Cambió el panorama electoral norteamericano: Joe Biden no será el candidato demócrata. Sus deficiencias ya no interesan. Pero sí la peligrosa personalidad de Donald Trump.
Como escribí en mi anterior artículo, al ser nominado por primera vez candidato republicano, julio del 2016, se dispararon las alarmas sobre quien fue, era, y llegaría a ser, esa “estrella mediática “de dudosa reputación, que aspiraba a gobernar la nación más poderosa de occidente.
Mary Trump, única sobrina del entonces presidente, doctora en psicología, publicó “Toó much, and never enough” (“Demasiado, pero nunca suficiente”) a mediados del 2020. Narra las oscuridades y tramposerías de la familia donde ella creció junto a su tío. Atribuye a ese ambiente disfuncional y traumático el díscolo comportamiento del mandatario.
Bandy x Lee -esa psiquiatra que alertó al senado en el 2017- escribe un segundo libro, “Trump mind, American”s soul “, 2020, donde, agotadas minuciosas investigaciones, elabora el perfil psicológico de Donald Trump. Expone la enfermedad narcisista que sufre, y explica el por qué un grupo importante de la sociedad estadounidense lo sigue fervorosamente. Un estudio considerado indispensable para conocer el fenómeno del “hombre naranja.
A estos trabajos académicos siguieron otras publicaciones, conferencias, y declaraciones públicas de algunos de sus biógrafos. Por supuesto, se detallaron los delitos perpetrados por el líder republicano y sus acostumbradas mentiras (30,573 falsedades comprobadas entre el año 2017 y el 2020, a las que siguieron miles más.) Para entonces, era difícil dudar que sufría un “Desorden narcisista de la personalidad” con rasgos psicopáticos.
Derrotado en las urnas, Trump desnuda su vocación antidemocrática y convoca a sus incondicionales para desconocer las elecciones. Las declaró amañadas. Incitó un violentó asalto al capitolio donde hubo destrucción y muerte, poniendo en riesgo la vida de su propio vicepresidente. Fracasado el intento, insistió en que había sido víctima de un fraude electoral. Impuso esa mentira como dogma a los republicanos, y hasta hoy lo sigue haciendo.
Cuando el Estado enfrenta un “Rex inutilis” (un gobernante inutilizado por dolencias físicas o mentales) sus colaboradores mantienen la gobernabilidad e intentan una transición institucional. No fueron pocos los que se incapacitaron en el poder: Antonio Salazar en Portugal, Harold Wilson y Winston Churchill en Inglaterra, Ronald Reagan en Norteamérica, y Juan Pablo ll en el vaticano. A esa lista se unen Woodrow Wilson, Willian H Taft, y Franklyn D Roosvelt, entre otros.
En esos casos, fue posible la transición gracias al convencimiento y vocación democrático de esos lideres incapacitados y sus funcionarios. Pero no sucede así con los déspotas.
Basta revisar el ejercicio de poder de Adolfo Hitler, Fidel Castro, Trujillo, Stalin, y compartes, para comprobar que, aun en sus momentos más delirantes, nadie del entorno pudo disuadirlos. Eran dioses irrefutables, cegados por un narcisismo letal. Se consideraron insustituibles y su legado resultó catastrófico.
Con excepción de Washington, quien gobernó apoyado por el ejército durante su primer gobierno, y Lincoln, investido de poderes especiales durante la guerra de secesión, el pueblo norteamericano desconoce los regímenes autoritarios; por eso les será difícil verlos venir. Suponen que son cosas de “banana republics”.
Un porcentaje importante de votantes estadounidenses han sido transformados, de manera inteligente y planificada, en fanáticos del culto trumpista. Hasta les han hecho creer – ¡increíble! – que los demócratas son extremistas de izquierda.
De ahí, que de triunfar Tump y querer gobernar como autócrata, pudiera tomar desprevenidos a sus conciudadanos; aunque un gran número de ellos- con tal de imponer sus ideas radicales- estarían dispuestos a tolerarlo. Perspectiva alucinante para el país que ha promovido y vivido en democracia desde su fundación. Y nada buena para los países de la “frontera Imperial.
Muchos pretenden ignorar las evidencias de la peligrosa personalidad de Donald Trump. Otros, lejos de toda lógica, aseguran que “hará América grande otra vez”, y que resolverá los problemas del mundo a golpe de varita mágica. Mientras tanto, occidente debe preguntarse- igual que el comediante español José Mota-, “Y si no…”
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