Nunca podía imaginar que el tránsito iba a ser un tema de opinión tan candente en Santo Domingo. El “tapón”, el caos y los motoristas son a cada rato breaking news.
Sin embargo, en las pasadas dos semanas, además de las noticias y opiniones que circulan en los medios de comunicación sobre este tema, he escuchado comentarios de personas diversas que me han llamado la atención.
Un joven cooperante me decía que su estadía en la República Dominicana lo había decepcionado “porque trabaja en Santo Domingo y que para una persona que viene de un pueblo francés la vida era difícil entre el ruido sin control de las bocinas, la contaminación y un tránsito descabellado”.
Una amiga peruana que vive desde hace más de 40 años en el país, al llegar tarde a un encuentro por un congestionamiento de larga duración e imprevisto, me mandó este mensaje: “amiga, en un jodido tapón… entiendo que ya es tiempo para nosotros de irnos de la RD”.
Para mi vecino, las salidas en carro se han vuelto un agobio y una fuente de irritación y de limitaciones. Se estresa en los tapones, sufre ansiedad cuando se ve rodeado de motores que rozan su carro como si nada y las patanas desenfrenadas le crean pánico.
Otra amiga de cierta edad no sale de noche y reagrupa todas sus diligencias una o dos veces a la semana en horas fuera de pico, pero de manera incomprehensible de repente por algún capricho de un agente o la incivilidad de algún chofer, estas horas se vuelven peores que las horas de supuesto mayor congestionamiento.
A mí, personalmente, los pases vehiculares antojadizos determinados por los agentes de la Digesett, que pueden multiplicar por tres el tiempo de un trayecto y que ninguna App puede prever, la imprudencia y desfachatez de algunos conductores, la locura y prepotencia de los choferes de voladoras en numerosos sectores, la seudo invencibilidad de los motoristas, así como sus zigzagueos permanentes, me provocan un sentimiento de inseguridad e impotencia.
La inconsistencia de las medidas policiales es también irritante: más de la mitad de los motoristas circulan hoy en día sin cascos, hasta que un buen día alguna orden recuerde su necesidad. A las salidas de las escuelas de barrios vulnerables no es raro ver un motorista hasta con cuatro pasajeros, un adulto y dos niños en equilibrio más que precario.
No es por nada que tenemos el primer lugar en fallecidos en accidentes de tránsito en el mundo. Realmente el tránsito vehicular le resta a la calidad de vida, al derecho a la felicidad y al bienestar mental. Esta situación de caos reúne todas las condiciones para provocar en los choferes y usuarios del tránsito publico ansiedad, agotamiento, irritabilidad y estrés.
El tránsito es la quintaescencia de algunos males que nos afectan como conglomerado. La circulación perturba a millones de personas diarias y tiene múltiples actores que ocupan las calles. El ciudadano de a pie que es el peatón o usuario de transporte público, el motorista, el automovilista, los taxis, los choferes de voladoras y los representantes de una autoridad que ha sucumbido.
Estamos vencidos por el individualismo, la falta de educación y las desigualdades sociales que se traducen en más motoconchos y más deliveris.
Si bien se necesita de grandes planes de ordenamiento se precisa antes que nada reflexionar sobre la ciudad que queremos, sobre la sostenibilidad de comprar carros siempre más grandes y costosos. Pero primero, es imprescindible aplicar la ley, la misma para todos. No imponer multas al azar sino a quienes las merecen, a los grandes infractores sembradores del caos.
Al igual que la educación vial, la civilidad y la corresponsabilidad ciudadana son valores fundamentales que deben ser promovidos en todos los espacios.