HAMBURGO – Algunas veces el cumplimiento de una promesa se siente como un castigo. Cuando hace más de un siglo se inventó la radio, el dramaturgo alemán Bertolt Brecht observó que su potencial se podría explorar en plenitud sólo después de convertirse en una herramienta de comunicación, en lugar de un mero canal de distribución. Después de todo, hay una gran diferencia entre poder hablar a muchos y que todos puedan hablar con todos.

En la actualidad las tecnologías digitales han hecho posible esto último, pero ciertamente no han impulsado el entendimiento mutuo ni el razonamiento público. Al contrario, las sociedades abiertas parecen ser las menos capaces de hacer un uso sensato de esta oportunidad tanto tiempo esperada.

Las últimas dos décadas han hecho trizas muchas de las esperanzas que acompañaban a la revolución digital. En vez de un acceso más amplio a hechos en común, tenemos noticias falsas. En lugar de conversaciones, tenemos troleo y sesiones de gritos e insultos. En vez de una diversidad creativa, tenemos nuevos monopolios. En lugar de deliberación democrática, tenemos competencias de bravuconadas. Aquellos que dominan el juego de atraer la atención pueden ganar por un tiempo, pero por lo general producen más ruido que lucidez. La cacofonía del debate público empeora, ya que las plataformas digitales están diseñadas para fomentar la disonancia y capitalizarla.

El boletín Digital News Report del Reuters Institute y otros estudios han mostrado una y otra vez que aquellos con visiones políticas extremas y marginales producen contenido digital de una manera desproporcionada. No es de sorprender. Quienes están más o menos satisfechos con el statu quo y se ajustan bien al mismo, por lo general no sienten la necesidad de quejarse públicamente. Incluso el gran filósofo Jürgen Habermas admitió hace poco que a menudo sus intervenciones públicas han sido motivadas por la rabia.

Hoy los ciudadanos no convierten su descontento en argumentos políticos cuidadosamente considerados, porque es sencillamente más fácil despotricar en línea. Como resultado, la atención pública se ve atrapada por visiones que representan los márgenes y se percibe que el consenso es más difícil de alcanzar que nunca.

Los operadores de medios de comunicación como Steve Bannon, el estratega de la campaña presidencial de 2016 de Donald Trump, han explotado este fenómeno tecnológico para su propio provecho. “La verdadera oposición son los medios de comunicación”, arguye Bannon, “y la manera de tratar con ella es inundarla de mierda”. Si se llena la esfera pública con suficientes afirmaciones y denuncias absurdas y sin sentido, tarde o temprano ya nadie creerá nada. A medida que los medios con mayor reputación se ven arrastrados hacia el vórtice del torbellino, perderán credibilidad en al menos parte de su público, llevando a la fragmentación de la esfera pública.

Redes sociales y medios de comunicación

En su libro La muerte de la verdad, publicado en 2019, la crítico literaria Michiko Kakutani describe cómo las ideas populistas de derechas se han apropiado de las ideas posmodernas para negar la posibilidad misma de que haya verdades compartidas. Con el argumento de que la visión de mundo de una persona es siempre subjetiva en último término, rechazan cualquier intento de comparación discursiva y abrazan un ágora pública en que el megáfono más estridente es el que gana.

Mientras tanto, las fuerzas democráticas en las sociedades abiertas han hecho demasiado poco para contrarrestar estas estrategias de manipulación. A estas alturas, todo aquel que quiera salvar un consenso democrático primero debe reconstruir el concepto de la esfera pública y mostrar cómo la diversidad de percepciones del mundo sigue siendo plenamente compatible con el diseño de un plan común para el futuro. Es posible que forjar un consenso social en sociedades pluralistas y cada vez más globalizadas sea una tarea difícil, pero es muy necesaria.

No basta con comprender la estructura del estado y del sistema electoral. Las instituciones educativas también deben enseñar alfabetismo mediático a sus estudiantes. En una “sociedad editorial” en que cada ciudadano puede hablar al público en cualquier momento, esa formación (tanto filosófica como técnica) debería enfatizarse en los planes de estudio escolares.

De manera similar, la política de medios debería incluirse en todo programa de defensa y reforzamiento de la democracia, porque el razonamiento público es un deber básico de la ciudadanía. No debemos seguir aceptando la concentración del poder de los medios en cada vez menos manos. No debemos quedarnos inactivos cuando multimillonarios prepotentes adquieren y restructuran grandes plataformas digitales a su antojo, o a medida que surjan más “desiertos noticiosos”, en los que ya no es económicamente factible un reporteo objetivo e independiente.

La solución es desarrollar políticas normativas que reconozcan al periodismo como un bien público que debe ser protegido, e incluso privilegiado. Puesto que la comunicación fáctica es central para la democracia, tiene sentido crear y apoyar plataformas que estén organizadas sin ánimo de lucro y, en consecuencia, sean relativamente impermeables a las limitaciones y demandas del mercado. Pueden aportar a una esfera pública cuya forma está en gran medida determinada por las editoriales privadas, las emisoras públicas y las plataformas tecnológicas. Con los criterios cualitativos adecuados, las instituciones sin ánimo de lucro pueden promover la innovación y asegurar que se escuche la voz de diferentes grupos de la ciudadanía.

Por supuesto, el papel público del periodismo cambia con el tiempo. Como hace notar el académico de medios Jeff Jarvis, la tarea de mediación y moderación ya no se refiere únicamente a acercar las corrientes de pensamiento principales. Los periodistas además deben orientar y ayudar a que los ciudadanos se guíen en nuevos foros, como son las redes sociales. Si una sociedad está cada vez más “asfixiada de noticias” y subinformada, los periodistas deben apuntar a proporcionar contexto y edición, más que sólo añadir noticias al montón de información.

Debemos reconocer que la innovación es un fenómeno cultural y social del mismo nivel que lo es en lo tecnológico y económico. Ese es un primer paso necesario para cumplir la promesa de la tecnología de dar lucidez a la sociedad. El que todos se puedan expresar e informarse sin obstáculos puede mejorar la democracia, pero sólo si estamos dispuestos a dialogar sobre cómo queremos que sean los debates en el futuro.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

Fuente: https://www.project-syndicate.org/commentary/democratization-of-media-need-not-subvert-democracy-by-carsten-brosda-2024-04/spanish

Carsten Brosda, Ministro de Cultura y Medios de Comunicación de la Ciudad Libre y Hanseática de Hamburgo, es Presidente de la Asociación Alemana de Teatro y Orquesta (Deutscher Bühnenverein), Presidente del Foro Cultural Socialdemócrata y Presidente de la Comisión de Políticas de Medios del SPD.