“Las instituciones políticas no son siempre instrumentos que ponen en práctica ideas concebidas de forma independiente, sino que, en sí mismas, son encarnaciones de unas ideas. Por mucho que nos resistimos a abordar ciertas cuestiones fundamentales, como cuando es el sentido de la justicia o cual es la naturaleza de la vida buena, no podemos escapar al hecho de que estamos viviendo una u otra respuesta a esas preguntas: Vivimos la teoría”. (Michael J. Sandel: El Descontento Democrático).
Todo lo que atañe a la problemática del capital humano, a la competitividad y con ello, a la necesaria reforma laboral, conjugan. por así decirlo, un verdadero ecosistema que, dependiendo de la manera como abordemos las mismas, nos sitúa en el grado de desarrollo histórico en que queremos ubicar nuestra sociedad. El ejercicio es una tarea ciclópea, empero, trascendental. Son claves para el desarrollo sostenible, de cara a los próximos 20-30 años.
La visión que tengamos y el grado de legitimidad con que se asuman determinará a todo el cuerpo económico, social e institucional de la manera más armónica, no merced del cliché del consenso, allí donde no es posible en función de los intereses particulares que inciden, sino, lo que más conviene al conjunto de la sociedad, sin macrocefalia de ningún lado. Las perspectivas y dimensiones tendrán que fraguarse y constituirse de manera holística.
Nos encontramos en el momento de repensar el tipo de sociedad que queremos y que hacer para lograrlo. No estamos en una crisis, no obstante, en el punto de inflexión para no caminar en la autocomplacencia del éxito del pasado, primero porque no es dable seguir redituándolo por su desgarradora exclusión y asimetría con que hemos logrado grandes cambios.
Urge desterrar la cultura del inmediatismo y de seguir apalancándonos en lo meramente coyuntural, en la tozudez de solo ver los árboles y no el bosque en toda su dimensión. ¿Acaso no hay energía sinérgica en el cuerpo social dominicano para propiciar un gran pacto de nación que recree todo el tejido político, institucional y social que ameritamos, de cara a los próximos 25 años?
¿Es cierto que no tenemos hombres y mujeres de Estado que nos formulen con su inteligencia y optimismo el cambio planeado que necesitamos? Hay mujeres y hombres en el marco de la meritocracia que podrían coadyuvar a ese esfuerzo colectivo. Sin embargo, nos encontramos entrampados “en la filosofía política” de los hombres del partido, del visceral clientelismo, a través del sistema de reparto, en la configuración del Estado como un botín
El capital humano constituye la médula espinal, la esencia del verdadero desarrollo de un país. Es lo que lo determina todo a mediano y largo plazo. Es el soporte nodal de la productividad y la competitividad. El capital humano consiste en personas hábiles e instruidas. Es la suma de capacidades, comportamiento, esfuerzo y habilidades. Es la habilidad más el conocimiento, más la destreza. El corolario esencial del capital humano es el compromiso y la dedicación.
Theodore Schult acuñó el concepto de capital humano. Nos decía que era la suma de conocimientos, habilidades, experiencias y competencias de las personas. El capital humano se fragua en una intensa actividad social que se crea y recrea a través de la educación formal (escuela, universidad e incluso en el mercado de trabajo) en la cristalización de la formación y la experiencia. Constituye el eje principal para la competitividad y para propiciar salarios que generen mayor calidad de vida y bienestar. Es la clave para el desarrollo de la empleabilidad. El capital humano es el rol estratégico de toda sociedad, organización o empresa, sobre todo, en la sociedad de la economía del conocimiento y de la información
Podemos tener personas, pero no capital humano y mucho menos talento humano. Capital humano son las personas con conocimientos, destrezas, habilidades y experiencia. Talento humano subvierte al capital humano al adentrarse en las competencias, vale decir, en la importancia del comportamiento como reflejo de la suma de conocimientos. En otras palabras, hoy no basta con saber sino con saber hacer, sino en la capacidad de transformación de la información en conocimiento y este en la acción, en la praxis social.
El factor humano, el talento humano, hoy día, constituye el marco distintivo y diferenciador de una sociedad, de una organización, de una empresa. Es por decirlo así, el eje articulador de la creatividad, de la innovación y columna vertebral de la competitividad y por ende de la productividad. La calidad, eficiencia y eficacia solo es posible con talento humano en una saludable gestión que conlleve un clima organizacional positivo, un ambiente cálido humanamente.
