El sociólogo y urbanista César Pérez nuevamente pone énfasis en una situación que se repite y se tolera: El fanatismo político y la utilización de los medios de comunicación, en especial las redes sociales, para publicar mentiras, infamias y odios.
Y claramente esto no ocurre sólo porque estamos en campaña electoral y hay que aprovechar el momento. Es una realidad que venimos siguiendo y que se profundiza desde hace algunos años, y que tuvo un extraordinario repunte en la radio, en la televisión, y de allí explosionó en las redes sociales.
Todo el que tiene un dispositivo móvil y puede crear un canal en una red social, lo hace y divulga cuanto le interese. Ese modelo crear una adicción para obtener cada vez más seguidores, aprobación y likes que se convierten en dinero que ingresa a la cuenta del productor de contenido independiente.
La dinámica se ha expandido. Hay profesionales reconocidos, haciendo un trabajo honesto, documentado, opinando y aportando información y opiniones sobre la realidad nacional. Pero también los hay que crean bulos, mienten, inventan, deliberadamente fomentan el odio, la pasión desenfrenada y abrazan causas que les resultan gratas pero que están fuera de la racionalidad o la decencia, parámetros que están obligados a cumplir los profesionales del periodismo.
Dice César Pérez: Diversos medios de comunicación, entre las que se destacan las redes sociales y muchas figuras hacedoras de opinión contrarios o al servicio del gobierno de turno, se han convertido en verdaderas máquinas/industrias del acoso, del miedo y de la infamia. En el intento de detener esas máquinas, muchos juristas que no tiran la toalla, y que entienden que el Derecho es una disciplina normativa para la salvaguarda de los derechos ciudadanos, crean y proponen las figuras jurídicas, entre otras, “delito de odio” que es la incitación a la violencia contra grupos humanos por razones étnicas, religiosas, por opción sexual, etc. y “delito de infamia o de injuria”: acciones que, aviesamente pensadas, están dirigidas a socavar la honra de una persona por razones política o personal”.
Es la realidad que vivimos. Las redes sociales no nacieron así, par difamar e incentivar el odio. Nacieron para ofrecer oportunidades de comunicarse a las personas, entre sí, entre coetáneos, grupos familiares, profesionales, y para interconectar a todo el que lo desee. Y la bidireccionalidad de la comunicación se impuso. Los medios de comunicación perdieron el privilegio de comunicar informar, y ahora todas las personas tienen la posibilidad de comunicar lo que les interesa. Muchos ya viven de eso.
Esa democratización de los medios sociales no hay que condenarla, y establecer controles que limiten el trabajo de todos los que deseen expresarse.
Hay que afianzar ese derecho a comunicar y recibir información. César Pérez sostiene que “en este pestilente pantano discurre la política en la generalidad de países, constituyéndose en factor de fortalecimiento y expansión de la ultraderecha en el mundo, algo que agrava la sistemática renuncia a la participación política de mucha gente de incuestionable valía por su talento y talante”.
La solución no puede ser otra que la educación de los participantes del foro, de los que asisten a esta nueva ágora parlamentaria.
El político alemán Carsten Brosda ha publicado un texto, que Acento ha recogido esta semana, sobre el mismo fenómeno, está presente en Alemania:
Las últimas dos décadas han hecho trizas muchas de las esperanzas que acompañaban a la revolución digital. En vez de un acceso más amplio a hechos en común, tenemos noticias falsas. En lugar de conversaciones, tenemos troleo y sesiones de gritos e insultos. En vez de una diversidad creativa, tenemos nuevos monopolios. En lugar de deliberación democrática, tenemos competencias de bravuconadas. Aquellos que dominan el juego de atraer la atención pueden ganar por un tiempo, pero por lo general producen más ruido que lucidez. La cacofonía del debate público empeora, ya que las plataformas digitales están diseñadas para fomentar la disonancia y capitalizarla”.
Está ocurriendo en todas partes. Los extremos, en particular de la derecha política, ha utilizado las redes como plataforma para incrementar la crispación política y divulgación y socialización de conspiraciones y muchas otras fantasías que, antes, pocos creían, pero ahora fluyen con rapidez inaudita.
Brosda ha indicado en su texto que “hoy los ciudadanos no convierten su descontento en argumentos políticos cuidadosamente considerados, porque es sencillamente más fácil despotricar en línea. Como resultado, la atención pública se ve atrapada por visiones que representan los márgenes y se percibe que el consenso es más difícil de alcanzar que nunca.
Los operadores de medios de comunicación como Steve Bannon, el estratega de la campaña presidencial de 2016 de Donald Trump, han explotado este fenómeno tecnológico para su propio provecho. “La verdadera oposición son los medios de comunicación”, arguye Bannon, “y la manera de tratar con ella es inundarla de mierda”. Si se llena la esfera pública con suficientes afirmaciones y denuncias absurdas y sin sentido, tarde o temprano ya nadie creerá nada. A medida que los medios con mayor reputación se ven arrastrados hacia el vórtice del torbellino, perderán credibilidad en al menos parte de su público, llevando a la fragmentación de la esfera pública”.
La cuestión es hoy la credibilidad del que emite mensajes frecuentemente. Diferencias ideológicas o políticas puede haber y es necesario que las haya. Sin embargo, divulgar mentiras, alterar información, con fines de manupulación y hacer daño es inaceptable, como ha dicho el doctor César Pérez.