Releyendo el texto de 1962 titulado “Kant con Sade” en el que Lacan toca de manera fundamental, la idea de la perversión, los asuntos de deseos y su posición frente al Otro, como entidad que muestra el fantasma. Me vuelco a la adolescencia, cuando leía con fervor sobre este tema para un examen. En el cual trataba de entender sobre esos hilos deslazados que se observan con la vida. Y sobre todo con lo que vamos mirando en los medios de comunicación local en que se enfocan sobre salud mental y religión.
Esa lectura me lleva a Kant y a su moral, pero danzaré con el texto para hacer un ejercicio mental sobre el concepto perversión y sus usos en el psicoanálisis.
Lacan en el texto referido, nos dice que el perverso es un sujeto que goza de forma tal, que su deseo se quiere ejecutar sin obstáculos. Se articula negando al otro, hasta reducirlo a un desecho. El orden lógico de este sujeto es aferrarse a la ley de destruir y lograr obtener la sonrisa psicótica sobre lo que considera sus enemigos. Esto lo hace, para sentir la tranquilidad que le provoca, el hacer daño. Es un goce pervertido, bajo un imperativo de crear, a otro sujeto sin falla, en la que verse reflejado.
La perversión es vista por Lacan como una estructura que se caracteriza por la voluntad del sujeto sin importar el género de transformarse en objeto de goce ofrecido a Dios o sus dioses para convertir la ley en una burla. Prima en el perverso un deseo inconsciente de anularse en el mal absoluto y en la autoaniquilación. Lacan expresó que es un diagnóstico incurable.
Ese término perversión se ha destacado como un dominio predilecto del psicoanálisis y en otro momento fue usado por la psiquiatría. Es un concepto que cubre una amplitud de significados que atraviesan connotaciones distintas, según los teóricos que lo abordan, en el caso de Freud se discute en el texto de 1905 titulado Tres ensayos de teoría sexual.
En su discusión, Freud lo abordó en plural y utilizó la expresión “perversiones”. Por eso prefirió hablar más de inversiones, pero más tarde desarrolló el concepto y lo abordó en el plano estructural.
Freud, en sus notas, hace referencia a la perversión, como aquello que está opuesto a la neurosis. Y explica que es una energía libidinal que se expresa como una sexualidad perversa que no conoce la prohibición del incesto, ni la represión, ni la sublimación. Por tal razón, cuando definió la psicosis, la abordó como una reconstrucción de una realidad alucinatoria, a la neurosis como el resultado de un conflicto interno seguido por la represión. Y definió la perversión, como una renegación o un desmentido de la castración, con fijación en la sexualidad infantil.
La capacidad de Freud para trabajar teoría sobre la psiquis es singular, pues en sus tres períodos en el que discutió sobre el psiquismo, fue claro cuando conceptualizó, la perversión como parte de una energía sexual desbordante. Esto es muy discutido por él, en un caso llamado Schreber en el que expone, la incapacidad de los psicóticos de afrontar la gran cantidad de energía que se libera en el curso pulsional. Por eso utiliza para explicar este caso, la metáfora hidráulica. Explica que un líquido que se desborda de un vaso, no puede ser contenido ni neutralizado.
En el marco del psicoanálisis la perversión es el resultado de una distorsión del desarrollo libidinal y de la maduración del yo. Esa condición nace de la incapacidad o dificultad para superar las etapas normales de la organización libidinal. En este contexto es claro que el perverso o la perversa permanece varada a una sexualidad pregenital.
En la antropología lo sitúan con el ser caótico, el doblemente caótico. Todo su ser parece seguir su propia ley, y en total desconexión con las demás partes, y al margen de cualquier conciencia, por eso nos duele a todos y todas ver sus tretas, engaños, pulsiones desbordadas violando la ley cultural y el orden del amor.
Balandier lo llamó en su antropología el hechicero, los anglosajones lo llaman el trickster, los Dakotas lo nombran como el “itsike”. Siempre ha figurado como un ser incipiente, un burlador que provoca la risa en el auditorio, alguien que habla, pero sus palabras no asumen la ley. En los versos del Rig Veda es el caos que personifica donde los dioses descuartizan al gigante Purusha.
Es una amenaza latente que aparece en todos los mitos culturales. Es lo que se espera en las pesadillas de la cultura, como el monstruo que subvierte el orden. En la actualidad, podríamos ver su aparición como fantasma de amenazas latentes que se expresa en la violencia que azuzan en lo cotidiano, los pervertidos morales. Aquellos sujetos que la reproducen para instituir un orden propio. O cuando nos hablan de la extinción de todo lo existente, por medio de la energía nuclear.