El capital humano podemos decir que es la perseverancia trascendental del desarrollo sostenible, de todo aquello que involucra logros comunes y colectivos. Cuando observamos los stakeholders nos damos cuenta que la médula espinal es el ser humano, que se recrea con educación, formación, capacitación, entrenamiento. Somos el plus, el agregado de valor, el capital variable para generar capacidades, compromisos y acciones que rupturen el pasado constantemente. Para Nemur la productividad se puede definir como el arte de ser capaz de crear, generar o mejorar bienes y servicios, en su relación costo/beneficio diríamos nosotros. Todo ello, para diferenciarlo de producción. Así, productividad y competitividad son hermanos gemelos. Pero, ¿qué es la competitividad?
La competitividad para Idalberto Chiavenatto “Es el grado en que una organización, en condiciones justa y libre del mercado puede producir bienes y servicios que son aceptados en los mercados internacionales”. Para el Foro Económico Global, a través del Índice de Competitividad, nos define Competitividad como “el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país”. Exportaciones + Innovación + Competitividad constituyen el trípode, la triada, en que se configura el soporte de un país para lograr el crecimiento económico sostenible real.
Requerimos seguir mejorando el capital institucional en el que se encuentran la efectividad gubernamental, la calidad regulatoria, el imperio de la ley y el control de la corrupción para que el clima de negocios propicie un mayor grado de inversión para el país, mejorando sus credenciales crediticias y por lo tanto, generando mayores ahorros en los mercados de capitales. Necesitamos auspiciar los pilares de la competitividad en sus tres componentes: BASICOS (instituciones, infraestructuras, macroeconomía, salud, educación), MEJORA DE EFICIENCIA (mercado, tecnología, negocios), INNOVACION (innovación).
Como nos decía Marcos López Herrador “La dimensión de los cambios que se están produciendo en el mundo es difícil de abarcar…. Lo que se ha dado en llamar Edad Contemporánea están quedando atrás en el tiempo, que los nuevos avances científicos y de las tecnologías de la información, el llamado big data, la robótica, el desarrollo de la inteligencia artificial, la irrupción de la realidad virtual y el llamado metaverso…”. En esa perspectiva debemos de ver la Reforma del Código Laboral (16-92) ya que tenemos data del mes de junio del 1992, esto es, van 32 años de vigencia en un contexto donde la realidad económica, social e institucional ha variado significativamente. Es como el Código Trujillo de Trabajo creado en el 1951. 41 años después se cambió cuando ya el desarrollo económico era enorme y que no debió pasar nunca más allá del 1961.
Para 1966 el PIB de nuestro país no llegaba a mil millones de dólares, para ser exactos, US$0.983. Doce años después se encontraba en US$4,774 millones de dólares, con un crecimiento +385.65 y una evolución de US$3,791. Para 1992 el PIB se montaba en US$16,200 millones de dólares, con un profundo cambio de modelo económico donde se perfilaba la economía de servicios y dejando atrás la economía de postres o agroexportadora.
El desarrollo de la infraestructura, como arquitectura económica, era extraordinario. Tan es así que en el interregno 2004-2012, el PIB pasó de US$22,693 millones de dólares a US$60,658, para una evolución de US$37,965 y un crecimiento de +167.29%. Del 2012 al 2023 el crecimiento del PIB ha sido como sigue: 2012-2017: US$60,658 a US$75,932. Los demás años fueron:
2018: US$72,476 MM.
2019: US$79,521 MM.
2020: US$69,153 MM.
2021: US$80,027 MM.
2022: US$108,051 MM.
2023: US$120,194.2 MM.
De US$16,200 millones a US$120,194.2, quiere decir que el tamaño de la economía en 32 años ha crecido 7-.41 veces más, esto es, 700%. Una infraestructura económica caracterizada por una diversidad inconmensurable donde el sector terciario de la economía representa el 80.5% y donde hoy, el grueso de las empresas trabaja 24 horas, donde tenemos el tele trabajo como una realidad.
El marco normativo, jurídico, en la esfera de la superestructura como contrato social, en este caso el Código de Trabajo, no amerita de más dilación, sobre todo, con tantas inversiones extranjeras que nos ayudarán a un mejor grado de inversión como país y, en consecuencia, a mejores calificaciones de las firmas crediticias o calificadoras de riegos, alejando lo más posible el grado especulativo de nuestra economía, ya no solo por ser una economía más fuerte desde el ámbito del ratio de la deuda, sino por otros parámetros, conduciendo a una economía más próspera y sostenible.
En el libro La crisis del Capitalismo Democrático de Martin Wolf nos señala “Para que nuestras economías y necesidades funcionen mejor, debemos hacer bien algunas de las cosas importantes que se han expuesto. No obstante, el requisito fundamental es una reforma cuidadosa e inteligente destinada a mejorar de manera sustancial la vida de la mayoría de la gente”. ¡Tiempo de evolución, de cambios y de reflexionar la manera de pensar!