El sesgo racionalista y eurocéntrico en el ensayo del Dr. Marte de marras es tan marcado que se limita a la parte este de la isla, como lo indica el término insular en su título. Esto sugiere que Haití, a diferencia del país con el que comparte la isla, no fue, en consecuencia, “por lo demás, un país de tantos analfabetos” en el siglo XIX (83), y que, por el contrario, estuvo en capacidad de formar su concepto de nación; que tuvo una historia escrita desde sus inicios, a pesar de las prácticas del vudú y otras expresiones culturales orales. Según Marte, Haití supo forjar su ser nacional desde el principio, por haber sido, presuntamente, culto, lo cual contrasta con su agenda en este sentido. En su obra La República de Haití y la República Dominicana (3ra ed., Taller, 1995. Originalmente publicado en 1953) Jean Price-Mars reconoce con humildad que “el pueblo haitiano se hallaba lejos, en 1820 o en 1861, de haber alcanzado un grado de civilización del cual pudiéramos jactarnos o sentirnos orgullosos”. (Véase 162) Lo que Marte podría haber pasado por alto es que el vudú funcionó como elemento de cohesión y resistencia ante la dominación cultural europea, gracias a su rica tradición oral, de la cual el ritual es una parte prominente; tradición que, en rigor, los esclavos de Saint-Domingue importaron desde sus tierras de origen: el África ancestral. Esto culminó en su lucha por la independencia en enero de 1804.

Según las argumentaciones de Marte sobre la formación del ser nacional en la República Dominicana, este país se presenta como un mito, una fábula, un invento. En su ensayo, sostiene que el concepto de nación elaborado por los historiógrafos dominicanos ha existido solo en sus mentes “excitadas”. De este modo, hechos espeluznantes protagonizados por figuras como L’Ouverture, Christophe y Dessalines y otros gobernantes haitianos contra los nativos de la parte oriental de la isla—reconocidos incluso por historiadores haitianos—son un reflejo de un nacionalismo igualmente “excitado”. (140) Una perspectiva similar es compartida por no pocos historiadores marxistas dominicanos, quienes, impulsados por una agenda ideológica internacionalista, han llevado a cabo un proyecto de reinterpretación del concepto de nación dominicana, a menudo incluso dentro de instituciones que deberían preservar de modo más definido la identidad nacional. Resulta que la narrativa de ciertos historiadores dominicanos sobre estos hechos es tan fría y objetiva como la forma deliberadamente atenuante en que Price-Mars los aborda. Asimismo, Marte mantiene un tono neutro al referirse a la cuestión domínico-haitiana, desmanes que están registrados en la propia historia de Haití y que se extendieron, en igual o peor suerte, a los propios ciudadanos haitianos.

Para Marte, ninguno de nuestros historiadores del pasado puede escapar de su balanza. Todos caen bajo el efecto de su escalpelo analítico. A ninguno le da la importancia que merece, en contraste con Price-Mars, quien no solo distingue a José Gabriel García como historiador, sino que lo cita en textos sobre hechos históricos importantes de la isla.

Los momentos clave de las historias de los países son capitalizados por un grupo selecto de sujetos históricos, pero esto no impide que el resto de quienes los acompañan en sus hazañas históricas haga suyos esos ideales, siempre y cuando los comprendan como parte del bien colectivo. Que Alejandro Magno, César, Napoleón, Bolívar y demás héroes de la historia se hayan destacado en sus épocas no quita que las grandes masas a las que dirigieron también hayan tomado parte consciente en la experiencia histórica que compartieron.

Al leer entre líneas sus trabajos de interpretación historiográfica apunta a que nuestro erudito se ha embarcado en la tarea de desmontar cualquier recodo del discurso historiográfico dominicano respecto a la formación de nuestro ser nacional. Esto se hace sin que parezca corresponder a la nobleza y buena fe de las instituciones y revistas que le ceden espacios para divulgar sus estudios, así como el encargo de investigaciones sobre valores fundamentales de nuestra identidad nacional.

