La ultraderecha está en auge aquí, allá y más allá. Las crisis agudas del sistema capitalista traen como consecuencia guerras y nacionalismos destructores. Las guerras internacionales también han producido revoluciones y cambios radicales a lo largo de la historia.
Y es claro que el consenso neoliberal y la globalización han entrado en crisis. Desde la llegada al gobierno británico de Margaret Thatcher en 1979 y en Estados Unidos de Ronald Reagan en 1981 se dio inicio a la llamada “revolución neoliberal”. El modelo keynesiano que predominó en occidente desde el “New Deal” del presidente Roosevelt en EEUU a partir de los años 1930 y con más fuerza después de la derrota del Eje nazi y fascista en 1945. Ese modelo keynesiano de intervención masiva del Estado en la economía y la política social, llegó a su fin en la década de los 1980/90 con la progresiva introducción de cambios neoliberales a nivel global y nacional. Un ciclo de unos 40 años llegó así a su fin.
Las elites de los grandes países capitalistas se reconvertían al nuevo mantra neoliberal. Y con ella, las grandes organizaciones internacionales como el Banco Mundial, el FMI, todos los bancos regionales de desarrollo como el BID, el Banco Asiático de Desarrollo, el Banco Africano y el nuevo Banco Europeo de Reconstrucción y Fomento, y la puesta en marcha de la OMC en 1994. Privatización de todo lo público posible hasta de los acueductos, liberalización sin límites del sistema financiero, financiarización de la economía mundial, traslado de industrias claves de los países desarrollados a los países de la periferia, destrucción de sindicatos y unificación asimétrica del comercio mundial, sobretodo después del colapso de la Unión Soviética en 1991, fueron elementos centrales del nuevo periodo.
Por tanto, ya no serían necesarios en el plano político los viejos partidos socialdemócratas en los países industriales o los partidos populistas en el mundo en desarrollo. El individualismo y el conservadurismo se adueñan de la escena mundial. Incluso, los partidos y políticos socialdemócratas se hacen social-liberales, como Felipe González, Helmut Schmidt y Tony Blair. Pero la crisis causada por esas políticas de deslocalización de la actividad manufacturera a países “más baratos”, como China, Corea, Vietnam, el Sudeste de Asia, México, América Central o el Caribe crearon una crisis en la clase obrera de los países industrializados. Aparece como fenómeno masivo la inmigración de países pobres de África, Medio Oriente y América Latina/Caribe a Europa y Norteamérica y, con su masificación, una nueva forma de ultraderecha nacionalista extrema, como Le Pen en Francia, Silvio Berlusconi-Mateo Salvini y Giorgia Meloni en Italia, los partidos “Brexit” en Gran Bretaña, Vox y Santiago Abascal en España y la derechización del PP y de Ciudadanos, Amanecer Dorado en Grecia, y los partidos gobernantes en Polonia, Hungría, Rusia y el gobierno actual de Ucrania. Pero el fenómeno central de la época fue Donald Trump en EEUU que llevó al Partido Republicano a posiciones de extrema derecha populista.
Racismo, rechazo visceral a la migración, destrucción de la cooperación al desarrollo con los países en desarrollo, entre otras, fueron parte del triunfo neoliberal. Pero cada país tiene su particularidad y características. No es lo mismo el nacionalismo aislacionista del Frente Nacional en Francia que el neoliberalismo mezclado con franquismo de Vox y PP en España, o el “mangú” ideológico del trumpismo en EEUU.
De la misma forma se desarrollan con sus características propias en América Latina movimientos y partidos y líderes de ultraderecha de forma creciente. El mejor ejemplo es el caso de uribismo en Colombia, la oposición antichavista en Venezuela, que gira a la ultraderecha, el fujimorismo en Perú, el caso Milei en Argentina, la evolución ultraderechista del PAN en México y el Partido Republicano de Kast en Chile o de Guillermo Lazo en Ecuador, entre otros. Pero el más icónico ha sido Jair Bolsonaro, en Brasil. Un oscuro excapitán de la época de la dictadura militar reconvertido en líder de la ultraderecha en Brasil, que es una mezcla militaristas, evangelistas, neoliberales y ultraconservadores negacionistas de la historia.
Ninguno de estos grupos o partidos tienen una misma base ideológica. El ex asesor de Donald Trump, Steve Bannon, editor del multimedio “Breitbart News”, inició una campaña de unir esas fuerzas a niveles regionales, como en Europa o América Latina y brindar asesoría electoral y política después de su salida como asesor principal del presidente Donald Trump.
Sin embargo, podemos constatar el avance del nacionalismo de ultraderecha a nivel global. El triunfo del Brexit en Gran Bretaña fue un punto importante en 2015. Ya el Frente Nacional en Francia estaba ocupando espacios creciente dejados por la crisis del Partido Comunista Francés en las zonas obreras. A nivel global es constatable ese auge de la ultraderecha.
Proceso no lineal, como lo demuestra los consecutivos triunfos en América Latina de la fuerzas progresistas y de izquierda, desde 2018, con el triunfo de MORENA y Andrés Manuel López Obrador, seguida con la derrota de Mauricio Macri en Argentina por el peronismo unificado, el regreso del MAS al poder en Bolivia después del golpe de Estado contra el presidente Evo Morales, el triunfo de Xiomara Castro y el partido LIBRE en Honduras, el triunfo de Pedro Castillo en Perú y de Gabriel Boric en Chile y, más recientemente, de Gustavo Petro en Colombia y Lula da Silva en Brasil.
Sin embargo, hay muchos fenómenos preocupantes. La derrota de Bolsonaro en Brasil sorprendió por el estrecho margen de Lula –apenas 1,8%- y la fuerza exhibida por el bolsonarismo. De la misma forma en Chile la candidatura de José Antonio Kast, a pesar de que la coalición de Boric le sacó 10 puntos porcentuales en segunda vuelta, era una candidatura netamente ultraderechista, pinochetista y militarista.
En nuestro país no existe un auge parecido de la ultraderecha, pero hay fenómenos que la podrían amparar, un auge ultraderechista. La deriva neotrujillista y neofascista de los grupos anti-haitianos más activos cuenta, desgraciadamente, con el juego “partidos mayoritarios del sistema”. La crisis en Haití dispara esas tendencias. Hasta las ideas de “guerra con Haití”, el supuesto “peligro haitiano” y las acciones abiertamente racistas en desarrollo lo ponen de manifiesto.
Las llamadas “marchas patrióticas” que han agrupado desde entidades políticas existentes de los “partidos rémoras” del sistema político –aquellos que viven de estar pegados a los grandes partidos-, hasta nuevos grupos neofascistas y paramilitares, como uno que se viste con uniformes militares negros, y atacan violentamente a actividades pacificas de grupos culturales y grupos feministas, grupos de sindicatos o de progresistas, como recientemente sucedió el 12 de octubre en el Parque Colón contra una representación cultural anticolonial.
El peligro de la violencia de la ultraderecha contra haitianos y dominicanos negros crea un estado de peligrosidad latente. Lo más sorprendente de todo es que estas acciones han sido bajo la presencia y hasta protección de la policía, y la pasividad total del Ministerio Público.
https://www.youtube.com/watch?v=9buzJBiBqUo
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