Las palabras que encabezan este artículo no son mías. Son de un judío, un israelí sionista. Son de un fundador del Estado de Israel. Son del tres veces Primer Ministro, Issac Rabin, y fueron dichas el 13 de septiembre de 1995, en los jardines de la Casa Blanca, en presencia del presidente William Bill Clinton y del líder histórico de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat.
El momento era trascendental, histórico, para Israel y Palestina. Se firmaba el famoso Acuerdo de Paz de Oslo, entre Israel y la OLP, en representación de los palestinos. Ese acuerdo debía pacificar esa conflictiva región y sentar las bases para que dejara de haber sangre y lágrimas, como lo proclamaba Issac Rabin.
Nacido en 1922 en la Palestina del mandato británico, Rabin fue, junto a Moshé Dayán, Menájem Beguin, David Ben Gurión, Shimón Peres y Golda Meir, un fundador del Estado judío en 1948. Incluso, había pertenecido al cuerpo élite de Haganá, la organización terrorista responsable de varias matanzas de palestinos. Luego le tocaría participar en todas las guerras entre Israel y los países árabes. En la llamada Guerra de los Seis Días de 1967, siendo ministro de defensa, encabezó las tropas que tomaron la parte Este de Jerusalén. También tomó Gaza, Gisjordania y las alturas del Golán de Siria. Aquella fue una victoria absoluta para Israel.
En 1974 fue escogido por primera vez como Primer Ministro, y lo sería dos veces más, en 1992 y 1994. Es decir, estamos hablando de un israelí curtido en la política y la guerra.
En 1984 es designado nuevamente ministro de defensa, y ese período iba a ser crucial, para él en lo personal y para Israel como nación. También para la causa palestina. En ese período, a partir de 1987, inicia la llamada Intifada, que fue el levantamiento de los palestinos de los territorios ocupados. Fue un levantamiento de profundas dimensiones populares que sorprendió al mundo. Hasta ese momento todo lo relativo a la causa palestina era determinado en el exterior por la OLP y por Yasser Arafat. Ahora se verificaba un cambio en la dinámica palestina. De repente, y sin recibir órdenes de los líderes palestinos residentes en los países árabes, los palestinos de Gaza, Cisjordania y Jericó se lanzaban a luchar contra la odiosa ocupación israelí por decisión propia. La Intifada, conocida también como La Revolución de las Piedras, marcaría un punto de inflexión, un antes y un después, y cambiaría la visión de muchos actores del conflicto, entre ellos el Primer Ministro Issac Rabin y el carismático líder Yasser Arafat.
II
Yasser Arafat también era un político de mil batallas. Era el más alto símbolo de la causa palestina. Durante cuatro décadas fue el árabe del rostro más famoso y conocido de la política del Medio Oriente, más conocido incluso que líderes de tanta importancia como los egipcios Yamal Abdel Nasser y Anuar Al Saddat. Arafat fue el hombre que puso el problema palestino en la agenda mundial.
Fundador del movimiento político militar Al Fatah y de la Organizacion para la Liberación de Palestina (OLP), consagró su vida a la causa palestina y no tuvo ni un día de descanso. Acusado de terrorista se convirtió en un objetivo de guerra de Israel. Le tocó desde el exilio presenciar, con dolor en su alma, en 1967 la llamada Guerra de los Seis Días y la toma de la parte Este de Jerusalén, Gaza y Cisjordania. Luego sufrió momentos muy duros en Jordania y en el Líbano. En septiembre de 1970 centenares de palestinos fueron atacados y asesinados por el ejército jordano. En Beirut, los campamentos palestinos de Sabra y Shatila fueron cercados en 1982 por las tropas israelíes dirigidas por Ariel Sharon. Miles de palestinos civiles fueron asesinados, y el propio Arafat salvó su vida milagrosamente.
En síntesis, Isaac Rabin y Yasser Arafat eran dos guerreros. Ambos luchaban por todos los medios en favor de las causas de sus pueblos, cada quien de acuerdo a su circunstancia, intereses e ideología. Pero, ironía del destino, es a ellos dos que les tocaría verse las caras y firmar los Acuerdos de Paz de Oslo donde Rabin proclamó "Basta de sangre y lágrimas".