El investigador Marte busca ofrecer respuestas para cada mínimo episodio o hecho histórico que cae bajo el ejercicio de su genio analítico. No pasa por alto ningún detalle relacionado. Su intento de agotar todas las citas posibles para sustentar su tema es notable; aspira a no dejar cabos sueltos. No es que deba reprochar a un investigador que observe el rigor necesario en sus estudios; nada más lejos de nuestra intención. Sin embargo, cuestionamos su pretensión de desmantelar los fundamentos del concepto de identidad nacional en la República Dominicana. Es una quimera intentar abarcar todos los sentidos en un discurso. Con respecto a este punto, en El placer del texto (1982), Barthes sostiene que en un texto se pueden descubrir baches y silencios que solo el lector puede llenar. Se burla del concepto de autor, al que declara muerto, al ver que un texto está lleno de citas, paráfrasis y resonancias de otros textos; que es el caso del texto que analizamos.

Para el erudito bajo estudio, los historiadores tradicionales dominicanos serían una especie de aficionados, es decir, les habría faltado la formación de historiadores propiamente tales. Esto implicaría que no construyeron su visión de la historia dominicana apoyándose en la consulta formal de los Archivos de Indias de Sevilla, en los eclesiásticos, en los de los cónsules y en otros (Véase nota al pie, 96), en lugar de la tradición oral, lo que refleja su escepticismo como historiador hacia esta fuente de información histórica; esto también indica cierta distancia o dudas sobre su validez y confiabilidad para transmitir hechos históricos por privilegiar fuentes escritas y documentales.  De ser así las cosas, para este tipo de discurso racionalista y eurocéntrico la verdadera historia de la República Dominicana clama por ser escrita, lo que asume que alguien con formación de historiador debería comenzar a hacerlo. De esta suerte, Marte emprendería la labor a la que se sentiría llamado, como se adivina en su empeño didáctico, evidente en el uso excesivo del adverbio "por ejemplo" y en el abuso de conjunciones adversativas como "sin embargo", "empero" y "ahora bien". En rigor, estamos frente a una estrategia discursiva restrictiva y de resistencia, como se refleja en el uso abundante de otra conjunción adversativa, "pero", en muchas de las páginas de su ensayo.

Nos sorprende que los manes tutelares principales de Marte, citados en “La oralidad sobre el pasado insular y el concepto de nación en el mundo rural dominicano del siglo XIX”, no tomaron a la República Dominicana como campo de estudio directamente. Esto indica que, en el fondo, el ser humano es el mismo en toda época y cultura. Empero, por lo que parece, el historiador utiliza este principio como si fuese aplicable exclusivamente al caso dominicano, visto el hacha ideológica que afila.

Rechazamos la tentativa de Marte de desmantelar el concepto del complejo proceso de formación de la identidad nacional dominicana, al imponer una mirada racionalista y eurocéntrica que ignora la importancia de la transmisión oral de nuestra historia. Entendemos que su propuesta de investigación se aplica a pueblos y culturas con estadios más desarrollados que los nuestros, que, no obstante, han tenido experiencias semejantes en sus orígenes y evolución histórica, especialmente en lo que respecta al valor de la tradición oral que comparten como denominador común en sus inicios.

De este modo, como sucede con cualquier otra disciplina, toda historia tiene sus grados de maduración. Creemos que lo que Marte hace mayormente en sus ensayos de interpretación, más que trabajos de investigación en el sentido estricto del término, son análisis de textos apoyados en otros autores que, a poco o nada, conducen en materia de aportes historiográficos. Sin embargo, reconocemos en él un amplio dominio del uso de la metodología de investigación en historia, al manifestar en no pocas ocasiones un espíritu investigativo más penetrante sobre hechos históricos que el que han tenido historiadores ya establecidos en nuestra cultura.

En conclusión, la obra de Roberto Marte invita a una reflexión crítica sobre la construcción del ser nacional en la República Dominicana, desafiando narrativas históricas convencionales y abriendo un espacio para el debate sobre nuestra identidad cultural. Si bien su enfoque crítico presenta una mirada necesaria y provocativa, también nos lleva a cuestionar la validez de sus argumentos y la aplicación de su metodología a un contexto tan específico como el dominicano. La historia, en su esencia, es un tejido complejo de experiencias compartidas y memorias colectivas que trascienden las fronteras ideológicas. Por tal razón, es fundamental abordar nuestro pasado con una visión que, sin renunciar a la crítica, también reconozca la riqueza de nuestras luchas y la pluralidad de voces que han conformado el país que somos hoy. Así, podemos construir un entendimiento más integral de nuestra historia, que celebre tanto nuestras diferencias como nuestras intersecciones, y que contribuya a una identidad nacional inclusiva y dinámica.