La irrupción de movimientos de masas en el mismo 1961 estuvo precedido por la llegada del PRD y el MPD desde el exilio. El movimiento clandestino 14 de junio, la única oposición organizada a la dictadura después del fracaso de la expedición de Constanza, Maimón y Estero Hondo, se transforma en Movimiento Revolucionario 14 de junio, y capta la simpatía de la mayoría de la juventud dominicana. Entre el PRD, el MPD, el PSP y 1J4, constituyeron la base de los movimientos progresistas de inicios de los 60. Podría agregarse el PRSC en aquellos años iniciales del post trujillismo y la Alianza Social Dominicana de Juan Isidro Jiménez Grullón, fundador del primer círculo marxista del país en el país, en el año 1920, en el Círculo de Estudios Sociológicos de Santiago de los Caballeros, pero su apoyo al golpe de Estado de 1963 lo aniquiló para siempre. Además surgieron organizaciones conservadoras anti trujillistas como la Unión Cívica Nacional (UCN) y el Partido Reformista de los remanentes neotrujillistas agrupados por el último presidente de la República bajo la dictadura, Dr. Joaquín Balaguer, pero sin lugar a dudas el principal “partido reaccionario” y conservador del país fue la Iglesia Católica.
La tumultuosa primera parte de los años 60 (1961-1966) produjo una radicalización de los movimientos políticos y sociales, con el epígrafe de la insurrección militar del 24 de abril de 1965 para reponer la Constitución de 1963 y el gobierno de Juan Bosch, la guerra civil que le siguió y la masiva intervención militar de los EEUU, bajo el amparo de la OEA, la segunda del siglo XX, dejó una huella profunda en los movimientos de izquierda y en el propio PRD. La radicalización ideológica de Bosch, con obras como “El pentagonismo sustituto del imperialismo”; “Composición social dominicana”; “Crisis de la democracia de América en Santo Domingo”; “Capitalismo, democracia y liberación nacional”, entre otras, y el rechazo al sistema controlado por Balaguer del “matadero electoral”, llevó al PRD a una tensión extrema en su interior. Fuerzas radicalizadas por la influencia del MPD, que hizo una suerte de “entrismo” en el principal partido de masas del país, chocó con las tendencias conservadoras al interior de ese partido. La ruptura no se hizo espera, y Bosch anuncia en 1973 su salida del PRD, “pervertido por la pequeña burguesía trepadora”, y la fundación de un partido teóricamente más radicalizado, el Partido de la Liberación Dominicana (PLD). El PRD tenia como ideología oficial “la revolución democrática nacionalista” extraída de la ideología aprista y la influencia del Partido Revolucionario Cubano de Martí y el Partido del Pueblo Cubano de Eduardo Chibás. El PLD se decantó de esa visión, asumiendo que la tarea pendiente en RD era la Liberación Nacional, y que ese partido tenía un programa y una ideología similar al Frente de Liberación Nacional de Vietnam o de Argelia, rompiendo con las ideas “socialdemócratas” y la alianza con la Internacional Socialista de Peña Gómez.
El PRD se hizo “socialdemócrata” y buscó alianzas con los “liberales de Washington”, con la socialdemocracia europea y los miembros latinoamericanos de la Internacional Socialista como Acción Democrática de Venezuela; el PDT de Brasil; el PIP de Puerto Rico; el PRI mexicano entre otros. El PLD se declaró “marxista, pero no leninista” y se acercó a Cuba, Vietnam, la Unidad Popular de Chile, la socialdemocracia sueca de Olof Palme, entre otros. Mientras la llamada “izquierda revolucionaria” del país atravesó un proceso de marginación continuado. Salió fortalecida de la revolución de 1965, pero fue diezmada en el periodo posterior y entró en una dinámica de reducción de su influencia social y política. El MPD, el más importante de ellos, hizo esa aproximación al PRD entrando varios cuadros a ese partido y una virtual alianza entre Peña Gómez y El Moreno.
