Sería interesante conocer el promedio de decisiones de políticas públicas que el gobierno ha echado para atrás ante cualquier reclamo, aun sin tomar en cuenta el peso político de quien la hace.
Siento que caminamos a ciegas. Nuestro gobierno no tiene un programa ni una visión que oriente las políticas públicas y por tanto sus funcionarios no se han empoderado de los objetivos y metas que se propone, pues los desconoce al igual que la ciudadanía que pudiera darle apoyo.
A falta de partitura, los funcionarios tocan desafinado y por tanto a la mayoría de la población le da trabajo seguir el ritmo.
Ningún gobierno podrá hacer nada relevante sin programas, proyectos, objetivos y metas, las cuales deben ser viables, medibles y confiables.
Es deber del ejecutivo darle seguimiento diario y llamar al orden a los que desafinan. Así como hacer los esfuerzos necesarios para empoderar a la ciudadanía de su proyecto de nación, en procura de sumar fuerzas para ejecutarlo.
Ningún funcionario público, en especial el presidente, puede pretender ser una monedita de oro que a todos guste, pues a la larga la inercia lo hará fracasar. Deberá correr riesgo con valentía, invertir su capital político sin temor a perderlo, pensando en el bienestar del pueblo y su futuro y no en la próxima elección.
Hablar en estos términos en un país atrapado por el clientelismo, con instituciones débiles y con una clase política que da pena, salvo honrosas excepciones, es como arar en el mar; pero soy de los que piensan que hay batallas que hay que dar, aunque se pierdan.
Esto resulta más preocupante cuando vemos una oposición vacía de contenido, incapaz, en la mayoría de los casos, de emitir una crítica o una propuesta constructiva pensando en el país y no en sus intereses personales.
Los apologistas de la democracia repiten constantemente, que la oposición representa el equilibrio en los procesos democráticos, y si ella no cumple con su papel la democracia es imperfecta.
En nuestro país ese axioma es pura palabrería pues históricamente, en la generalidad de los casos, el papel de la oposición se ha centrado en tratar de inclinar la balanza en su propio beneficio y cuando llegan al poder repiten los mismos errores, que se pretenden justificar con el vergonzoso estribillo que dice ¨una cosa es con guitara y otra con violín¨.
Por lo tanto, toda esa inconsistencia paralizante no nos debe sorprender.
Lo que no podemos es quedarnos tranquilos y seguir permitiendo que el clientelismo nos mantenga de rodillas y a su merced haciendo lo que le venga en gana y en su propio beneficio.
Es hábil el titiritero, pero las sociedades no se suicidan y al escribir esto viene a mi mente una consigna del pasado que hizo vibrar nuestros corazones y temblar a nuestros opresores: ¨El pueblo unido jamás será vencido¨.