Ricos, pobres, gobiernos, sociedad civil todos contribuimos en alguna medida a los desastres provocados por el cambio climático. Como pitonisas los especialistas vienen anunciando el calentamiento global desde hace decenios. Existen casi 30 años de registros que muestran aumentos significativos de temperatura en la tierra y los océanos y que son pruebas fehacientes que las cosas van in crescendo.
No hay dudas que padecemos de una aceleración sin precedentes del fenómeno. Cada año se producen más eventos meteorológicos extremos y desastres climáticos causando miles de víctimas. Vamos de récord en récord debido a la alteración del clima causada por actividades humanas, malas decisiones e incluso locuras que se encuentran en la raíz de estas ocurrencias negativas.
Van ya dos años consecutivos que noviembre es un mes atípico y mortífero en nuestro país y las predicciones no van en el buen sentido. En un solo día cayó el 40% de las lluvias totales que caen en un año en la ciudad de Santo Domingo. Numerosos otros países rompen también sus récords de pluviometría por los mismos motivos. Casi al mismo tiempo que nosotros, Estambul sufrió una inusual embestida de las aguas.
Este fenómeno nos obliga a recordar que la República Dominicana es miembro de la Alianza de Pequeños Estados Insulares (AOSIS por sus siglas en inglés), una organización internacional compuesta por 39 pequeños países distribuidos en islas de baja altitud.
Si existe un organismo internacional que toma en cuenta nuestras debilidades y las amenazas que pesan sobre los pequeños países insulares con más razón deberíamos tomar en cuenta con seriedad la mitigación y prevención de riesgos casi inevitables que causan graves pérdidas y daños que afectan a las personas, las sociedades y las economías.
El sábado ha sido un día fatal para mucha gente. Casi todos hemos tenido que bregar con agua, soapes, inundaciones caseras, filtraciones, apagones o daños de electrodomésticos.
Sin embargo, los sectores más vulnerables de nuevo han pasado las de Caín. Las fílmicas hablan por sí mismas. Los más pobres fueron los que más sufrieron. En el Distrito Nacional y el gran Santo Domingo, La Puya de Arroyo Hondo, Manoguayabo, Riberas del Ozama, la Javilla entre otras decenas de sectores han sido severamente castigados con deslizamientos, destrucción de casas, aludes, crecida brutal de ríos y cañadas, y pérdidas humanas.
No podemos olvidar que somos un país de pobres, con hábitat precario, techos de zinc. Las grandes mayorías viven hacinadas y su pobreza cruda se revela con cada fenómeno atmosférico que sea de mediana envergadura. Si no se fueron con el agua a lo mejor hoy secan algunas de sus pertenencias, colchones hediondos, pobres enseres de cocina, juegos de niños rotos, ropitas.
Ya los partidos políticos usan el suceso meteorológico y sus consecuencias como armas de guerra, buscando responsables. Sin embargo, somos todos responsables y el tiempo apremia frente a tareas inconmensurables y costosas que muchas veces no aportan dividendos políticos inmediatos.
Cada uno en su lugar debe asumir su cuota de responsabilidad. No son solo los organismos del Estado los que deben luchar contra el cambio climático; es cada ciudadano de a pie que debe interrogarse y preguntarse qué hacer para contribuir a la protección del medio ambiente.