Desde la semana pasada, el gobierno israelí ha intensificado una serie de operaciones militares en la frontera sur del Líbano y en los suburbios de Beirut, acciones que constituyen una clara violación de la soberanía libanesa y, por ende, del derecho internacional. Bajo la protección de Estados Unidos, donde una parte significativa del establishment político tiene vínculos históricos con la comunidad judía, el Estado israelí ha lanzado incursiones terrestres "selectivas y planificadas" en territorio libanés, acompañadas de intensos bombardeos sobre las áreas urbanas y suburbanas densamente pobladas. de Beirut.
Simultáneamente, la ofensiva militar contra la población palestina se ha cobrado alrededor de 42,000 vidas, la mayoría mujeres y niños, y ha dejado más de 96,600 heridos, mientras continúa sin señales de una tregua.
Los bombardeos no han cesado, afectando incluso a campos de refugiados. El ataque más reciente tuvo lugar en el campamento de Tulkarm, en Cisjordania, donde 18 personas fallecieron de inmediato. La ofensiva contra los palestinos y libaneses, que recuerda las brutalidades de tiempos oscuros de la historia moderna, continúa sin freno, mientras Estados Unidos y el Reino Unido declaran su apoyo inquebrantable a su aliado estratégico en Oriente Medio, suministrándole armas, municiones y miles de millones de dólares en ayuda.
Este respaldo incondicional no hace más que prolongar el sufrimiento, las muertes de civiles y la violencia en la región.
Al momento de escribir estas líneas, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han bombardeado durante la noche una instalación en Beirut que, según sus sospechas, era la sede principal de inteligencia del movimiento político-militar Hezbolá. De acuerdo con algunas fuentes occidentales, los aviones israelíes lanzaron un total de 73 toneladas de explosivos sobre el lugar, donde se creía que se encontraba Hashem Safieddine, primo de Hassan Nasrallah y potencial sucesor en el liderazgo del grupo chiita libanés.
Las detonaciones estremecieron los cimientos de Beirut, una ciudad de apenas 19.8 kilómetros cuadrados, y el número de víctimas inocentes sigue siendo difícil de estimar. Según el Financial Times, más de 3,100 edificios han resultado dañados o destruidos en el Líbano entre el 20 de septiembre y el 2 de octubre, y los ataques israelíes hasta el momento han causado la muerte de al menos 1,300 personas.
Actualmente, Israel mantiene tres frentes activos: Palestina, Líbano y Yemen, donde enfrenta a los hutíes junto a sus aliados norteamericanos e ingleses. En cada uno de estos escenarios, el autodenominado "Ejército de Defensa de Israel" (FDI) actúa justificando sus acciones como respuesta al ataque de Hamás del 7 de octubre de 2024. Si bien aquel ataque fue brutal y condenable, la respuesta israelí ha demostrado una desproporción difícil de cuantificar, con características que sin duda pueden interpretarse como acciones de terror de Estado y crímenes contra la humanidad.
La magnitud de las víctimas civiles—más de cuarenta veces superior a las bajas iniciales—evidencia la intención de quebrantar la resistencia y el espíritu de quienes desafían el control israelí en la región. Más allá de la defensa, la estrategia parece tener tintes de aniquilación, buscando silenciar cualquier oposición con fuerza devastadora.
Las acciones recientes de Israel también sugieren la preparación para abrir un cuarto frente de conflicto con Irán, un país que cuenta con uno de los arsenales más avanzados de la región y la capacidad de alcanzar cualquier punto del territorio israelí con sus misiles de mediano y largo alcance. Con el respaldo pleno de sus aliados norteamericanos, Israel lleva a cabo operaciones que solo siguen intensificado las tensiones. Entre ellas, destaca el ataque que resultó en la muerte de Abbas Nilforooshan, general de brigada y subjefe de operaciones de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, así como de Hassan Nasrallah, líder de Hezbolá, y varios comandantes de la Resistencia Islámica de Palestina. Además, el 31 de julio, Israel perpetró un atentado en suelo iraní que cobró la vida de Ismail Haniyeh, uno de los líderes de Hamás, elevando aún más la tensión en la región y marcando un punto de no retorno en la escalada de las hostilidades.
La respuesta de Irán no se hizo esperar. El 1 de octubre, las fuerzas armadas iraníes lanzaron un ataque con misiles utilizando su tecnología más avanzada, alcanzando objetivos estratégicos en Israel.
A pesar de los intentos de Estados Unidos de minimizar el impacto, los informes indican que el 90% de los misiles alcanzaron sus blancos, incluyendo bases aéreas y centros de radar involucrados en las operaciones previas contra líderes de Hamás y Hezbolá. Este contraataque muestra tanto la capacidad tecnológica iraní como su voluntad de defenderse ante lo que considera provocaciones constantes junto a un fenómeno inédito de literal aniquilación del pueblo palestino y destrucción del Líbano.
Los líderes iraníes han advertido que si el plan de represalias de Israel, apoyado por Estados Unidos, se lleva a cabo, todas las fuentes de energía israelíes, incluidas las centrales eléctricas y refinerías, serán atacadas. Israel depende de tres centrales eléctricas y varias refinerías para el suministro de energía, lo cual lo convierte en una potencia militar vulnerable. Un ataque exitoso podría paralizar sectores clave y desestabilizar seriamente tanto al gobierno como la vida de los ciudadanos israelíes.
Si Israel decide avanzar con "las sorpresas que afirma tener preparadas" para Irán, las consecuencias serán devastadoras no solo para ambos países, sino para la estabilidad de toda la región y, posiblemente, del mundo. Este escenario de escalada militar podría arrastrar a otras potencias regionales e internacionales, incrementando el riesgo de un conflicto de gran escala en Oriente Medio con consecuencias impredecibles para el equilibrio global. No se debe subestimar el papel de Estados Unidos en este conflicto; su apoyo militar y logístico a Israel convierte este enfrentamiento en uno de los principales puntos de tensión mundial, desplazando incluso la atención de la guerra entre Rusia y Ucrania.
La posible intervención de otras potencias, como Rusia y China, que mantienen lazos estrechos con Irán, podría transformar el conflicto en un enfrentamiento internacional de gran magnitud, afectando profundamente la economía global y la seguridad internacional. Esta tensión no solo amenaza la paz y la economía de la región, sino que podría derivar en una crisis energética y económica con efectos devastadores en múltiples partes del mundo.
Debemos repetir que se trata no solo una crisis regional. El creciente conflicto en el Medio Oriente representa una amenaza para la estabilidad mundial, donde el riesgo de una conflagración armada de grandes proporciones está cada vez más cerca de materializarse. La comunidad internacional se enfrenta a la urgente necesidad de mediar y buscar soluciones diplomáticas que detengan esta peligrosa escalada y eviten que el mundo se precipite al borde del abismo de una nueva guerra mundial.