a los límites sobre cómo, hacia dónde y cuánto crecer. Lo anterior también se traduce en que el país se está encharcando en la trampa de la renta media, a la que nos referimos hace ya un tiempo en un artículo académico sobre el papel de la propiedad intelectual en la innovación y el desarrollo económico. La trampa de la renta media es muy peligrosa y sobre todo engañosa. En esencia describe una situación en la que una economía de ingresos medios como la dominicana, comienza a experimentar cierto estancamiento del ritmo y magnitud de su crecimiento, lo que le impide alcanzar el nivel de economía de ingresos alto. En ese punto el crecimiento económico y el desarrollo se ralentizan debido a que una economía en esta situación deja de ser competitiva con respecto a las economías de baja renta en cuanto al coste de la mano de obra y comienza a dejar ser un destino atractivo de inversión extranjera, pero tampoco puede ser competitiva con las economías de renta alta puesto que carece de las capacidades científico-tecnológicas en materia de innovación y productividad. ¿Algún parecido con la realidad dominicana?
Lo ideal sería contar con un Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, pero no creo que esto pueda ocurrir en el corto plazo dada la crispación política.
El modelo de crecimiento dominicano está llegando a sus límites, pero eso no ocurrirá en el corto plazo ni para las próximas elecciones, ya que una reforma fiscal que racionalice el gasto y mejore el balance de las cuentas nacionales, nos ofrecerá la ilusión temporal de que efectivamente estamos remontando y que el crecimiento, retomará la senda esperada. Ese es precisamente el problema de la trampa de la renta media que es engañosa. Como toda trampa, nos hace crear que podemos salir de ella mientras nos acomodamos a la situación y ahí está el error y al mismo tiempo el trasfondo de la advertencia que nos hace el Banco Mundial. Esta cuestión de fondo trasciende la coyuntura de la reforma fiscal y su correlato de la reforma institucional.
En este contexto y ante los desafíos planteados de duplicar la economía al 2036, el Estado Dominicano, como he dicho antes, un “late comer” en materia de políticas de Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI), debe empeñarse en articular un Sistema Nacional de Innovación (SNI), sobre el cual sentar las bases de una nueva forma de crecimiento. La articulación de las universidades, las empresas y el estado como gran facilitador, es el principal impulsor de todo SNI. Un SNI es el espacio natural de las políticas de CTI, con los grados libertad suficientes para el fomento de capacidades científico-tecnológicas. Ahora bien, articular dicho espacio no será una tarea de corto plazo y más bien es el desafío de una generación, de esta generación y su liderazgo en todas las parcelas políticas, académicas y empresariales. El punto de partida existe a partir de los avances impulsados por la ley 139-01, así como los cimientos sobre los cuales edificar este nuevo edificio.
Partiendo de lo anterior, la propuesta de fusionar los Ministerios de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (MESCYT) con el Ministerio de Educación (MINERD), es una apuesta cuyos resultados e impactos vistos a mediano y largo plazo, pueden resultar contraproducentes, dado que los avances a la fecha se pondrían claramente en peligro. Gracias a la ley 139-01 de educación superior, ciencia y tecnología y de instrumentos definidos en ella como el FONDOCYT, el país logró trazabilidad científica, algo aparentemente de importancia marginal, pero como ocurre en economía política, sobre todo, lo marginal es todo menos marginal. Por ello el espacio político de la CTI no puede relegarse a un papel de tercera categoría, si el país quiere superar los desafíos de la trampa de la renta media y tomar una senda de crecimiento competitiva de mediano y largo plazo. El riesgo de la fusión es que la CTI sea tragada por el agujero negro (en sentido metafórico) del MINERD, o relegada a una función de tercera jerarquía en cualquier otra instancia gubernamental y que con ello se pierda de vista el imperativo de avanzar en la articulación del SNI para transformación gradual y de fondo del modelo de crecimiento.
A pesar de lo desaconsejable que pueda ser llevar la educación superior al MINERD, no es descabellado del todo, ya que, en algunos casos, sobre todo en lugares de mayor eficiencia en la administración educativa, es posible compatibilizar las dos funciones. En el caso dominicano habría que preguntarse cuál es la economía política de hacerlo, ya que puede entrañar problemas adicionales de gobernanza. Tal como me comentaba un académico que admiro y respeto, puede ocurrir que las universidades comiencen a ser tratadas bajo una perspectiva de comando y control, como si se tratase de liceos secundarios o politécnicos. Por ahora, el desafío es encontrar vías apropiadas para que la CTI como políticas públicas no desaparezca o se relegue a un papel de baja jerarquía.
Lo ideal sería contar con un Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, pero no creo que esto pueda ocurrir en el corto plazo dada la crispación política. O bien un Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología a la usanza europea y de algunos países latinoamericanos. En uno u otro caso, con fusión o sin fusión, el reto del país es articular el SNI de manera que se convierta en el espacio natural de las políticas de CTI, desde el que se pueda fomentar un nuevo modelo de crecimiento basado en las capacidades científico-tecnológicas orientadas a la innovación, la inclusión y el desarrollo productivo.
El debate sobre el espacio de las políticas de CTI debe ser sosegado y como parte de una consulta más amplia. Se debe habilitar un espacio de análisis y construcción de consensos, en el que el sector empresarial, el gobierno y las academias puedan definir con claridad el espacio de las políticas de CTI. Esto transciende la coyuntura de la reforma y le haría muy bien al país. Ojalá las principales universidades del país o el sector empresarial puedan tomar la iniciativa. En lo que respecta a la CTI, con gusto podemos apoyar una consulta con expertos internacionales en políticas de CTI, del más elevado prestigio.
Por último, confío en la sensatez, en el sentido común y en el buen hacer del Presidente Abinader. Ha demostrado ser un líder perspicaz, que no avasalla, que busca construir consensos y que claramente está preocupado por dejar un legado político que trascienda en el tiempo. Señor presidente, es en esa preocupación existencial suya que las políticas de CTI puedan finalmente encajar como parte de su legado de fondo relativo a la transformación de la economía dominicana del siglo XXI. Para ello, sus buenas maneras serán fundamentales. Aprovechemos esta oportunidad para la innovación y la transformación productiva.