Era la década de los sesenta. Con el Canto general (Neruda) y los textos de la “antipoesía” (Nicanor Parra), se labraba una escritura que muchas veces quedó entrampada en el panfleto y las urgencias sociales propias de una época convulsa de la historia nacional. En contacto con los trabajos teóricos que anunciaban una “estética marxista”, según la cual toda obra de arte debía cumplir una función social, el arte al servicio de la revolución, surgieron los escritores de la poesía de postguerra. Las utopías parecían tangibles y las arengas las anunciaban cercanas. Allí se teje la historia de esta generación: en un topos social que no constituyó la ruptura formal con los movimientos literarios de los sesenta, sino la producción que este grupo había esbozado en la acción de los frentes de masas y los sindicatos. Así, post-guerra fue el catalizador de las iniciativas setentistas.
En ese contexto, el grupo La Antorcha convocó a los jóvenes que en el momento representaban una fisura importante en el discurso que les precedía. La Antorcha, aunque escribió versos de barricada, exploró, aún en medio de la propuesta marxista, otras visiones, sonidos y experiencias. Como antecesora de la Joven Poesía, La Antorcha fue una luz importante en medio de las utopías y luchas que marcaron los doce años de la semidictadura balaguerista.
Las heterogeneidades se aproximaban sólo por la realidad social que movía sus sensibilidades, pero en el texto, era claro, los sujetos de la escritura se distanciaban. La intertextualidad que podría reclamarse hoy para el estudio generacional, no estaba presente en los trabajos que para los sesenta habían publicado los miembros de estos nuevos grupos. Es por ello que el concepto generacional que los cohesiona es el ortegiano en que se asumen las coordenadas epocales, la coetaneidad y una determinada sensibilidad social como variables definitorias.
Una búsqueda de los vasos comunicantes, de estructuras discursivas isotópicas se tropezaría con las diferencias y la diversidad de estrategias en mayor grado.
A pesar de su condición rizomática con relación a la postura de compromiso social de los escritores de los sesenta, las pos- guerras se distancian de éstos en la búsqueda signada por nuevas lecturas, de un lenguaje poético que supera al panfleto. Diacronía entre la obra poética y las exigencias de un discurso político, el mensaje no debía desplazar la belleza estética (Luego de las estéticas estalladas y la “belleza de lo feo” que introduce en la litera- tura Baudelaire, entre otros, esta tautología recupera la visión de la actualidad de lo bello donde Gadamer calibra el arte actual en relación con la visión estética clásica; es decir, un retorno a la estética en contraposición a las estéticas). De este modo se inicia, en la historia de la literatura dominicana, el proceso de abandono del viejo debate sobre forma y contenido, herido de muerte ya por los formalistas rusos.
En ese contexto emerge el poeta Mateo Morrison, impelido por una especie de realismo de la simultaneidad: las utopías sociales, los sueños, la paternidad, el amor, la solidaridad, los asombros, la mujer. “Fabrica” con esta hibridación conceptual, una poesía donde dialoga el compromiso con un filón romántico que se cuela muchas veces a despecho del autor. Cuando la convicción ideológica lo llevaba de la mano hacia la necesidad de comunicar un mensaje, por otro lado el corazón hacía su incursión en las zonas de la ternura. Aniversario del dolor podría ser un título con una posición especial en la galería de conmemoraciones del romanticismo. El poema funciona en Morrison como catalizador, como palabra que organiza un decir que no abandona la doble articulación entre el lenguaje que dice y el lenguaje que se dice.
…desde hace poco
mis versos tienen un rastro de llanto recrecido un crujir de dientes, un odio almacenado.
