En mi último artículo, abordé el problema de cómo emergen las “electodictaduras”, regímenes autoritarios sustentados en procesos electorales. En dicho escrito señalé que la ineficacia de las instituciones democráticas en resolver los problemas sociales es una de las razones que propician el surgimiento de los gobernantes mesiánicos. La ciudadanía deja de confiar en las instituciones, pues las perciben como parte del problema. (https://acento.com.do/opinion/electo-dictaduras-9238137.html).
En América Latina, uno de estos problemas es el de la criminalidad institucionalizada, tal como lo muestra la novela del escritor mexicano Jorge Volpi, Una novela Criminal, ganadora del Premio Alfaguara de novela 2018.
La obra trata sobre el célebre caso Cassez-Vallerta. A inicios del nuevo milenio, el mexicano Israel Vallerta y su pareja francesa, Florence Cassez, fueron acusados por la justicia mexicana de dirigir una banda de secuestradores llamados Los Zodiaco. Cassez sufrió 7 de años de cárcel hasta que la Suprema Corte de Justicia de México le concedió un amparo basándose en el hecho de que el proceso de recolección de evidencias estuvo tan viciado -incurriendo en flagrantes violaciones a los derechos humanos cometidos por la Agencia Federal de Investigación (AFI)- que era imposible determinar si Cassez era inocente o culpable.
Por su parte, Vallerta no pudo disfrutar del mismo recurso, pues sobre él quedaban pendientes otras acusaciones de secuestro. Continúa en prisión preventiva sin que se le haya realizado juicio. Han transcurrido ya 18 años.
Más allá de la inocencia o culpabilidad de los implicados, el núcleo de la novela de Volpi lo constituye la crítica de que, en un estado moderno, se pudo escribir “una ficción en la cual todos los participantes desempeñaron un papel previamente escrito para ellos por las autoridades” (p. 62).
En palabras menos literarias, un proceso de acontecimientos es reconstruido por las autoridades policiales como si se tratara de una película donde el guion ha establecido previamente quienes son los culpables y los personajes deben memorizar sus diálogos –en este caso, a la fuerza- para producir un impacto emocional en la audiencia televisiva.
El abuso de poder; el empleo de la tortura física y psicológica para obtener confesiones; el encarcelamiento prolongado sin derecho a la defensa; la presunción de culpabilidad; la creación de evidencias para inculpar a un ciudadano; la utilización de las personas para obtener fines políticos y la manipulación de los medios de comunicación son los temas que Volpi denuncia, una realidad muy arraigada en la historia latinoamericana: la existencia de instituciones que no protegen los derechos ciudadanos y que, en cualquier momento, pueden constituir una seria amenaza a la integridad y a la libertad de las personas dependiendo de las circunstancias o del juego de intereses en que se vean involucradas.
De ahí, que, desde muy temprana edad, la ciudadanía interioriza con cinismo el tema de los derechos humanos viéndose atraída por caudillos autoritarios que prometen seguridad, protección y estabilidad en vez de creer en instituciones democráticas que pueden violentar en cualquier momento su integridad.