La carrera de los grandes personajes se compone de grandes decisiones, pero también de la suma de pequeños detalles. Muchas veces, los pequeños detalles evidencian sus verdaderos pensamientos. Un detalle de la personalidad define grandes acciones. Creo, como el biógrafo alemán Emil Ludwing, que un detalle habla más de una persona que muchos discursos.
Hay una anécdota ocurrida entre el dictador Rafael Leónidas Trujillo y el ex general colombiano Gustavo Rojas Pinilla, que por si sola basta para conocer el carácter del Jefe, y lo que pensaba sobre los dictadores. También sobre su firme decisión de permanecer en el poder mientras viviese, aunque fuese a sangre y fuego. Siempre entendió que solo muerto dejaría de cabalgar el brioso caballo de la nación. Y así fue.
Rojas Pinilla asumió el poder en 1953. Su reinado como dictador fue efímero. Cuatro años después, en 1957, es derrocado por una Junta Militar, y viene a la República Dominicana como exiliado. Aquí encontró la seguridad que todo dictador depuesto busca, y también gozó de la distinción de Trujillo.
El Jefe tenía fama de respetar el derecho de asilo. Por eso, entre 1957 y 1959, a la RD vinieron, derrocados y exiliados, el argentino Juan Domingo Perón, el colombiano Gustavo Rojas Pinilla, el venezolano Marcos Pérez Jiménez y el cubano Fulgencio Batista. Por Rojas Pinilla y Domingo Perón, el Jefe sentía simpatía, y les dio buen trato, sobre todo a Perón. No así por Pérez Jiménez y Batista, por quienes no simpatizaba. En el caso de Batista, sentía desprecio, y se lo demostró con creces.
Al dictador cubano nunca le perdonó haber huido y entregado el gobierno a Fidel Castro. Siempre consideró a Batista como un miserable cobarde que no hizo lo suficiente por seguir en el poder. Intuía que el triunfo de Fidel Castro le generaría problemas, como efectivamente ocurrió.
Una tarde de 1958 se presentó al despacho del Jefe en el Palacio Nacional el ex general Gustavo Rojas Pinilla. Tras los preámbulos de rigor donde le expresó al Jefe su agradecimiento por su hospitalidad, le habló con franqueza de su precaria situación económica, llegando al final a solicitarle que le comprara su residencia en Bogotá.
Trujillo, asombrado, le preguntó por el precio de la vivienda y por el uso que le pudiera dar. Rojas Pinilla respondió que podría ser usada como Embajada Dominicana en Bogotá.
En esa entrevista, por casualidad, se encontraba también Hans Paul Wiese Delgado, que en ese momento fungía como Administrador de la empresa Azucarera Haina, propiedad de Trujillo, que dirigía sus grandes negocios azucareros, lo que significa que era un hombre de su absoluta confianza. Hans quiso retirarse cuando entró Pinilla, pero Trujillo le pidió que se quedara. Y un pedido del Jefe era una orden.
Muchos años después, en el 2000, escribió un interesante libro titulado "Trujillo, Amado por muchos, odiado por otros, temido por todos". En él narra ese acontecimiento del que fue testigo de excepción. Dice:
"Trujillo, saliendo de su tranquila posición de escuchar lo que le decía el ex-General Rojas Pinilla, le increpó, diciéndole: ¿"Cómo es eso de que Ud. no tiene dinero? ¿Y entonces, qué clase de dictador es Ud.?". Rojas Pinilla palideció y balbuceó algunas palabras que no pude escuchar. Estaba visiblemente emocionado y lastimado… Entonces, Trujillo se contestó a sí mismo, diciendo en voz alta: "¿Dictador? ¡Dictador soy yo! ¡Dictador soy yo!, repitió varias veces".
Trujillo terminó comprando la vivienda. Lo que en realidad le molestaba no era el precio, que de hecho sabía que Pinilla astutamente la había sobrevaluado. Lo que le molestaba era que este hombre, dizque dictador, y sin dinero y dando lástima. Para El Jefe era inconcebible que alguien que haya sido dictador de su país, aunque sea por poco tiempo, pudiera estar sin dinero y pasando vergüenzas.
Un poco avergonzado, Pinilla agradeció al Jefe y se retiró. Entonces, dice Hans Paul Weise, que Trujillo molesto le dijo:
"¿Qué clase de dictador es ése? ¿A eso le llaman dictador en Colombia? ¡Dictador soy yo, que dispongo de una de las más grandes fortunas del mundo! ¡Dictador soy yo, que solo muerto me sacan del país..! Yo no podría vivir nunca en el exilio, pues para mí no hay nada como mi país..! Y repitiendo varias veces, agregó, mientras reía sardónicamente: "Solo muerto podrían sacarme del país..¡
Esas expresiones fueron dichas en 1958, antes del triunfo de Fidel Castro, del fallido atentado al presidente Rómulo Betancourt, y sobre todo, antes de que los gringos, temerosos de que su permanencia en el poder llevará el país a otra Cuba, empezaran a presionarlo para abandonar el poder pacíficamente y gozar de su fortuna en el exterior. Los gringos no conocían el carácter de este hombre mulato, caribeño, asesino, decidido, que nunca pensó abandonar el poder vivo.
Lo que dijo al final de esa entrevista era lo que realmente sentía, creía y haría. Y así fue. Solo matándolo dejó el poder. Y solo así su cadáver fue sacado fuera del país.