En las últimas semanas en nuestra sociedad se están produciendo acciones de violencia, tanto en versiones de terrorismo de bandas incontrolables en municipios, barrios, zonas residenciales de gente de altos recursos de algunas ciudades, como de autoridades o personeros que se erigen en tales que, fuera de toda ley, se ensañan contra migrantes, con o sin papeles, en las calles, lugar de trabajo y en sus residencias. Esos atropellos y la sensación de inseguridad ciudadana se expanden en un país que ha apostado al turismo como pivote impulsor de su economía para lo cual invierte tanto dinero para crear la imagen de país seguro. Inconcebible.
La criminalidad recorre el mundo como caballo desbocado. Vivo en una zona de Arroyo Hondo, en el perímetro formando por el Club, la escuela parroquial y el Instituto de Ciegos que posiblemente es el lugar donde más asaltos se cometen por metro cuadrado del todo el país. El sábado pasado, en el parqueo del edificio donde vivo, fue asaltada una médico a punta de pistola, ahí mismo asaltaron a una sobrina mía con dos amigas, a la esposa del destacado arquitecto Marcos Barinas, a dos vecinos y a la hija de uno de ellos, todos residentes en ese edificio. En mi casa materna, a unos 40 metros, asaltaron a dos hermanas, a otra sobrina y dos veces a la señora que trabaja en mi casa. Al entrar y salir de la casa se tiene el miedo de ser asaltado. Pésima calidad de vida, hemos hecho denuncias. Tiempo perdido.
El caso más clamoroso es el que ocurre en el municipio de Villa Mella, una comunidad que está en el mapa de las comunidades con atributos culturales declarados Patrimonio Intangible de la Humanidad. Allí, la criminalidad se ha organizado en bandas que desafían impunemente a las autoridades nacionales y municipales. Por su dimensión, de este problema parece ser consustancial al sistema capitalista a nivel mundial. Por ejemplo, reporta el periódico El País que, según la fiscalía holandesa, en el 2021 en el puerto de Róterdam fueron interceptadas 72,8 toneladas de cocaína, un 74% más que en 2020. El valor de esa mercancía en la calle es de 5,000 millones de euros.
En Bélgica y Holanda, la criminalidad campea a tal punto que la reina y el primer ministro de este último país tienen protección especial por la amenaza de secuestros del crimen organizado. Eso indica que la inseguridad ciudadana, como manifestación de la criminalidad se ha constituido en uno de los lastres más peligrosos del presente, que no repara niveles de desarrollo ni región en que se encuentre país alguno. Aquí, como en otros países, esos flagelos se mezclan con el incremento del odio y la violencia contra los inmigrantes, que además de indispensables para la economía, tienen derechos ciudadanos universalmente reconocidos. Está claro que esta situación ha desbordado la capacidad de respuesta de las autoridades y esto debe detenerse en seco.
El odio, que se traduce en violencia y agresiones físicas y verbales contra los inmigrantes haitianos o de origen, consciente e inconscientemente lo estimulan las actitudes y declaraciones de sectores de este gobierno que asumen el discurso, la práctica y el comportamiento político de esos sectores de la caverna política que desde la época del trujillato y que de la insidia y la violencia de todo tipo han hecho la razón de su existencia. Son frecuentes las incursiones de turbas que incendian casas de familias de nacionales haitianos con o sin papeles, de niñas de tres años o menos despojadas de sus madres en plena calles, al ser éstas apresadas y montadas en camiones para ser deportadas. Todo país tiene el derecho a la deportación, pero esas, entre otras, constituyen una inaceptable bestialidad.
Esas barbaridades enferman el alma de cualquier nación, constituyen una afrenta para cualquier sociedad que aspire a vivir en un estado social y de derecho, ofende la conciencia de todo aquel que se precie de persona que valora la libertad, la igualdad y la solidaridad, valores que guiaron las luchas de muchos pueblos contra la opresión. Desafortunadamente, algunos sectores de la intelectualidad dominicana, lejos de enfrentar las actitudes y posiciones de aquellos que incitan a autoridades y a gente común a que cometan esas atrocidades para hacer “justicia” por sus propias manos, asumen un discurso que consciente o inconscientemente las estimula. Una actitud insólita, impensable en otros países por ellos llamados civilizados.
Nuestro país tiene más de cinco décadas de crecimiento económico ininterrumpido, logrando un lugar aceptable en el rango que mide los niveles de pobreza de los países de la región. Pero estamos en los últimos lugares en lo que respecta a niveles de educación y entre otros indicadores básicos de calidad de vida. A pesar de que algunos creen que una sostenida producción riqueza provoca un derrame o desbordamiento de esta que de varias maneras llega a los sectores necesitados, en esencia, aquí lo que se ha desbordado es la criminalidad, la violencia de todo tipo, el odio/miedo a los pobres, sobre todo a los migrantes de origen haitiano, la miseria moral/cultural y la insensibilidad e irresponsabilidad colectiva. Así no se construye nación alguna, sana por lo menos. El tiempo se agota …