República Dominicana ha mantenido por mucho tiempo la paz social que facilita la gobernanza. De las grandes movilizaciones nacionales, paralizaciones de labores y otras modalidades de protesta social se recuerdan las de Marcha Verde, en todas las regiones del país contra la corrupción y contra la impunidad, en la administración de Danilo Medina. Fueron protestas pacíficas.

También se recuerdan las grandes manifestaciones en los dos períodos de gobierno del doctor Leonel Fernández, contra el alto costo de la vida y crisis de servicios básicos, que llevaron al presidente a admitir que estaba en el dilema de tomar la decisión de "pagar para no pegar".

Se recuerda que en los años 90 hubo grandes manifestaciones políticas, por la crisis de los combustibles al inicio de ese decenio, lo que llevó a la reforma fiscal aplicada por el gobierno de Joaquín Balaguer, o las grandes manifestaciones por los fraudes electorales de 1990 y 1994, contra las candidaturas de Juan Bosch y de José Francisco Peña Gómez, respectivamente.

Nadie debe olvidar que en el gobierno de Salvador Jorge Blanco, en el mes de abril de 1984, luego de concluida la Semana Santa, y como consecuencia de un paquete de reformas recomendadas por el Fondo Monetario Internacional, hubo grandes manifestaciones, protestas, violencia social y militar, y hasta 85 personas fueron muertas por los militares, lo que manchó el gobierno socialdemócrata del Partido Revolucionario Dominicano.

La llamada poblada de 1984 dejó una lección: Las masas populares, cuando su bolsillo es afectado sensiblemente, se lanzan a las calles y, desesperadas, destrozan todo lo que encuentra en su camino.

Hemos mantenido una paz social que recuerda siempre aquellos episodios. Claro, que los políticos y los militares de entonces no son iguales a los de hoy. Pero Balaguer estaba en la oposición y tenía la simpatía del secretario de las Fuerzas Armadas, que no simpatizaba con el presidente de turno. Hubo una represión excesiva, innecesaria; muchos ciudadanos murieron de un disparo en la cabeza. Los militares restablecieron la paz matando a la gente. Y el PRD, que había luchado contra la represión, cargó con ese lastre, manchó su historia.

En este tiempo de reformas, se ha hablado mucho de cambiar estructuras y esquemas tradicionales. La Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo, promulgada por el presidente Leonel Fernández el 25 de enero de 2012, ordena la reforma fiscal mediante un pacto, pero los gobiernos del PLD que la aprobaron nunca lo hicieron, apenas se pusieron parches, nada parecido a una reforma fiscal estructural.

El presidente Luis Abinader intenta ahora hacer lo que sus antecesores no hicieron, pero el proyecto presentado al Congreso Nacional contiene cambios bruscos, de choque, que no toman en cuenta el impacto social.

De ser aprobada esta reforma tal como fue elaborada, pese al rechazo de amplios sectores, desde los empresarios hasta los más pobres, la oposición aprovechará la coyuntura para sacar provecho político.

El pueblo llano, pobre, marginado, es posible que se guíe por los políticos de oposición, y podrían producirse hechos que pongan fin a la paz social y a la estabilidad democrática que tanto han costado a la República Dominicana.

Esa situación podría afectar seriamente la imagen de tranquilidad de la sociedad dominicana. Alejaría la inversión extranjera, el turismo, las zonas francas, exportaciones, inversiones mineras, dañaría el mercado de capitales y muchas otras actividades que crecen al amparo de la estabilidad que ofrece la República Dominicana.

Es cierto que el país no puede continuar con una economía que crece, pero que no recauda lo suficiente, y el déficit se acumula. Pero ese problema no se puede terminar de la noche a la mañana. Poner fin a tantos años de evasión y elusión debe ser parte de un proceso. Hay que comenzar. Pero no es posible seguir imponiendo castigos a los sectores medios y bajos, y seguir apostando a favorecer a grupos tradicionales que siempre han ganado y se han servido con ventajas.

Una cosa es lo que conciben los técnicos, lo que recomienda determinado pensamiento económico carente de empatía con la realidad social, otra distinta es un país, que no se puede administrar con la lógica de los números fríos.

Valoremos la paz social que vivimos, y que el gobierno piense en la posibilidad de transar muchas de las medidas que podrían conducir a tensiones sociales que afectarán la estabilidad que ha permitido que la dominicana sea la economía de mayor crecimiento en la región.

Que se piense con detenimiento si vale la pena arriesgar lo que con tanto sacrificio se ha construido entre todos. Es mucho lo que está en juego.