Era la primera vez que palestinos e israelíes se sentaban a negociar y llegar a acuerdos. Y ese solo hecho era ya un logro trascendental. Claro, no fue fácil. Fueron dos años de intensas negociaciones, de reuniones, de desconfianzas, de ir y venir, de propuestas y contra propuestas, de saltar escollos, de luchar contra los radicales. Y si al final se llegó a acuerdos se debió a que esos dos hombres, uno judío israelí y otro musulmán palestino, entendieron llegada la hora de poner un alto en el camino de la guerra para explorar las posibilidades de alcanzar a la paz.
III
Pero lamentablemente, tanto en Israel como del lado palestino y árabe, había muchos líderes opuestos a la paz. Del lado palestino, Hamás nunca estuvo de acuerdo y se dedicó a torpedearla. Apenas una semana después de firmado el Acuerdo, Hamás reivindicó un atentado terrorista donde murieron varios israelíes civiles. Tampoco la Irán de los Ayatollah ni la Siria de Hafez Al Assad. Ni siquiera el rey Hussein de Jordania, pese a que él mismo había firmado un acuerdo de paz con Israel. Del lado israelí, el partido Likud expresó su desacuerdo y el propio Benjamín Netanyahu, líder de ese partido ultraradical, realizó una intensa campaña de ataques y descalificaciones contra Issac Rabin. De manera que contra esos acuerdos se unificaron, cosa extraña, Hamás y Netanyahu. Hamás acusó a Arafat de vender la causa palestina, y Netanyahu acusó a Rabin de sentar las bases de la destrucción de Israel. Era el mundo del extremismo radical operando en ambos lados. Y eso nada bueno trae.
Esa campaña de Netanyahu contra Rabin desembocó en su asesinato. El 4 de noviembre de 1995, en la plaza de los Reyes de Israel, hoy plaza Issac Rabin, en el centro de Tel Aviv, Yigal Amir, un joven de apenas 22 años, inconforme por el Acuerdo de Paz y motivado por la campaña de ataques de Netanyahu, logró burlar el anillo de seguridad y dispararle a Rabin tres veces por la espalda cuando bajaba de la tarima donde minutos antes había encabezado una gran manifestación por la paz. Con su muerte, se sepultó todo lo que se había construido y lo que pudiera haberse construido en el futuro en favor de la paz. Un par de años después de su asesinato, Netanyahu asumió el poder en Israel hasta el día de hoy. Y del lado palestino, muerto ya Yasser Arafat el 11 de noviembre de 2004, siendo el Presidente de la Autoridad Nacional Palestina, en un hospital de París, luego de meses de deterioro de su salud, Hamás, apoyada por el poder económico y militar de Irán, fue adquiriendo más preeminencia, hasta que en el 2006 se alzó con el poder completo de Gaza.
Con Netanyahu en el poder de Israel y con Hamás en Gaza, no había, ni hay, posibilidades para la paz. Ambos creían, y siguen creyendo, en la guerra, en la destrucción del otro, no en la convivencia con el otro, como habían terminado sus vidas creyendo Arafat y Rabin. En ese contexto, en el mundo de los radicales, triunfa no el que tenga razón ni la causa más justa, sino el que tenga más fuerza.
La muerte de Rabin conmovió y entristeció profundamente a Arafat. Y comprendió la gravedad del hecho para la paz. A los funerales asistieron importantes jefes de Estado de todo el mundo, pero Arafat no asistió. Israel no lo invitó, incluso se le dijo que no asistiera, debido a que no garantizaban su seguridad personal. Y eso, le dolió mucho. Quería asistir y darle personalmente, como tributo, el último adiós, al hombre con el que había firmado el acuerdo de paz con los palestinos, aunque con eso arriesgara su vida. Pero un mes después, una noche, se presentó discretamente en la casa de la viuda en Tel Aviv para expresarle su pésame y solidaridad. Iba con su cabeza descubierta, o sea, no llevaba el tradicional Kafieh, convertido en símbolo de la lucha, tal vez para no ser reconocido o tal vez como una muestra de paz. Fue un acto de amor y reconocimiento a Isaac Rabin, a quien después de tantos conflictos llegó a apreciar y estimar. Hoy, 30 años después de los Acuerdos de Oslo y del asesinato de Issac Rabin, y viendo la gran catástrofe de la guerra, se ve un panorama oscuro, sin perspectivas de paz, pero un día llegará en que no tendremos a Netanyahu en Israel ni a Hamás en Gaza, y tal vez entonces, se pueda retomar el camino de la paz que iniciaron estos dos guerreros: Issac Rabin y Yasser Arafat.