Son pasadas las diez de la noche en la avenida George Washington, en el Distrito Nacional, y un grupo de féminas esperan pacientemente sus ingresos. Esta es una de las vías en las que cada noche, las mujeres saludan a los conductores. Unos jeans ceñidos resaltan sus prominentes curvas.
A unos metros de ella, se encuentra una colega vestida con un vestido escotado y tacones, y a su lado, otra de larga cabellera negra, con un top ceñido que resalta sus curvas y deja al descubierto su cintura. Son mayores de edad y las tres realizan el trabajo sexual en República Dominicana.
“La gente cree que el trabajo sexual no es un trabajo, es un trabajo y dignifica a quienes la ejercemos porque lo hacemos para tener una mejor vida, y muchas veces para criar a nuestros hijos”, afirmó Yamilex Valdez, trabajadora sexual dominicana en conversación con Acento.
La joven es parte de las estadísticas estimadas por el Centro de Orientación e Investigación Integral (COIN) que contabilizan unas 100,000 dominicanas que ejercen el trabajo sexual en la tierra de sol, playa y arena. Si bien la cifra parece alta, es menos del 1 % de los 10,773,983 habitantes del país.
Al comenzar la Organización de Trabajadoras Sexuales (Otrasex), las féminas se enfrentaban a varios desafíos, especialmente en la interacción con los agentes policiales dominicanos. Comentaron que decidieron llevar a cabo capacitaciones sobre derechos humanos y la protección social de cada mujer sin importar su ejercicio profesional.
La asociación sin fines de lucro, durante el día, se enfoca en áreas donde la discriminación y la violación de derechos eran más evidentes.
“Notamos que en los centros de salud, las compañeras solían ser segregadas, debiendo acudir a consultorios apartados para sus chequeos médicos. Este aislamiento contribuía a un estigma adicional: si una persona iba a ese consultorio separado, se asumió erróneamente que tenía una ETS, VIH, o era trabajadora sexual”, expresó la presidente de Otrasex, Miriam Gonzalez.
Ahí entendieron que debían trabajar en campañas de concientización para derribar los estigmas y disminuir la violencia y vulneración de los derechos humanos que vivían en las calles.
Soranyi Martínez, miembro de Otrasex, comentó que desde el 2000 se han enfocado en cambiar la percepción de que “las personas, independientemente de su ocupación merecen el mismo trato”.
“El prejuicio todavía es una realidad, ya que el simple hecho de llegar con un vestuario que no encaja con la norma social puede generar juicios, tanto de médicos como de otros pacientes, pero no existe esa diferencia al momento de acudir a una consulta en algún hospital”, agregó Martínez.
¿Cómo es el oficio?
El trabajo sexual implica negociar tanto el pago como las condiciones del servicio (fetiches, oral o penetración), incluyendo el tipo de preservativo a utilizar. “Las tarifas se negocian según el tipo de servicio, con precios establecidos para ciertos tipos de prácticas. Las compañeras deben ser claras desde el principio sobre el tipo de servicio y el costo”, explicó Martínez.
Antes de salir a trabajar, cada “compañera establece una meta de ingresos”, por ejemplo, RD$ 3,000 o RD$ 5,000, para cubrir el pago de la vivienda, colegio, alimentos o consultas médicas. “Los días varían: hay días buenos y días difíciles”.
Las mujeres a menudo trabajan en diferentes ubicaciones dependiendo del momento del día y sus obligaciones personales. En zonas como Boca Chica, en los alrededores del parque Independencia, en la zona de la 30 de Mayo, entre otros. Algunas trabajan por la mañana, otras por la tarde, dependiendo de su flujo de trabajo y necesidades financieras.
El 60 % de las trabajadoras sexuales tiene entre 26 y 35 años, el 10 % de 36 a 45 años y el 30 % entre 18 a 25 años, según un informe de la Red de Trabajadoras Sexuales de América Latina.
“Los precios no se determinan por zona, sino por persona. Las compañeras en zonas turísticas tienen precios establecidos basados en el ambiente en el que trabajan”, agregó.
Otrasex aclaró que es prioridad negociar todas las prácticas sexuales antes de realizar el servicio. Citó que una compañera pudo haber aceptado un trío sin saber o que el cliente tenía un fetiche específico como el fisting anal, que se deben discutir y acordar previamente.
Si el trabajo sexual no es un delito, ¿Significa que es legal?
La Red de Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe (Redtrasex) indicó que cuando los Estados niegan el reconocimiento del trabajo sexual como un trabajo, desprotegen a las mujeres dejándolas al margen seguridad social, pensiones, vacaciones y jubilación.
Pese a que no está prohibido, aún el Ministerio de Trabajo no le da el reconocimiento y legalidad del ejercicio.
La Ley 137-03, sobre tráfico ilícito de migrantes y trata de personas, penaliza el acto, los medios y la finalidad del tráfico ilícito de migrantes y trata de personas con fines de explotación sexual, lo cual constituye un delito por la vulneración de los derechos humanos de niños, niñas y adolescentes.
Es decir, una persona ofrece servicios sexuales de otra a terceros, y se lucra económicamente de esto, mediante el uso de fuerza, amenaza, coacción, engaño, captación y traslado, inhabilitando a la víctima en el uso de sus derechos y malogrando su dignidad.
