El estado actual, un elogio a la fragmentación. A una pureza de un hedonismo trascendente de corporalidad no anónima, en el que se instaura un yo rígido. La gran pose performática de la “beatitud” de la tecnología, la cual da un buen maquillaje. O los viajes intrascendentes al fondo marino, guiados por una narrativa de aventura barata de películas de Hollywood: buscando el amor en un viejo barco hundido (el Titanic). Tal vez nos encontramos con los nuevos Viajes de Gulliver. En unas vagas nociones de una prole rara que, tras las microdimensiones de la física cuántica, intiman con la razón, quizás tratando de formular un sentido, al fracaso de permanencia, en un planeta que arde.
Es la lógica de los postmodernos, la fragilidad. Una sustancial y radical nueva onda, nesgarse y descomponerse en distintas diversidades razonables, pero siempre buscando que se patentice lo homogéneo, la deficiencia de estos tiempos. Lo real se desgrana como las semillas de guayaba. La objetividad es un propósito hermenéutico difuso. Por lo que las cosas del amor se quedan en el campo de la narrativa poética, la filosofía para principiantes, los trovadores de Dios y los gendarmes del mercado capitalista.
En el psicoanálisis el juego del amor es la apuesta a la cura de algo que tenemos que civilizar. En su hipótesis principal el animal humano tiene una gran deficiencia y esta es la sexualidad, ya que la sexualidad no es la base natural de la vida dotada de cultura; sino aquello que hay que afinar en la vida del animal humano. En el marco antropológico, el trabajo y el lenguaje es lo que otorga humanización. El sexo queda en lo animal, lo que se atrapa en la ontología de lo perdido en el inconsciente. Sexo y sexualidad. Dos entidades políticas diferentes, entrecruzadas en el dilema de la condición humana.
No obstante, la vida sexual es un dominio de los discursos éticos y de reglas que van atrapadas en la cultura. Freud descifraba la sexualidad en un sentido reprimido, aferrada en la parcialidad de la pulsión. En cambio, Lacan en su reflexión unitaria no rechaza esta idea, sino le agrega otra fórmula, y nos da un golpe de karate tan fortísimo que desmaya a la humanidad de un solo estacazo: “no hay relación sexual”.
Esto, por supuesto, nos lleva a un sentido textual. El sexo es un ausente como entidad imposible de verbalizar y de descifrar. Es un lugar vacío de contenido y desgarrado del amor, pues el inconsciente es un terreno donde “el Otro no tiene lugar”.
Por tanto, el goce es limitado. Obedece a la estructura de un lenguaje y de él siempre se escapa algo. Esto es el “Goce del Otro”. Es tal contexto, hay algo que se nos escapa y ello pertenece al inconsciente. Según Jacques Alain Miller, no hay posibilidad para “la lógica de la vida amorosa”. Dentro de esa lógica, algo no se registra y algo no se apunta.
En pocas palabras, la forclusión del otro sexo implica la forclusión del goce del Otro. Por tales lógicas del inconsciente, no se da la relación entre los dos goces. Lo que sucede es una gran imposibilidad ontológica del deseo entre dos cuerpos. En palabras simples, cada uno goza solo y ninguno goza del otro. Es una gran masturbación histórica, la del homo sapiens. Es un gran salto al abismo, como dice Sartre, “el yo que no soy yo”.
Es lo que se busca incansablemente, tras el síntoma traumático del obseso, el histérico, neurótico o el perverso moral. Un final trágico reprimido en ese cuadro dantesco que va del síntoma a lo reprimido y al Otro. Este enigma sigue siendo para Occidente un gran fantasma, ¿existe el amor?
En la temática del psicoanálisis, el amor es una imagen ideal que uno siente de algo que no posee, pero que cree o piensa encontrar en el otro. Una imagen de completarnos, a través del otro, de lo que representa aquello que nosotros querríamos ser. En esta teoría del reflejo, adoptada por Freud, viene el señor Lacan a mostrarnos que hay algo más profundo cuando nos encontramos con el amor. Es clave para el señor Lacan señalarnos que buscamos eso que nos hace diferentes.
En pocas palabras, el amor verdadero es aquel que ama ese rasgo que nos hace diferentes. Amamos aquello que no refleja nuestra imagen. En una búsqueda de existir en el Otro, bajo la falta y la lucha entre el ser y la nada, como decía el filosofo Sartre, o el tematizado discurso de Baruch Spinoza cuando trataba sobre el amor: “la alegría de la idea de una causa exterior”.
En este marco narrativo es claro que en las sinuosidades de estos tiempos sexualizados de Occidente hay un desesperado mercadeo feroz y violento de imponer un imperio de una ética del corazón, un cuerpo sexuado que solo potencia a los iguales, enfermando al espíritu humano. Occidente pretende “civilizar” de manera sectaria los diversos mundos que nos habitan, en ese poder poético del alma inconsciente, el cual sólo puede pronunciarse en lo heterogéneo. Apuesto por ese cuerpo político.