Para Américo Lugo la nación dominicana no existe “porque no tiene la conciencia de la comunidad que constituye, porque su actividad no se ha generalizado bastante. No siendo una nación, el Estado que pretende representarlo no es un verdadero Estado”. “No hay Estado, aunque se proclame, se establezca y se organice, el pueblo no logra constituirlo, porque el Estado dominicano es el reflejo de la mudable voluntad de las masas populares, de ningún modo la expresión de una voluntad pública que aquí no existe”. No existe la nación “porque no tiene la conciencia de la comunidad que constituye, porque su actividad no se ha generalizado bastante. No siendo una nación, el Estado que pretende representarlo no es un verdadero Estado”. “No hay Estado, aunque se proclame, se establezca y se organice, el pueblo no logra constituirlo, porque el Estado dominicano es el reflejo de la mudable voluntad de las masas populares, de ningún modo la expresión de una voluntad pública que aquí no existe”.

Lugo analiza el Estado dominicana y encuentra que “en su estado actual” presenta dos rasgos esenciales: “carácter falaz” y carácter autoritario, es un falso Estado, porque: “El Estado Dominicano fundado sobre un pueblo y no sobre una nación, no ha podido subsistir sino en condiciones de farsa o parodia de los Estados verdaderos, o de comedia política ya ridícula, según las circunstancias”. Opina que: “Hemos sido siempre un pueblo dirigido por el despotismo; jamás nación gobernada por un Estado. No hay estado posible donde el pueblo no haya adquirido la conciencia de su comunidad nacional, es decir, de su unidad personal. Sólo elevándose a esa conciencia se convierte en nación y, entonces (…) el Estado que organiza es un verdadero Estado”.

Lugo oscila entre el optimismo y el más profundo fatalismo, reconoce que es “cierto que la aptitud política de los pueblos tiende a afirmarse por entre la obscuridad y el tumulto de las pasiones, y acaso no esté lejana para nosotros la aurora de un Estado nacional”; pero también piensa que “Nosotros no llegaremos a constituir nunca un Estado (…) mientras no se cree esa virtualidad política sin la cual todo Estado es un cadáver y todo pueblo una porción de humanidad fatalmente destinada a caer en el seno de un Estado verdadero”.

Lugo cree que los Padres de la Patria nos legaron este sublime disparate de la nacionalidad prematura, y nos enseñaron a amarlo sellándolo con su sangre, debemos sellarlo a nuestra vez con la nuestra, ascendiendo del sueño a la realidad por una escala de esfuerzos y dolores. Al fin y al cabo, los pueblos solo se amayoran a fuerza de sangre y lágrimas”. Ese amor patrio lo conduce, a pesar de que el Estado dominicano tiene “carácter falaz”, no propone su abolición, el Estado dominicano no debe ser suprimido ni clausurado, por el contrario, cree “que debe ser mantenido en su actual carácter falaz”. En tal estado de cosas: ¿Qué valor tiene, desde el punto de vista del derecho público moderno, este pequeño Estado dominicano? Ninguno. En nuestro contexto sociohistórico no hay Nación ni Estado dominicano porque no nació viable. “Murió asfixiado en la cuna”.

En el siglo pasado, Moscoso Puello, en sus famosas “Cartas a Evelina”, también asienta la tesis que se expone: “Este país, no tiene todavía, y algunos afirman que no tendrá nunca, educación cívica suficiente para vivir una vida de libertad y honestidad. Aquí se juega a gobierno. No tenemos ciudadanos. Las dos terceras partes de la población está constituida por campesinos completamente ignorantes, cuya mentalidad no ha avanzado gran cosa desde la conquista. La otra tercera parte está formada por hombres de mediocre ilustración y corrompidos, que adolecen de las taras que nos legó la escoria de los conquistadores y de otras razas inferiores. No hay, pues, elementos para establecer un régimen político avanzado de acuerdo con la hora de progreso que vive el mundo. Después de la independencia, se ha debido hacer una campaña para enseñar al pueblo, para elevar su nivel intelectual, para homogeneizarlo, desde el punto de vista etnológico. Esta campaña fundamental está por hacerse.  Una cruzada por la instrucción, una guerra sin cuartel al analfabetismo ha debido hacerse sistemáticamente. Pero se ha hecho lo contrario. Se ha dejado al pueblo en la más crasa ignorancia, sin duda, con el propósito criminal de explotarlo, de manejarlo libremente”.

Para que exista la nación es necesario una condición histórica: “Esta supone un pueblo que tiene conciencia de su comunidad y unidad: es el pueblo organizado y unificado” / “En cierto aspecto no somos un pueblo, un verdadero pueblo capaz de evolucionar consciente y progresivamente. En realidad no somos más que una masa sin precisos contornos (…) sin rumbos fijos, sin ideales, de una inferioridad mental que la incapacita para elevarse a un concepto de Nación”. No hay nación “aquí no hay conciencia nacional. No hay ciudadanos, hay habitantes. Hombres que viven sobre un territorio consumiendo lo indispensable para la conservación de la vida, sin concepto alguno de su verdadera función político-social”.

Esta ideología que infravalora al pueblo dominicano es el fundamento teórico del autoritarismo despótico predominante en la historia política nacional, nuestro sistema político contemporáneo dominicano descansa en una cultura política profundamente autoritaria, en la cultura de la corrupción y en el continuismo político. Sobre el continuismo político Federico García Godoy planteaba que “el continuismo se singulariza y manifiesta en una acentuada tendencia a la acaparación indefinida de las funciones del poder supremo por un tirano o por una oligarquía”. García Godoy distingue dos tipos de continuismo: “En la dirección de la cosa pública pueden imperar dos clases de continuismo: El de las ideas y el de las personas (…) El continuismo personal es siempre absorbente y tiránico. Para librarse de él es necesario cortarle la cabeza con la espada de las insurrecciones libertadoras”.

Juan Daniel Balcácer sostiene que: “El continuismo político se caracteriza por el uso habilidoso de la constitución, del sistema jurídico y de procesos electorales casi siempre amañados que permiten al gobernante de turno perpetuarse en el poder bajo un manto de aparente legitimidad. Por su naturaleza antidemocrática, el continuismo por lo general deviene en una modalidad iliberal de gobierno, tal y como aconteció con los gobiernos encabezados por Horacio Vásquez (1924-1930) y Joaquín Balaguer (1966-1978 y 1986-1996)”.

La integración de los intelectuales dominicanos a las dictaduras criollas es justificada en la ideología que afirma que somos un pueblo sin condiciones para la vida democrática.

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