El PSP se dividió en 1965 y surgió de esa división el Partido Comunista Dominicano (PCD) encabezado por la juventud del PSP. El 14 de Junio se dividió entre los llamados “transformistas” –que sostenían que el 1J4 podía transformarse en “la vanguardia de la revolución o del proletariado”- y los “no transformistas” que negaban esa posibilidad y pasaron la mayoría al MPD. A pesar de la gran presencia sindical, estudiantil, campesina y en la capas pobres de la población, esa izquierda a la izquierda del PRD y del PLD nunca pudo formular un proyecto común de convergencia, como ocurrió en Chile, en Nicaragua, en El Salvador y otros países de la región y en Europa –Unión de la Izquierda en Francia; Compromiso Histórico en Italia, etcétera. Esto acompañado de la dura represión balaguerista, con cientos de muertos, encarcelados y exiliados, redujo la influencia de la izquierda revolucionaria agravada por su división constante.
Las divisiones entre maoístas, castristas, pro soviéticos, foquistas, albaneses, etcétera, profundizó las divisiones. Cuando en 1982 se forma el frente de la Izquierda Unida con un reguero de siglas difíciles de agrupar, ya la izquierda estaba descontextualizada y marginalizada. Se produjo una estampida hacia el PLD de una parte, y otra hacia el PRD. Cuando llega 1986 y el regreso del reformismo balaguerista ya la izquierda estaba reducida a la marginalidad. El PRD se dividió entre los partidarios de Peña Gómez, los partidarios de Majluta y los partidarios de Jorge Blanco. Pero en ese contexto previo al derrumbe la URSS y la transformación capitalista de China y el llamado “campo socialista”, el triunfo del neoliberalismo mundial a partir de 1980 y en América Latina a partir de 1989 con el Consenso de Washington, las tendencias “progresistas” en el PRD desaparecen con la llegada al poder en 1978 y el PLD con la alianza con Balaguer y el reformismo en 1996.
La pregunta pertinente es ¿queda algo del progresismo en la sociedad dominicana en el siglo XXI? ¿Los partidos y remanentes de la izquierda pueden construir una alternativa unitaria y creíble al orden neoliberal actual? América Latina y El Caribe conocieron una primer ola progresista iniciada con el triunfo electoral de Hugo Chávez en Venezuela en 1998. La misma fue seguida por los triunfos de partidos de izquierda o nacional-populares en Brasil (Lula) y Argentina (Kirschner) en 2003; Bolivia (Evo) y Uruguay (Tabaré Vázquez) en 2005; Ecuador (Correa) en 2007 y Daniel Ortega ese mismo año en Nicaragua, Paraguay (Lugo) en 2008 y el FMLN en El Salvador en 2009, entre otros. Esa “Primera Ola Progresista” fue desigual y muy distinta de un país a otro. Fue sustituida por derrotas electorales de las llamadas fuerzas progresistas –Argentina, Uruguay, Brasil-, golpes blandos –como en Brasil- y golpes militares clásicos como en Bolivia a Evo Morales y en Honduras a Mel Zelaya.
En la actualidad se entiende que asistimos a una Segunda Ola de gobiernos progresistas en la región. El inicio de esta, se considera con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México en 2018. Seguida por el triunfo electoral del peronismo en Argentina en 2019 (Alberto Fernández) en Bolivia con el triunfo de Luis Arce en 2020; en Perú y Chile en 2021 con el triunfo de Gabriel Boric y Pedro Castillo y en Honduras con el triunfo de Xiomara Castro en 2022. Hay altas expectativas con el triunfo del Pacto Histórico en Colombia con Gustavo Petro, y en Brasil en octubre de este año con la posible elección de Lula da Silva de nuevo. La Segunda Ola en América Latina podría ser ampliada a otros países que no han conocido los gobierno progresistas y antiimperialistas. En República Dominicana se ha desatado una crisis de la partidocracia tradicional, sobretodo desde la crisis electoral del PLD a partir de octubre de 2019. El impacto de la crisis de la COVID 19 y ahora de la guerra en Ucrania, podría ser aún más peligroso para nuestro país en los venideros 2023 y 2024, año electoral. En el panorama no hay ninguna coalición alternativa como la formada en Chile por Gabriel Boric, o el Pacto Histórico de Gustavo Petro en Colombia. ¿Estarán las fuerzas progresistas y alternativas dominicanas dispuestas a despojarse de sus dogmas y prejuicios y aprovechar unidas el nuevo ciclo tanto nacional como regional?