Miró con el rabillo del ojo, los últimos acontecimientos relacionados con el proyecto de ley del nuevo Código Penal, el cual fue aprobado en segunda lectura. Reconozco que no soy experta en asuntos jurídicos. No obstante, leo por doquier que este proyecto de ley ha generado múltiples críticas de rechazo por parte de los pensantes del país, incluidos el propio gobierno.
Entre esas observaciones señalan que este nuevo código somete a las mujeres y a los menores. Se hunde en la colonialidad del poder. Este proyecto rechaza todos los avances que en términos jurídicos han alcanzado las mujeres y los menores en su lucha histórica de liberación contra el patriarcado isleño. Cuando leo toda esa información me revuelvo en la biología del rechazo y apuesto por las instancias que nos gobiernan para que se produzca un brinco histórico. Tal vez saltando la soga, se pueda ejecutar la tarea de impulsar una cultura política de justicia para todos, todas y todes.
Este nuevo código sitúa un lenguaje que se desploma en el silencio. Una estructura lingüística atrapada en consideraciones jurídicas que imposibilita una ética y estética de la oposición. Y esto me hizo pensar en Diógenes como una llave para abrir esta cerradura oxidada por un pensamiento que niega el libre albedrío y nos pone en una escena con un montón de telas que cubren los signos de una estructura filosófica que no favorece la diversidad. ¿Y por qué Diógenes?
Sencillo, es un pensador que irrumpe en lo cotidiano. Eso que está presente en el acto. Lo que nos saca del sopor, al mostrarnos un mundo lleno de violencia e ignorancia. Es aquel que usaba lo opuesto para escenificar el arte performativo usando la ironía y tensando la fisura psicológica para revelar los límites y poner en escena aquello que está oculto.
Cuando propongo a Diógenes en lo que respecta al proyecto del Código Penal es provocar con el teatro de la realidad actos performativos por el ciberespacio, las calles y recovecos de la isla
Diógenes te enseña a decir, no. Es establecer unas maromas de bailarines mostrando en la calle la hipocresía de los representantes de las cámaras legislativas en relación con la asunción de costumbres machistas y violentas ya caducas. Las cuales se hunden en costumbres que pocos han examinado en la escuela y familia. Es mostrar teatralmente el vocabulario de la negativa, del rechazo para dejar al descubierto las grietas de prácticas que se constituyen en anatemas totalitarios que son propios de doctrinas conservadoras.
Cuando propongo a Diógenes en lo que respecta al proyecto del Código Penal es provocar con el teatro de la realidad actos performativos por el ciberespacio, las calles y recovecos de la isla mostrando esos trozos de realidad que línea a línea muestran los diálogos violentos en la familia, las relaciones amorosas, en los poderes del Estado, en la fuerza pública, entre otro.
Usar el arte escénico para cooperar con los conmovidos. Es actuar con la pintura de lo irónico. En pocas palabras mostrar las causas nobles e irreprochables de los individuos que legislan, pero que voltean la cara con los feminicidios, la violencia intrafamiliar, la violación sexual, violencia a los menores, etc. La lámpara de Diógenes es provocadora y educativa.
Yo imagino a los jóvenes que manejan los medios de comunicación creando teatralidad con cada una de las precisiones literarias que no leen y se aprueban. Me deleito de ese teatro popular mirando los buenos oficios de los legisladores mientras conversan con estatuas de sal y huyen despavoridos con los escenarios de violencia intrafamiliar por confundirlo con el Covid o con bañistas desnudos en la playa de Güibia.
Me encantaría ver a un Scooby-Doo protagonizando una película de misterio en las cámaras legislativas, mientras trata de descifrar el misterio del Código Penal leyéndolo al revés, porque la trama es ser valiente para tomar entre las manos los secretos misteriosos que caracterizan el déjá-vu del eterno retorno de las virtudes del viejo jefe que resucita de la Avenida 30 de mayo, como un hombre ideal que toma la toga de un gran penalista y busca la verdad con el látigo de Némesis. En fin, Descarte con su virtud racionalista no me puede dar respuesta con el retrato de los funambulistas que ordenan y evalúan la industria de las leyes.