“Hemos abogado por políticas públicas que reconozcan formalmente nuestro trabajo”, dijo Yamilex Valdez.
De acuerdo con Valdez, las mujeres enfrentan un doble estigma, ya que además del trabajo sexual, a menudo, se las etiqueta como ladronas o delincuentes, por lo que es crucial que “reconozcamos y abordemos estos prejuicios para avanzar en nuestra lucha” por el respeto y el reconocimiento.
Ante esta dificultad, se organizaron en una asociación gratuita que está en proceso de sindicalización. Su presidente indicó que presentaron la documentación al Ministerio de Trabajo hace cinco meses, mientras que como independientes organizan actividades y capacitaciones en derechos reproductivos, humanos y prevención de enfermedades de transmisión sexual.
Otrasex comentó que en numerosas ocasiones se les juzga por su ocupación, situación socioeconómica o género. De acuerdo a la representante de Otrasex, Soranyi Martínez, "es importante recordar que las trabajadoras sexuales también tenemos sentimientos y derechos, y a veces establecemos vínculos emocionales con los clientes. Los comentarios crueles que asumen que no tenemos sentimientos son injustos”.
El trabajo sexual a nivel regional enfrenta el mismo desafío
El Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida (Redtrasex) estima el número de trabajadoras sexuales en América Latina y el Caribe en 2,463,000. La estimación excluye a Chile, Venezuela y Puerto Rico debido a que no se pudo obtener datos específicos sobre las mujeres que desempeñan ese oficio.
Sin embargo, en los países de la región (excluyendo solo a Jamaica) con mayor número de personas que ejercen este oficio, el trabajo sexual puede generar flujos económicos de hasta US$ 58 millones anuales.
En República Dominicana el ingreso semanal es estimado por Retrasex de US$ 110, por debajo de países como Paraguay (US$ 210), Chile (US$ 320) y Costa Rica (US$ 465). Trabajadoras sexuales en naciones como México y Colombia indicaron que su retribución asciende a US$ 820 y US$ 604, respectivamente.
En República Dominicana las trabajadoras sexuales enfrentan similar situación al resto de la región: el trabajo sexual no es reconocido como una ocupación legítima ni se les otorgan los derechos que merecen, sin embargo, no se penaliza en el Código de Trabajo, por lo que el oficio sigue siendo invisibilizado.
“El autorreconocimiento como trabajadora sexual no se ve como un desafío, sino como una parte esencial de la aceptación personal”, aseguró Martínez. Para la estudiante de Comunicación Social, cada persona que decide ejercerlo tiene su propio proceso y desde Otrasex se respeta el camino individual.
“Sin embargo, el verdadero reto radica en obtener el reconocimiento social y formal que aún nos elude”, acotó.
De América Latina y el Caribe, solo Puerto Rico define el trabajo sexual como un delito. Allí, el Código Penal prohíbe “sostener, aceptar, ofrecer o solicitar relaciones sexuales con otra persona por dinero o cualquier forma de pago”. No obstante, sólo Brasil, Colombia y Uruguay lo reconocen como trabajo.
Para las féminas miembros de Otrasex, la lucha por el reconocimiento de los derechos de las trabajadoras sexuales es crucial.
“El trabajo sexual, como cualquier otra ocupación, dignifica a quien lo ejerce. Es una labor que, por su propia naturaleza, resulta más compleja debido a los prejuicios y estigmas sociales”, comentó Martínez.
"Muchos ven el trabajo sexual a través del prisma de la moralidad, tachando a quienes lo ejercen de mujeres indignas o vulgares. Se nos cuestiona por no elegir otro tipo de trabajo, como el doméstico. Mi respuesta siempre es la misma: si el trabajo doméstico fuera tan excelente y respetado, las trabajadoras domésticas no estarían luchando por el reconocimiento y mejores condiciones laborales”, sostuvo la presidente de la Organización de Trabajadoras Sexuales (Otrasex), Miriam Gonzalez.
Mientras que Yamilex Valdez, miembro dela Otrasex, acotó que la educación es fundamental para superar el estigma y avanzar hacia un mayor reconocimiento.
Ante la pregunta "¿han pensado dejar el trabajo sexual?", la respuesta de las integrantes de Otrasex fue clara: “Si en algún momento alguien dice que no, es mentira”.
En América Latina y el Caribe, el 38 % de las mujeres ejerce entre 1 y 3 años el trabajo sexual, el 24 % desde cuatro hasta seis años, el 14 % varía entre 10 y 19 años.
La permanencia en el trabajo sexual se puede entender a través del número de mujeres que reciben ingresos adicionales a los percibidos por su oficio. Según Redtrasex, el 84 % indicó que carece de ingresos adicionales, el 11 % de otro trabajo y 3 % de pensión alimenticia. En menor porcentaje, 1 % de protección del gobierno y 1 % no identificó.
“En algún momento hay compañeras que quieren dejarlo, hay otras que lamentablemente no tienen otra opción porque también tenemos que ver la situación económica y familiar de cada persona, pero todo es una decisión”, aclaró Martínez.