Al leer los diarios del día y mirar los retratos presentes solo veo botas, uniformes militares, pechos de siliconas y algo más, cuerpos desarticulados por miles de bombas cargadas en aparatos voladores inteligentes como los fuegos que abraza el Dios Ouranos. Es consciente la estación que no son nuevos tropos, forman parte de lazos invisibles que son dirigidos por el Tánato.
Es una época de sombras donde murmuran los espíritus del inframundo. Los pedigüeños de la guerra están buscando el honor y la valía, a través de triquiñuelas de viejos epistológrafos que manipulan, a los ingenuos que veneran a los psicopompos de la guerra. Es lo que no se parece a nadie. No creen en la felicidad, ni en los pasos tranquilos por senderos emboscados. Es la piedra que frotan para extraer la llama que suscriben los estetas del sin sentido.
Es una época de melancolía, donde suspiran y bailan los herederos de Lord Chesterfield con sus radicales textos para la obediencia. Hoy los chicos universitarios de todo el mundo, acampan por los jardines. Ellos gritan al unísono que se acabe este proverbio de tachadura de letras y voces. No pueden aclamar al Olimpo, ni a los Cielos cristianos. Los acusan de gritar, suspirar y tener rencor étnico. Algunos podemos regresar a casa, otros en cambio se mueren por hambre y bombas. Los campamentos universitarios vociferan que los grilletes son hijos e hijas legítimas de Hefestos.
Ellos siempre han sido soberbios contra lo que quieren apartarnos de la cercanía. Para los libertarios se colocan torturas y flechas. A los otros, las élites de los pervertidos de la paz, lo colocan en un pedestal. No hay posibilidad para obedecer tranquilamente, a los que tatúan la vigilancia, la opresión y la cuerda del horror. Yo y tú merecemos una nueva locación que se inunde de conciliación, donde las creencias, las diferencias étnicas, los pasajes de la vida sean fecundos y se afiance con desenfado al amour de soi y pitié.
Ese amor salvaje que Rousseau describe en su obra Confesiones. El filósofo entendía que lo rural y los paisajes boscosos son bálsamos, una buena medicina, que nos lleva hacía una misma, a los montes interiores de la vida. Los estudiantes demandan formar parte de un cuerpo sensible que se reconforta en un aprendizaje continuo en los jardines universitarios. Están contentos de formar parte del mundo de los conmovidos.
La ley principal de los renglones torcidos es que nos adaptemos como estatuas indefensas frente al polvo. Que el titiritero encierre las marionetas en teatros de muertes, sin poder bailar, cantar, besar, desear o corear por la paz. En el mundo circense del poder imperial, el trapecista, los mimos y payasos están condenados a la obra como lo expresaba Kafka en su quehacer escritural. A ellos, les falta un buen episodio amoroso.
No puedo aceptar ese aire fantasmal del estilo posmoderno, eso no tiene nombre, ni rostro. Ellos, sólo son fieles espantapájaros que inunda de miedo a algunas aves, porque otros, no mercadean la sonrisa, ni formarán parte del equipo, ni de sus maquinarias del terror. De esos jardines metálicos que se oxidan posesivamente por la desgracia de otros, no quiero formar parte.
Las protestas universitarias contra el horror de la guerra y sus gendarmes son legítimas. Los estudiantes no quieren formar parte de los que mercadean la vida de otros inocentes. Tienen el derecho de actuar y corear con todas las fibras de sus intimidades, porque todos, todas y todes residimos en una comarca de la cercanía.