Ya sabemos que el gasto educativo se hace para educar, es decir, para que los niños aprendan, crear habilidades para hacer cosas y gestionar problemas, contribuir al conocimiento científico y desarrollo de las artes y las ciencias. Además, dotarlos de valores cívicos, visión universal y perspectiva crítica para el razonamiento y el cambio.

Desde el punto de vista económico, debe contribuir al crecimiento del producto por vía de la capacitación de la fuerza laboral, la creación, difusión o adaptación de tecnologías y aumento de productividad. Desde el punto de vista social, nivelar el terreno del juego, ampliando las oportunidades para los que están en desventaja, por vía de la mejor calificación.

Visto que en la República Dominicana tales propósitos no se han conseguido, que los niños casi no aprenden, la primera reacción de la gente es pensar que ese gasto es un desperdicio, restando incluso apoyo al esfuerzo del 4% del PIB a la función educativa.

La tendencia es negar todo impacto positivo. Mi percepción es que sí ha tenido impacto positivo, pero no necesariamente en calidad educativa.

La política sectorial se ha esforzado por atraer los niños a la escuela y retenerlos, creyendo que con eso se educaba. Para ello se han destinado recursos a la provisión de insumos materiales como planta física, alimentación escolar, textos, uniformes, medios tecnológicos, etc.

Y ello ha tenido notables impactos sociales no educativos. Por ejemplo, la alimentación escolar, más que política educativa ha sido instrumento de política de bienestar social, que sirve para dotar de alimentos en la escuela a millones de niños. Al mismo tiempo, ha servido como instrumento de redistribución de ingresos, al economizarles gastos en comidas a los padres de bajos ingresos.

Y también, un medio de fomentar la pequeña empresa, al comprar la escuela a productores locales gran parte de los insumos para la comida.

La construcción de escuelas se usó como instrumento de promoción comunitaria, al construirse con ingenieros, equipos, materiales y personal del lugar.

La tanda extendida se propuso contribuir con la seguridad ciudadana, al brindar a los padres la garantía de que los niños están en la escuela, aunque sea perdiendo el tiempo, antes que aprendiendo las artes de la delincuencia o ser víctimas de ella en la calle. En adición, viabilizó o facilitó una mayor participación de la mujer en el mercado de trabajo fuera del hogar.

Recientemente se ha ampliado la dotación de insumos mediante el transporte escolar. La gente que no ha nacido o vivido en campos, pueblos pequeños, barrios marginales o lugares aislados no se imaginan lo que eso puede significar para los hogares pobres. Un componente muy grande de lo que cuesta educarse consiste en el costo de llegar a la escuela.

En definitiva, tal gasto ha sido uno de los principales factores determinantes de los logros sociales que experimenta la sociedad dominicana en reducción de la pobreza, distribución del ingreso, combate a la desnutrición, etc. Es decir, el gasto educativo ha sido un notable instrumento de política social.

Ha reducido la desigualdad y la incidencia de la pobreza, pero no por la vía que se esperaba, en el sentido de habilitar a los pobres para que prosperen, sino por vía de recibir ingresos no monetarios, como alimentos, vestimenta, transporte, etc.

Ha servido para muchísimas cosas, excepto para que los muchachos aprendan matemáticas, lengua española, física, química, historia, geografía, y tantas cosas que son fundamentales para enfrentar los retos de la vida y la prosperidad personal y social.

Mucha responsabilidad de ello la tienen las universidades, que han enseñado a enseñar, pero sin que los maestros sepan qué enseñar. No hay formas de que enseñen matemáticas si no saben matemáticas. También tiene culpa la dirigencia magisterial, opuesta a todo cambio, y el Ministerio de Educación por no haber sabido imponer la disciplina que manda un sistema grande y complejo.

Maestros con muy escaso conocimiento sobre las materias que tenían que enseñar, criados, formados y desarrollada la práctica docente en el contexto de una cultura del poco esfuerzo, una cultura de interrumpir la docencia por cualquier nimiedad, no parecían ser el agente adecuado para conducir una revolución educativa.

El resultado es una sociedad menos desigual, pero sin que la educación cumpla su rol de dar sostenibilidad al desarrollo económico, pues no contribuye a la creación de conocimiento, necesario para la generación de tecnologías, o al menos para la difusión y adaptación de las mismas, a los fines de elevar la productividad de los trabajadores.