Asustadas, con el corazón en la boca, así estamos. Hablé con varias mujeres y comprobé que compartimos sentimientos de preocupación e impotencia por lo que le puede pasar a nuestros amigos y parientes en Estados Unidos y en Puerto Rico. Nos empiezan a llegar los efectos de las políticas de Donald Trump, que ganó, en buena medida, gracias al voto latino, a pesar de que su discurso era, con toda claridad, antiinmigrante, antilatinoamericano, anti negro y anti caribeño.
¿Por qué un dominicano votaría por alguien que odia cada parte de su ser? No lo analizaremos ahora. Pero sí, hubo dominicanos (espero que la minoría) con el privilegio de votar en Estados Unidos que eligieron a quien los desprecia.
El pasado domingo empezaron a llegar las malas noticias, las consecuencias de esos votos. Agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos entraron a Barrio Obrero, en Puerto Rico, donde reside una gran comunidad dominicana. Hicieron arrestos y revisiones, una redada.
No solo estamos preocupadas por la posible deportación de nuestra gente. Nos angustia, sobre todo, el odio desatado contra ellas y ellos sea cual sea su estatus legal. ¿Se respetarán sus derechos? ¿Los hombres blancos de ultraderecha, que ya odian a los migrantes y a los negros, los verán como un grupo en el que pueden descargar toda su violencia y frustración? ¿Encontrarán solidaridad? ¿Alguien defenderá a los nuestros de la violencia, de posibles acusaciones falsas, de arrestos injustificados?
¿Cuál es el rol del periodismo? Contar las historias de los migrantes, sus luchas y sueños. Hablar desde los datos y los hechos, y no desde los discursos histéricos de gente que ve al migrante como a un enemigo y no como a un ser humano que, sin importar su estatus legal, tiene dignidad y derechos
Mientras hago un mapa mental de los estados, de las ciudades, de los barrios donde están mis amigos, mis parientes, mi gente querida que tuvo que salir de la República Dominicana para construir el futuro, recuerdo que nuestras autoridades anunciaron que deportarán 10,000 haitianos a la semana. Y también recuerdo que un amigo haitiano fue detenido y llevado al Centro de Detención de Migrantes indocumentados, en Haina, aunque tenía sus documentos en orden.
Las vidas de las personas, su derecho a la seguridad y al bienestar no están en el centro de las políticas migratorias ni en la República Dominicana ni en Estados Unidos ni en muchos otros países alrededor del mundo. Mercancías circulan, gente de países ricos se instala en barrios de América Latina y los gentrifica, pero un migrante de clase trabajadora, uno que huye del hambre o de la violencia siempre está en riesgo y no puede moverse con libertad, a veces no encuentra ni un poco de empatía.
El derecho a emigrar con dignidad es solo para quien tiene privilegios de clase, aunque la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece en su artículo 13 que: “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado”. Y también resalta que: “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”.
Ante estas dinámicas en nuestro país y en el extranjero, ¿cuál es el rol del periodismo? Contar las historias de los migrantes, sus luchas y sueños. Hablar desde los datos y los hechos y no desde los discursos histéricos de gente que ve al migrante como a un enemigo y no como a un ser humano que, sin importar su estatus legal, tiene dignidad y derechos.
Contar historias desde la empatía es fundamental para que la gente se refleje en el otro, sobre todo para que el odio no llegue a los barrios de clase trabajadora, donde los migrantes conviven con las mismas o mayores precariedades que los nacionales. Es fácil señalar al migrante empobrecido como el culpable de los problemas históricos de los sistemas de salud y de educación públicas para no ver a los verdaderos responsables.
Los dominicanos en Estados Unidos, nuestros queridos amigos y parientes, no son responsables de los males de ese país. Por el contrario, su aporte, al igual que el de los demás latinoamericanos y caribeños, ha sido clave para la prosperidad estadounidense. Y no, no fueron los migrantes haitianos quienes destruyeron o impidieron el avance del sistema de salud pública de la República Dominicana. Posiblemente ellos construyeron, bloque a bloque, los edificios de muchos de nuestros hospitales públicos o privados.