Considerada entre los íconos mejor valorados de la educación dominicana, Zoraida Heredia Vda. Suncar nació en Santo Domingo el 18 de mayo de 1918, fruto de la unión matrimonial de Bárbara Martí con Manuel Heredia. Sus primeros pasos en la educación formal, antes había sido alfabetizada en el calor del hogar, fueron en la Escuela Júpiter, de donde pasó al Instituto Juan Pablo Duarte, fundado por las hermanas Quírico, con sede en la calle Hostos esquina Salomé Ureña, Ciudad Colonial. Con apenas 15 años de edad, recibió el diploma de Maestra Normal de Segunda Enseñanza, y en 1951 ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Santo Domingo, donde se graduó con honores en 1956. Entre sus maestros, destacan Eleanor Grimaldi, figuran Pedro Troncoso Sánchez, Abigail Mejía, Patín Maceo, Andrés Avelino, José López Penha, Delia Weber y Consuelo Nivar.

Reclutada por la maestra Patria Mella, en 1937 fue designada como maestra en la Escuela Primaria e Intermedia Juan Pablo Pina, San Cristóbal. Al año siguiente ascendió al nivel de maestra en la Escuela Normal de Varones. Sus principales tareas se concentraron en programas de alfabetización de niños y adultos, en los que se hizo especialista en poco tiempo.

En 1946, contrajo nupcias con Manuel Emilio Suncar Chevalier, educador, poeta y narrador, con quien procreó a Héctor Bienvenido y Bárbara Suncar Heredia. Con la partida a destiempo de su esposo, tomó la determinación de honrar por siempre su memoria, de concentrarse en el desarrollo de su gran vocación, el magisterio, y dedicarse sin reservas a sus hijos.

Sin alejarse de las aulas, en 1951 asumió la dirección de la Escuela Primaria Padre Billini, debutando al año siguiente en la Secretaría de Educación y Bellas Artes como técnica encargada de Educación Primaria.  En poco tiempo, ocupó la dirección de dicho departamento. Desde esta posición, formó parte del equipo de técnicos que coordinó la primera producción y distribución gratuita de libros en el sistema educativo nacional.

A finales del decenio 1950, gracias al auspicio de la Secretaría de Educación,  participó en el inicio de la producción de textos escolares infantiles con la producción de los libros: Tatica y Fellito, A jugar y a gozar, Amigos de aquí y de allá, y,  A la escuela. Fuera del ambiente escolar están sus ensayos: Educación y Cambio Social en la República Dominicana; Salomé Ureña: desafío de una época; Pedro Henríquez Ureña: perennidad cultural; Por el Mundo del Cuento y Maestros y Maestras Dominicanos del siglo XX.

La maestra Zoraida Heredia también tuvo excelentes cosechas en la educación superior dominicana. En 1962 ingresó al cuerpo docente de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. En su desempeño lleno de lauros impartió asignaturas para los departamentos, hoy escuelas, de Pedagogía, Letras, Psicología y Ciencias. Como reflejo del Movimiento Renovador, que consolidaba a la Universidad Autónoma de Santo domingo, entre 1969-1972, ocupó la dirección de la Escuela de Pedagogía, y más adelante, el decanato de la Facultad de Humanidades. Sus competencias también fueron aprovechadas por las universidades O & M e Interamericana, donde fue vicerrectora y maestra.

Su condición de mujer abierta al mundo de la ciencia y a la interpretación de las complejidades de las relaciones sociales, se refleja en la atención a otros escenarios propicios para el reconocimiento y defensa de la dignidad de sus pares. Así lo muestran su condición de asesora de la Asociación de Mujeres Ejecutivas y Profesionales; en calidad de vicecanciller, su participación en las Naciones Unidas en el marco de la aprobación del Instituto Internacional de Investigaciones y Capacitación para la Promoción de la Mujer (INSTRAW); y en el surgimiento de la Asociación de la Mujer Latinoamericana.

Los avances de esta maestra consagrada le hicieron acreedora de los reconocimientos más importantes del mundo académico y social, fuera local o extranjero. Su gran legado se construyó gracias a su condición de lectora constante por la interpretación adecuada del escenario local sin perder de vista los procesos regionales, continentales y, por qué, los universales. Cuanto hizo, tuvo por amparo su convicción de que enseñar es compartir, compartir saberes, como muchos años después sostuviera Julio Cuevas. Además, siempre mantuvo en primer plano la defensa de lo formal contra las improvisaciones, de lo espiritual y moral contra lo banal y, entre muchas otras posturas dignas, del culto a los valores dominicanos contra las desviaciones de los procesos de transición que no terminan. Esto y más, se evidencia en esta “amable, humilde y sencilla mujer”. Que su legado y don de gente no paren de multiplicarse. Que perduren en los tantos que, como yo, perseguían sus pasos en cualquier espacio universitario y del resto del país,  con admiración hasta perderse su silueta en la distancia.