Difícilmente alguien pueda sentirse libre del embrujo que producen estas fiestas que en esta parte del mundo llamamos navidad y año nuevo, el momento más esperado del año que, consciente e inconscientemente contamos los días que nos aproximan a su llegada. Todas las sociedades tienen sus particulares formas de celebrar: la abundancia de la cosecha, el inicio de una estación, la paz sobre la guerra, el triunfo de la calma sobre la tormenta, el final de las epidemias y/o las pandemias, del bien sobre el mal, de la fraternidad sobre la hostilidad y la abundancia de las cosechas.
La navidad es una fiesta en la que se mezclan lo pagano y lo religioso, la música sagrada con la que canta al disfrute de la vida, a veces hasta el desenfreno. También, es el momento en que la alegría tiende a confundirse con la nostalgia, en que se pasa balance de lo vivido en ese y en los pasados años y se anida con fervor la esperanza de que sea mejor el año que se inicia. Es, en fin, un estado de ánimo colectivo de fiesta, de ensueño, melancolía, alegría colectiva, sin que falte, en muchos, el sentimiento de soledad. Pero, por encima de todo prevalece el espíritu festivo que nos envuelve y nos hace pensar en lo que deseamos como individuo y lo que les deseamos a los que queremos.
En ese sentido, estas fiestas de fin año, como en general las de todas las grandes religiones y naciones y estados, tienen como fin latente y manifiesto reforzar la identidad y los lazos que unen a grupos particulares, a sociedades, familias, las amistades y hasta enteras regiones del mundo llamadas por muchos con el genérico y a veces vago término de civilizaciones. Tienen la importancia de hacernos recordar con cierta intensidad el valor de la tolerancia y de la convivencia con plena respeto a las diferencias que, lejos de hacer daño, fortalecen las relaciones interpersonales, intergrupales y de pueblos.
Cierto es que el mundo vive un momento particularmente convulso, de incertidumbre, con ráfagas de vientos y de hechos que apuntan hacia nuevas tragedias, hacia la reproducción pasados holocaustos. Pero estas fiestas de fin de año también son momentos en que se refuerza la esperanza, en que sacamos lo mejor de nosotros y en el que, en fin, prevalece el sentimiento de solidaridad, de afecto/cariño hacia el prójimo que en definitiva es el amor por la humanidad. Es lo que siento al escuchar el profundo sentimiento de recogimiento espiritual contenido en la generalidad de la música y símbolos de la navidad.
Lo mismo siento al escuchar himno a la amistad de Friedrich Schiller, tomado por Beethoven para el cuarto movimiento de su Novena Sinfonía, y al escuchar al prestigioso director de orquesta italiano Arturo Toscani dirigiendo La Internacional, el himno escrito por Eugène Pottier a la liberación de los oprimidos del mundo, a los sin pan, los que el día hoy no cenan en sus casas con sus familias y los suyos porque tienen que vender su tiempo, el de este día, para llevar el pan a los suyos. Son pues, días de reflexión, de fiestas, de goce, de ir a lo más profundo de nuestra conciencia para desear, como deseo, lo mejor a mis amigos más cercanos en términos de tiempo y espacio y a todos en general.
A los que han sido y son compañeros de viaje en todas las esferas de mi vida les reitero mi más profundo sentimiento de amistad y mi más hondo convencimiento de que, a pesar de todo, vale la pena luchar por un mundo donde definitivamente terminen las amenazas y hechos que lo enlutasen. Reforcemos lo bueno que hemos logrado a lo largo de la historia, en particular en nuestro país, y disfrutemos del embrujo de estas fiestas de fin de año. ¡¡¡Felicidades!!!