Si esta generación posee un poeta del ingenio, ese debe ser Christian Encarnación.
Todas las madres nos condenan a muerte es un libro en el que Christian ha logrado madurar ese lenguaje exquisitamente sorpresivo con el que ya había debutado en Ausencia del vacío. En palabras del escritor Ronny Ramírez, una de las mejores virtudes de este poemario es el engranaje secreto de su estilo, que, aunque en ciertos aspectos parece directo y simple, sorprende con un último verso o una reflexión inesperada que cambia la percepción del lector sobre el poema y su contenido.
La poética de Christian Encarnación podría entenderse entonces como un ejercicio lúdico, en el que se encuentra rápidamente un tono cómico que aborda la tragedia del poeta (seguiré caminando/ aunque las suelas de mis zapatos/ estén empapadas de sangre y mentiras), de los suyos (no aceptas la traición de tu cuerpo/ el descubrimiento de que eres tu propio homicida) y la de un mundo que, ante su mirada, parece precipitarse a un vacío existencial y colectivo, profundizado por un frenético consumismo, que nos recuerda a Ray Bradbury y su Fahrenheit 451 (el mundo es un centro comercial/ donde ya casi nadie cree que la felicidad/ no puede ser comprada).
Como puede verse en los versos citados, no por cómica y lúdica la poesía de Christian deja de ser solemne. Al contrario: es en la equilibrada conjugación de esas tres características donde surge y cobra un necesario sentido la ingeniosidad con la que construye sus versos. De ahí que, tras la primera sorpresa, uno termine por comprender que solo así podía decirse lo que Christian nos dice. Ningún tema es nuevo, no descubrimos nada más que un lenguaje que pareciera reestructurar la realidad que conocemos para permitirnos verla más de cerca y encontrar detalles que habíamos pasado por alto o que tal vez llegamos a olvidar que existían.
Por eso, aunque el título tiene razón al sugerir un conjunto de poemas que nos hablarán de las fatalidades de la vida y el infortunio de nacer, el libro no se limita a ello. Se encuentra aquí una diversidad temática de lo más universal y antigua: el amor, la familia, el día a día, el mañana, los sueños, el trabajo; en fin, los principales dilemas humanos presentados por una voz que ríe y llora y juega con ellos desde la ironía propia del que le duele la vida, pero quiere vivirla, aunque no lo parezca.
Christian Encarnación logra un abordaje de estos tópicos con gran lucidez estética. Igual que Borges, Christian sabe que todo esto le ha sido dado como una arcilla que debe transmutar en algo que sea eterno o que aspire a serlo. Si lo ha logrado o no, no me corresponde a mí ni a nadie de esta época decirlo. Lo que sí afirmaría es que ha realizado un intento admirable, que se sostiene, sobre todo, como diría don Bruno Rosario Candelier, en la construcción de un lenguaje que le ha permitido crear imágenes y conceptos que dan forma a la expresión de sus intuiciones y experiencias, en las cuales se refleja una manifestación de lo que motivó su talento creador.