En la cultura occidental la diversidad se observa como lo espeluznante, lo raro y feo. Es como decir en la temporalidad presente, estar fuera del tiempo del mercado.
Por tal razón, las variables seleccionadas están selladas con la marca de la edad, el grosor de las grasas, las dimensiones de las curvas, la altura y el grosor de los pechos, el color de la piel, el tamaño de las caderas, el tipo de pelo, la posición de clase, los tumultos de los adornos corporales y la marca de las carteras o del vestido.
Todo lo que en término de botánica se corresponde a la herborización genéticamente modificada que adornan los setos de las casas burguesas o de los chicos que pretenden algún día, enriquecerse y ser galanes como los modelos que ellos corretean en las pasarelas virtuales.
A mi entender, es una gran problemática social y política que se ampara en las viejas teorías decimonónicas de querer representarlo todo con un entronque homogéneo y medible, tal como lo concebía y diseñaba el episteme de la escuela de Austria. En fin, todo puede ser llevado a un laboratorio u hospital para corregir por cirugía y mercadearlo. La base de esa biopolítica de los cuerpos es explicarlo en un contexto controlable, como si esa condición de vigilancia, es del todo un fenómeno natural o biología pura.
Me ha tocado vivir en estos tiempos de cesura entre lo abstracto y figurativo. Es una vieja disputa del arte, si privilegiar la apariencia o buscar la diversidad, tal como se expresa en la intimidad de nuestra psique bordando los lazos entre lo exterior o interior. Así como lo expresaban Patrick Herón y Roger Hilton en su discusión sobre forma, contenido, color, medio, representación e imagen. Un buen colosal conflicto entre pintores.
No obstante, a estos diletantes creadores de la St Ives Society de los años 20, que permitieron crear un buen discursillo para maestra de arte, está la mirada presente, la ofuscada idea de la homogeneización estética. Una continuación de una mentalidad que está situada en ese viejo antagonismo de definir el ideario del club de las elites, los elegidos de Dios y los que forman parte del mundo de los inadecuados, aquellos que inmortalizó Rabelais en su mundo Pantagruélico, al configurar la presencia de lo grotesco en el medievo francés.
¿A quién hay que parecerse para participar en un certamen de belleza? Cuál es el camino para ser alabada y admirada por todos los virtuales, gente de fama, políticos adinerados, exitosos youtuber, y el popular mundo del espectáculo pueblerino de la gente común.
No hay que ser un cuásar para saber que un hoyo negro se traga toda la luz y que las posibilidades de salir ganadora en un certamen de feria de mujeres, perdón, perdón de competición por belleza es un buen problemón para las llamadas “feas”. Lo estético es muy homogéneo en un concurso de belleza. No hay posibilidades para las mujeres que no cumplen, el perfil de las modelos actuales. Solo hay que preguntarle a Allan Poe cuando una mujer se mete de cobijo en la famosa casita que él título: “La caída de la casa de Usher”.
La historia de estos certámenes está claramente definida para todas las que aspiran a tales pasarelas. Está establecido de antemano un estereotipo que viene de la modernidad occidental y esto es biopolítico. Sin embargo, la arquitecta Apameh Schönauer, de 39 años, ha ganado en la feria de “los perfectos”.
Leer está noticia fue algo así, como tener un café en las manos mientras leo, un poema de Goethe, sobre la naturaleza. Para sorpresa de muchos, es iraní, tiene dos hijas, mujer inmigrante, el pelo ensortijado y no corresponde con lo típico que se prefiere en esos mundillos del mercado de la belleza.
Ha sido atacada ferozmente, por ser ganadora del certamen de belleza “Miss Alemania”. Ella no responde a tales comentarios. Es típicamente opuesta a lo que se conoce, no le interesan esos discursos excluyentes. Y de verdad que a ella, no le importa. Y eso no me parece raro.
Es una mujer que está integrada a grupo integracionista y antirracista. Una adulta consciente que circula por los medios colectivos defendiendo el bien común y las buenas vibras. Se enfrenta, cotidianamente, a ese mundo que postula el mercado hedonista en su versión voyerista, exhibicionista y racista.
Empero, en el multiverso del ciberespacio es un desacierto su elección, por ser la actual representante de “Miss Alemania”. No hay mucho que decir de esos espacios virtuales. Son enredes obtusos que se creen con el poder para calificar, todo lo que existe en el acontecer de la vida. En el marco epistémico es una mirada casquivana. Esto me recuerda, las disputas de los dadaístas y sus exégetas tratando de oponerse y establecer un nihilismo, para contrarrestar las visiones de los poetas y la estética. Los alemanes, traicionaron las posturas de la vieja cacofonía, la de favorecer sólo, a lo que se consideran electivos.
El giro alemán fue apandillarse en esta ocasión con los surrealistas franceses aceptando con sosiego a los poetas, y postmodernos. Por primera vez, convirtieron a una reina persa en Miss Alemania. Apameh Schönauer no acepta, ni le importa, las decisiones de los acosadores, ni buleros que están detrás de los ordenadores. Esos son los que aceptan que Bretón es el único que decide cuando se deba tomar la palabra.
Apameh Schönauer no es un tapete, ni un frijol saltarín. Es una mujer arquitecta y madre que en el juego de las posibilidades, pudo entender la geopolítica de la Europa en guerra. Deseó y participó en el certamen, no por pura intuición, sino por entender que en todo proceso político, hay diversas formas de acercarse al otro.
En mi humilde mirada, ella estaba consciente de la lucha de las mujeres iraníes por quitarse el velo y de su importancia para Europa de que se logrará, un cambio en su país de origen. Su pelo de Diosa Persa, la acercó a la posibilidad de aprovechar las fisuras. La de acercarse, a un acto necesario y político. La de ser elegida en ese punto de arranque, en el que se trata de buscar salida, a un mundo en el que lo real, se ha convertido en algo rígido y muy cegado por la elección de un mismo color y forma.
La vieja conciencia alemana se las trae, tal como hicieron los surrealistas, que se adosaron, a esa belleza convulsa que ofrece el instante (coyuntura), casi como un anhelo inconsciente y colectivo de encontrar en el juego de las posibilidades, una respuesta, un abrazo entre muchos, el de colocar sobre la pasarela, algo no común, una mujer, diferente. No importaron, los adoquines tradicionales, ni las etnias. Los electores, aceptaron, la belleza que existe, en la diversidad y dejaron de lado, aquellas narrativas, en la que se ampara la estética tradicional.
A la verdad, soy fiel creyente que existe, tanto poder en la cartera de un mesero, como en la de un político. Hoy estamos presenciando, la unión de la ética y la estética, en el juego exquisito del mundillo de la geopolítica alemana. La apuesta está sobre la mesa.