El poema cuestiona la existencia de lo bello atemporal en medio de la dura realidad vivida en el ahora:
ojo vibrátil del mañana
ojo acuoso de sales
dónde está el mar
donde los peces bañándose en enormes olas impetuosas
El poeta expresa su fe en el porvenir, pero dista mucho de la arenga y realismo socialistas:
La cabeza da vueltas en una enorme mesa El índice de nuevo señala al horizonte
Y el mar aparece de pronto Humedeciendo los ojos infinitos
Del futuro
A menudo reflexiva, la poesía de Mateo Morrison se apropia de los elementos cotidianos, elevándolos a la categoría de voz poética. Aunque no tiene un texto que pueda considerarse su Ars poética, es posible rastrear en su obra algunas constantes discursivas que la articulan. Podemos referir la función de un significante cotidiano alcanzando un sentido nuevo de transparencia en el nombrar. La enumeración es un recurso pocas veces usado en la tradición escritural dominicana. En manos de Morrison, esta herramienta se eleva por encima de la simple referencialidad, para alcanzar la categoría de una imagen, de una figura de construcción que convierte a las cosas en una serie de objetos que amueblan los mundos posibles creados por el autor. Los muros, la hierba, las aceras se transfiguran en receptáculos de la muerte; en los árboles puede colgar la enfermedad y unos peldaños ascienden al pecho del poeta poblándolo de palomas.
La poesía aquí es reconstrucción, transfiguración y deseo que se yergue en el tránsito hacia el canto, donde la cuestión temática es un pretexto que permite el paso de la visión sensible del poeta a la facticidad del texto. “Tiempo de empezar a reconstruir el amor con los escombros”. El tiempo es topos, la palabra escombros que en las manos del orfebre se torna belleza o utensilio. Mateo Morrison resuelve esta dicotomía por la vía de las analogías, con la cuales acomoda el mensaje social con la diferencia específica, que Roman Jakobson atribuye a la función poética.
Situarnos en el año de 1973, época de la aparición del primer libro de poesía bajo la firma de Mateo Morrison, nos plantea el asunto del texto como unidad, lo que nos sitúa en una visión moderna quizá no reclamada por el poeta. Sin embargo, la poesía de Morrison evoluciona, cambia, se hace multívoca y fragmentaria en su unidad, se acerca a dialogar con otras formas textuales, como es el caso de pintura de Dionisio Blanco, lo que nos coloca ante una poesía social abierta, crítica, que busca y encuentra lo que de lúdico y onírico hay en la propia realidad, traslapada de la crítica social a la crítica de lenguaje lineal. Así en la práctica textual, no en el teorizar, la poesía de este autor nos hace asistir a una pretensión de unidad y estilo que estalla luego en unas posibilidades, en correspondencias y diálogos.
…difícil equilibrio
de una mano que traza mientras el ojo mide
difícil equilibrio de unos ojos y unas manos que se buscan.
Equilibrio del ojo y la mano del pintor. Equilibrio del ojo del poeta ante la imagen plástica y la mano que traza unos versos, colo- cando a Morrison definitivamente en la contemporaneidad del decir poético, explorando en el interregno de otros discursos, en este caso el de la plástica.
Los rápidos cambios ocurridos en la “aldea global” atañen también a la escritura –dicho esto sin pretensiones sociologizantes–, no sólo en las tematizaciones, sino en la experiencia del sujeto inmerso en una determinada realidad, en una materialidad que será magma y pretexto de su producción estética. Pero en la propia perspectiva estética se pondrá de manifiesto, a despecho del otro, los rápidos cambios sociales. A pesar de las propuestas escriturales y críticas, la lucha de clases como divisa ideológica que marcó al sujeto de los setenta, ha dado paso a un proceso de individualización y soledad cuya metáfora tecnológica es la comunicación virtual. El poeta encuentra en la heteroglosia, en los lenguajes atravesados por la poesía, su respuesta, proponiendo su propio aparato teórico desde la productividad misma del poema.
Las palabras están ahí
sobre el rojo y el ocre
y sobre el rojo y el verde otras palabras nadie las pronuncia
porque están ahí ya pronunciadas moviéndose en nuestros ojos
como si fuera posible conversar
con uno mismo y con los demás
al mismo tiempo.
Si asumimos esta visión bahktiniana, los signos ideológicos aparecen pues en toda poesía, así como el lenguaje poético atraviesa los lenguajes utilitarios y los lenguajes de otras formas del arte. La literatura y la vida (Deleuze) se tocan siempre en los corredores de la multivocidad, donde el poeta reclama suyas la originalidad y su verosimilitud. Una voz que se desplaza es una que se multiplica en voces dirigidas hacia la metáfora fundante de la poesía morrinsiana. Unas palabras que comienzan a “Esculpirse en algún rostro”.
