Concluyendo el año 2021 comentaba en nuestra última entrega, “La Reserva Federal desde las gradas”, que sin lugar a duda este nuevo año 2022 será de una larga batalla contra la inflación, como así lo precisa el último reporte de los precios al consumidor en Estados Unidos con un aumento del 7 % para el pasado año, la subida más alta desde el 1982, en específico los precios de la energía que aumentaron un 29.3 % y los de los alimentos en 6.3 %.
Estas cifras nos dan a entender que la Reserva Federal se verá en la obligación de utilizar sus municiones monetarias más temprano de lo esperado, como ha sucedido durante las últimas cuatro décadas que se han utilizado las tasas de interés como principal herramienta para influenciar la economía, sabido que con una inflación muy alta se suben las tasas de interés, pero por otro lado, si la economía se desacelera por lo regular se bajan las mismas, variación que afecta directamente la creación de crédito en el sector privado, recalibrando la economía según sea necesario.
A través de los ciclos económicos, expansión, crisis y recesión, se ha creado una dependencia de la política monetaria que en efecto ha incitado al sector privado norteamericano a una carga de deuda cada vez mayor. No obstante, ante la crisis financiera del 2008, descubrimos que incluso bajando la tasa a cero era prácticamente imposible atraer más expansión de la deuda. Como respuesta, los bancos centrales, “reinventaron el librito”, promulgando políticas monetarias no convencionales, como la flexibilización cuantitativa (QE) y el control de la curva de rendimiento de los bonos, incluso en muchos casos como Alemania que impulsó tasas de interés negativa.
Una gran parte de los participantes de los mercados, de manera equivocada, entre los cuales nos incluimos, interpretaron estos nuevos ingredientes en la política monetaria como la receta perfecta para una hiperinflación, pues, aunque el resultado fue una de las recuperaciones más lentas de la época moderna, contrario a lo anticipado, no hubo hiperinflación.
Pasando a la década pasada, donde el sector privado enfrenta altos niveles de deuda, y las empresas o personas se concentran de manera colectiva a fin de incursionar en ahorrar, pagando la deuda en lugar de invertir o gastar, lo que implica una desaceleración del crecimiento económico, dando lugar a una “recesión del balance” como lo bautizó el economista Richard Koo. Aprendimos que, con este tipo de recesión económica, el estímulo monetario no convencional hace poco para la economía productiva. De hecho, muchos entienden que por el contrario ha contribuido al incremento de la desigualdad, como así lo señala el excelente ensayo realizado por el economista alemán Mathias Doepke, titulado “Distributional Effects of Monetary Policy”
En retrospectiva, es evidente que las inyecciones monetarias quedan atrapadas dentro del sistema financiero, dando como resultado un crecimiento económico tímido y una descomposición de los fundamentos del mercado de bonos. Bajo esta realidad nos tomó la pandemia que la Reserva Federal enfrentó en su momento, alentando una mayor expansión del crédito privado. Históricamente cada expansión crediticia se dificulta más, ya que el sector privado en cada ciclo tiene más deuda que el ciclo anterior, lo que se traduce en necesitar tasas más bajas para fomentar más préstamos, y requiere de menos aumentos de tasas en para el constreñimiento monetario.
Un ejemplo muy ilustrativo es el agregado monetario (circulante y reservas de los bancos), mejor conocido como masa monetaria (M2), que a inicios del 2021 pasó de US$15 trillones de dólares a más de US$21 trillones de dólares, bajo circunstancias donde cada vez más las tasas de interés tienen un pico mucho más bajo, demostrando nuevamente menos tolerancia por el alza de los tipos.
Tomando en consideración lo anteriormente expuesto, aún le cueste un acentuado retroceso de los principales índices bursátiles, la Reserva Federal tendrá que iniciar su política “hawkish”. Muchos analistas han llegado a vaticinar que la FED no esperaría hasta su reunión de marzo, y que por el contrario deberá iniciar su reajuste de política monetaria a final de este mismo mes de enero. Por el momento, los bonos norteamericanos así lo perciben, influenciando claramente en las tasas del sector inmobiliario para un incremento del interés en alrededor de un 18% en lo que va de este año.
En contexto, la concretización del aumento de los tipos implicaría fortalecimiento del dólar norteamericano, lo que se traduciría en una presión a la tasa cambiaria en países emergentes; además, que siendo el dólar el referente internacional al igual que los bonos norteamericanos, el costo de nueva deuda pública será superior; todo esto dentro de un plano energético donde la demanda de petróleo continúa en ascendente recuperación y los inventarios de almacenamientos global en una constante descendencia. Sin lugar a dudas que la creatividad monetaria estará a la orden del día.