La perversión sigue siendo odio, destrucción, dominio, crueldad, goce. Autoriza a quienes la asumen como parte de su entramado psíquico en verdugos que quieren por la fuerza instaurar su orden anómalo. Es la gran maldición del orden ilimitado. Por tanto, le encanta aprender sobre las leyes, ocultarse en los grupos religiosos, parecer víctima en vez de homicidas. Su delimitación es clara remiten siempre a una escisión, porque aceptan sus extraños actos de tendencias inconfesables, porque siempre actúan en la oscuridad, por todo lo que lo habita.
El acto de matar y acusar a los demonios como parte de la posesión. Es un recurso antiguo para infringir el orden. El tomar el recurso de lo místico es una tendencia propia de los que necesitan concentrar el poder en las manos. Pensaba en la alegoría de Abraham y la instauración de la fe entre los cristianos.
En este caso, hay un claro hecho de una perversión polimorfa con trasfondo primitivo de carácter edípico. Pero se detiene para aceptar la ley. Esa genealogía del poder la instaura el cuchillo en la tradición cristiana. Abraham toma el cuchillo por mandato de Dios para sacrificar a su único hijo varón, el cual en una cultura como la judía era el que pasaba su línea de descendía. En el parentesco patrilineal solo se da seguimiento por la línea de los padres. Si el profeta cumple el mandato desarticula de su linaje, pero obedeció como un acto de fe. No obstante, Dios detuvo la orden que él mismo impuso y dio paso a la obediencia de la ley.
Yo tomé este acto como lo hizo Soren Kierkegaard en su texto Temor y Temblor. El expone que la metáfora de Abraham para tratar sobre la fe, es el marco en que se instaura la religión desde un punto de vista moral y religioso. Se le entrega por fe, todo el poder a Dios. Es la resignación infinita que no vamos a tener poder, ni lo podemos tomar en las manos. Y a esto aclaró esa es la metáfora significativa de occidente la de aceptar la castración. Asumir la ley a resignarnos, a que no podemos tomarla entre las manos. Por eso creamos leyes sociales y culturales. Es la virtud que obedece, a la paradoja de la vida, como lo discute el filósofo.
Cuando el profeta decide tomar el cuchillo sabe que atenta contra la moral, pero no con lo religioso, porque su Dios le pidió ese acto contradictorio que es el espacio donde proclama su fe a lo desconocido. Asumir esta paradoja es la resignación, la gran desgracia: no podemos tener poder. Ese poder hay que sublimarlo. Es la sublimidad la metáfora que instaura la ley y con ello el cristianismo. El perverso no se somete jamás, no se resigna a la fe. Su impulso fundamental es desbordarse castigando a otros de acuerdo con sus pulsiones, es poner a Dios como el parapeto que falla, es el espacio donde sucumbe la razón. Por eso dice Kierkegaard nos dice que en ese espacio donde se decide tomar el cuchillo, los humanos entramos en una contradicción y por eso nace la angustia. La que tú o yo tenemos para entrar en la normalidad.
En los medios se habla de un gran escándalo de salud mental y se están argumentando diversas fórmulas y por eso el tema de la locura que no se asume en los sistemas de salud ni se invierte recursos se hace presente. Yo quiero hablar de esa locura que marca el estado del drama prístino de la humanidad. De aquellos que escandalizan y por eso delinean al perverso. Aquel que monta la trama y la cumple. Y lo puede hacer fingiendo, riéndose, utilizando los viejos argumentos teológicos para presentarnos su poder sin remordimiento y culpar al otro de su problema en este caso se habla de los caídos (los demiurgos).
Es palabra transfigurada, un viejo dilema humano. No se asume la castración simbólica. No se admite la figura de lo trágico en nuestro devenir por el planeta. No asumen el saco de la represión de nuestros deseos libidinales por el poder del padre. Lo que todos conocemos como el drama edípico. Todos los que estamos en la neurosis aceptamos la culpa, a lo que sea nuestra fisura en la psiquis. Nosotros estamos sometidos al orden social y divino y eso nos constituye en humanos, no en Dios. Tomar el cuchillo implica un acto primitivo que instaura un orden. Esto forma parte de una espeluznante trama que se encaja en el orden de destrucción de sí mismo como ser humano, al no aceptar la ley o castración y la del objeto. Me preguntó por la psiquiatría dominicana y lo que no vio venir.