El presidente Luis Abinader retiró el proyecto de modernización fiscal introducido ante el Congreso Nacional. El mandatario aseguró que la propuesta no surgió de la improvisación ni de un capricho personal, sino del “más profundo sentido de responsabilidad hacia el país”.
El ministro de Hacienda, José Manuel Vicente, presentó cuatro ejes clave de su propuesta de reforma fiscal, que destacó fue diseñada para transformar varios aspectos de la economía nacional, en la cual hace hincapié en la inversión pública y gastos priorizados, busca incrementar la inversión en infraestructura.
Ante esto, el economista Isidoro Santana señaló que seguirá la “fiesta del endeudamiento”, lo que provocará aumento en el déficit fiscal, que se sitúa en el 3 % del producto interno bruto (PIB) y “rápidamente se violará la Ley de Responsabilidad Fiscal”.
Explicó que cuando el Gobierno acuda al mercado de capitales a vender bonos por más de US$ 7,000 millones para cubrir tanto el déficit como los vencimientos de deudas para el próximo presupuesto, “los tradicionales inversionistas lo van a recibir diciendo con nosotros no cuente”.
Dado que la necesidad es apremiante, el Gobierno insistirá y aparecerán otros dispuestos a asumir mayores riesgos “Ok, te los préstamos, pero a un rendimiento del 12 %”, y el gobierno reaccionará: “imposible, porque se me iría el presupuesto entero en intereses”. Respuesta: “o lo coges o lo dejas”.
La tasa de cambio comenzará a caminar, la inflación subirá a dos dígitos al año, el Banco Central responderá reduciendo sus reservas y subiendo tasas de interés, los generadores eléctricos y los transportistas dirán que así no pueden comprar petróleo y exigirán más subsidio, el gobierno dirá que no tiene de dónde.
Agregó que los empresarios reclamarán al unísono al presidente que negocie un Acuerdo de Alta Condicionalidad con el FMI para que venga a remediar el caos.
El Fondo le dirá: “usted se pasó 15 años financiando con deuda un déficit de 3 % del PIB, pues ahora tendrá que pasarse 15 años generando un superávit de 3 % para pagarla; haga un ajuste del 6 %”. Y el presidente responderá, “¿seis por ciento? Pero eso es una locura, si todo este alboroto se formó por uno y medio por ciento”.
El FMI le dirá, pero si no quiere cobrar impuestos, puede hacerlo bajando gastos. Para complacer la opinión pública, el gobierno comenzará por quitar los barrilitos a los legisladores y las asignaciones a los partidos; como 6 % del PIB es mucho, les quitará asignaciones a las instituciones descentralizadas y cerrará varios ministerios.
La reforma policial terminará en papeles, la delincuencia volverá a florecer, cuando alguien llame a una patrulla le dirán que si paga el pasaje, porque aunque consiguieran gasolina no tienen gomas; los corruptos se reirán a carcajadas, más que ahora, porque las denuncias de corrupción dormirán en los despachos por falta de abogados para procesarlos.
La inversión extrajera dejará de llegar y los turistas estarán asustados de venir al país; la pobreza volverá a los niveles de los ochenta. Los pobres sentirán que ya no tienen nada del poco Estado que tenían, los ricos estarán felices porque nunca lo necesitaron, "excepto algunos que fueron alcanzados por la DGII o que buscan que les paguen deudas, y la clase media saldrá a la calle a reclamar ¡que hagan ya la bendita reforma fiscal!".