Los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo (particularmente en los países grandes) asustan. La gente suele pensar que eso no tiene nada que ver con nosotros, que está muy lejos.  Pues sí tiene que ver, y mucho.

¿Saben por qué Hitler mató a tantos judíos y a relativamente pocos negros y latinos? La razón es muy sencilla: porque en ese tiempo había en Europa muchísimos judíos y pocos inmigrantes de África y América Latina. La situación sería completamente distinta si el mundo volviera a caer en una locura parecida, ahora el objetivo no serían los judíos, serían los inmigrantes.

El problema es que el ambiente político se parece mucho al que se vivió en Europa hace un siglo; el discurso del odio que se fue incubando suponía una mezcla de racismo, fanatismo religioso, nacionalismo y cultura de la preeminencia del más fuerte frente al débil. Eso incluía machismo, odio a la población homosexual, a los inmigrantes y a todos los que de alguna manera pudieran ser considerados diferentes.

Antes del holocausto, a los judíos se les promulgó su propia Sentencia 168-13, es decir, se les quitó la nacionalidad. Es cierto que el antisemitismo era viejo en la cultura eurocéntrica y Hitler se ensañó contra los judíos, pero también contra los discapacitados, los gitanos, los rumanos y otros grupos considerados "indeseables". Mató más de lo que había más. La mayor cantidad de muertos fueron rusos, pero al menos estos cayeron principalmente en el campo de batalla.

Parecido a lo que vemos ahora, el ambiente de intolerancia se explotaba usando multitudes enardecidas creadas por la propaganda y recurriendo a la insatisfacción social, pero con la diferencia de que los micrófonos, carteles y mimeógrafos de aquel tiempo eran juegos de niños en comparación con la capacidad de difundir injurias, temor y odio de las plataformas y redes sociales de ahora.

A los niños en Alemania se les enseñaba en la escuela que la condición de alemán se lleva en la sangre, es decir, “de pura cepa”. Esa sangre tenía que ser protegida de la contaminación que estarían provocando especies inferiores, al tiempo que evitar ser desplazados de su país, negocios y empleos.

Respecto al tema de la mujer, la discriminación del fascismo no incluía su exterminio (podían estar loco, pero no tanto), sino la negación de sus derechos y su reclusión a la condición reproductiva y funciones de madre y esposa. Paradójicamente, en la medida en que la industria se fue quedando sin hombres para alimentar la guerra, se fueron incorporando masivamente mujeres a la producción, con lo cual, sin darse cuenta, el nacismo hizo un aporte significativo a la integración económica de la mujer y, a la postre, a la causa feminista.

Las ideas fascistas eran contrarrestadas por otro formidable movimiento contrario: el socialismo.  Por eso asusta que ahora el fortalecimiento del movimiento neonazi venga acompañado del debilitamiento del socialismo.

Y para colmo, después de la salida de Ángela Merkel el mundo occidental carece de un liderazgo lúcido, sino que todos se han enfrascado en una competencia por la estupidez; ahora lo que quieren es guerra y viven amenazando, sancionando, comprando y repartiendo armas por doquier.

Estos procesos van teniendo lugar de forma que uno puede ver como comienzan, pero nunca se sabe cómo terminan. El temor de hacia dónde puede conducirnos no proviene tanto de las ganancias electorales de los grupos radicalizados de derecha, pues tampoco consiguieron mayoría excepto en pocos países, sino de su capacidad para arrastrar a su discurso y acción a los que están llamados a contenerlos. Todos se han corrido hacia su derecha, dándole ganancia de causa a los neonazis.

También es otro error pensar que el fantasma de la ultraderecha es propio de Europa y de Estados Unidos, y que estamos libres de ello en América Latina. El alentador resultado de la elección en México no debe hacernos olvidar que los candidatos escogidos para anteponerlos a los moderadamente progresistas en Chile, Brasil y Colombia representaban los sectores más radicales de la derecha y casi ganan.

Aunque en República Dominicana son pequeños los grupos neonazis, han venido ampliando su espacio y, sobre todo, han contaminado el discurso y la acción de los partidos de derecha tradicional. Yo no sé de dónde nos ha salido tanto odio. Nosotros no somos así.

Ciertamente, los dominicanos somos más derechistas de lo que admitimos. Estoy convencido de que muchos de ideas moderadas, e incluso algunos consideramos progresistas, si estuvieran en Europa y expusieran públicamente sus puntos de vista sobre la población homosexual, sobre el pago de impuestos, sobre los derechos sexuales y reproductivos de la mujer, sobre el aborto o sobre los inmigrantes, allá no dudarían en catalogados de ultraderechistas.