La dicotomía entre “lenguaje poético” y “lenguaje ordinario” es disuelta por las formas y la apertura de la escritura poética a las demás inscripciones y “géneros”. Aunque Mateo Morrison no se detiene a jugar con la parodia y el verso, con la estructura narrativa y el ritmo, sí dejó su poesía aproximarse a los linderos de lo conversacional y salir airosa como lenguaje otro. El poema no se perdió en el mero decir, el poeta no se quedó entrampado en las urgencias.
Debajo de la superficie de la idea Está la forma…
La cuestión del mito como sustancia del poetizar –genialmente recuperado por Octavio Paz en aquella frase que afirma que la poesía es siempre mitos recuperados o mitos creados– convierte al poeta en una especie de mago o mistagogo cuyo material creador es el lenguaje. En los diferentes momentos de la evolución poética de Morrison se evidencia la transfiguración de lo representacional a lo mítico; la madurez de su poesía que es un revelar, un dar a ver lo que hay debajo de la superficie, de la forma y de la idea: el signo puro al que aspira el poeta. Sabiendo con Paul de Man (1979) que la estructura paradigmática del lenguaje es retórica más que representacional, o expresiva, o referencial, el poeta mira con otro mirar las cosas cotidianas y las vuelve cuerpo del ritmo y el asombro.
… mi retina y mis manos iniciaron su circular manía hasta que descubrí
los símbolos del viento
Mateo Morrison ha logrado levantarse de un tiempo donde se intuye un compás necesario de reflexión y maduración. Pero, sobre todo, de renovación del lenguaje, requisito que la poesía nos demanda. Ahora su estro se orienta a la experiencia de la cotidianidad, y rompe los linderos del poema para explorar la narrativa. Allí, a despecho del escritor, se filtra por los intersticios de la anécdota o el relato la voz poética: los fogonazos líricos, las imágenes. Lo que digo se hace evidente en el propio título de su novela recientemente publicada: Un silencio que camina.
Una cuestión que se evidencia también en la escritura renovada del poeta, es la ironía y el recurso de lo cotidiano reinventado, presentes ambos recursos en el poema “la cámara me observa”, de su más reciente texto. Atmósfera conversacional que imanta con recursos del lenguaje poético, a las palabras cotidianas. La imagen verbal (“la cámara ya sabe a lo que he venido”) con la que explora el poeta posibilidades psicológicas, aparece por primera vez en la poesía de Mateo, por lo que la asumimos como parte de los elementos de ruptura con la poesía de urgencia de Aniversario del dolor y como parte de la búsqueda de nuevas posibilidades.
Así, recursos de imágenes yuxtapuestas que agregan multivocidades al texto son manejados con acierto: “Usted ya no podrá derramar la sonrisa en sus zapatos”. Este verso, al inicio del poema “Inmadurez”, remite al lector a lecturas múltiples, potenciación de la plurisemia propia de la poesía. Tirar por el suelo la alegría, desdeñar sentimientos son algunas de las imágenes que podrían derivar de este hallazgo. Sin dudas, un nuevo decir se ha gestado en la producción del poeta Mateo Morrison. Sin abandonar su poética de lo cotidiano, ha realizado el tránsito necesario a un discurso que se adecue con las nuevas corrientes, no desde el punto de vista de adhesión a escuelas, sino desde las significaciones que los tiempos ponen en manos del poeta como herramientas para la creación de sueños: concreción en la letra de los mundos posibles.
Una colección poética es una aventura doble: la escritura y la selección crítica. Pero siempre toda elección entraña un acto subjetivo. Las preferencias y los olvidos son inapreciables materiales para el estudio detenido de la estética del escritor, evidenciada en su junte. Siempre queda el sabor de lo postergado, de aquel poema que pudo ser imprescindible. Siempre una selección será “difícil equilibrio”, un acto de amor y permanencia en las letras de un poeta de los sueños y la tierra.