A través de la memoria, el recuerdo es siempre en un viaje hacia el pasado: Vivimos lo recordado y recordamos lo que vivimos. Así que constantemente el recuerdo viaja hacia un presente continuo. Pues la memoria se convierte así,  en  un mecanismo de mitificación del tiempo. De ahí que los libros y documentos históricos representen un legado importante para la cultura universal y los procesos civilizatorios. Como nuestras vidas están marcadas por los recuerdos, la memoria es una catapulta que dispara la imaginación del hombre hacia  lugares remotos de la geografía espiritual. De manera que, los momentos significativos y angustiosos de la  vida del hombre, que a la postre han marcado su identidad y su idiosincrasia, se hacen intermitentes en el tiempo.

Esa mancha indeleble del recuerdo nos permite colgar en algún lugar del espacio sideral, aquello que no ha sido posible olvidar. Debido a este particular acontecimiento de la percepción de los sentidos, tenemos varias  clases de memoria vinculadas al arte y  específicamente a la literatura: Una, la memoria del escritor y la otra,  la memoria del lector. Sin el vaciado de la memoria sería imposible la producción de las obras literarias. Escribimos  lo que pensamos acerca de los escritores y las obras que de ellos hemos leído. En esencia, la literatura es una representación simbólica de la memoria que somos. Como la escritura y la lectura son dos instancias indisolubles, somos capaces de leer en la memoria del otro: Las obras literarias y los libros de historia son las representaciones simbólicas de la memoria ajena. Significativamente, somos lo que pensamos en el tiempo. Sin el tiempo no tendríamos memoria porque no tendríamos conciencia del pasado. Se escribe sobre la base de la experiencia vivida y  la memoria se activa con la palanca del tiempo.

Escasamente los jóvenes escriben novelas, porque carecen de memoria. Para escribir novelas el escritor debe tener genio y  memoria. Por eso, una de las materias primas del escritor son los  viajes. Viajar le permite al escritor intercambiar experiencias con la gente, explorar geografías, aprehender la realidad y estudiar comportamientos diversos para crear los prototipos de su literatura futura. Así que el escritor  ficcionaliza sobre lo que los sentidos perciben  e inventa sobre la experiencia que vivió en el tiempo. En última instancia,  tiempo y memoria se unen para realizar una nueva versión del pasado, ya sea este un testigo trágico o un testigo estético. Ya sea este,  un aliado cercano o lejano.  A través de la memoria revisamos también el tiempo psicológico, aquél que vive en el cerebro de los personajes. Aunque estén hecho de palabras los personajes ficticios también están dotados de memoria. En el famoso cuento de Borges, pensamos en Funes el memorioso, un personaje dotado de una prodigiosa memoria.  Las  hazañas memorísticas de Funes representan un tiempo psicológico que solo habita  en su cabeza, porque es el tiempo del mito, o sea, el tiempo de la invención, que a su vez,  es el tiempo fantástico en  la memoria de Borges.

¿Qué recordamos de los libros que leemos? Las fantasías que nos dejan, así como los episodios transgresores de nuestras almas y nuestra conciencia, por eso se convierten en clásicos,  aquellos autores cuyas obras perduran en la mente de los lectores. Si hay un estado inconsciente del cerebro, la memoria no registra  imágenes por  la anulación de las coordenadas temporales. Por esta razón las personas que sufren accidentes cerebrales no recuerdan nada,  de manera que es el tiempo la materia gris de la memoria que en definitiva somos.

Existe la memoria creativa o subjetiva, la que trae hacia el presente el dictado de un tiempo pasado.  Con mucha razón las obras literarias representan así, un dictado de la memoria-ficción. Existe también la memoria analítica, más bien,  un ejercicio de la memoria para abordar el pensamiento crítico. Por otro lado tenemos la memoria evocativa o subjetiva. La memoria subjetiva inventa y ficcionaliza, en tanto que la memoria objetiva analiza y reflexiona. Esta última permite abordar el campo de  la ciencia, la primera, le da paso al arte.

En el campo de la actuación, en su libro Un actor se prepara, el teórico ruso Constantin Stanilasvk, para crear su laboratorio teatral,  puso en juego el mecanismo de la memoria emotiva,  para que el actor pueda alcanzar eso que él llamó con mucha propiedad  fe y sentido de la verdad. La memoria emotiva  permite al artista de las tablas,  actuar desde el presente, como si la escena estuviera sucediendo en el instante mismo de la actuación. Cuando alcanza el sí mágico, el actor logra conectar con los sentimientos del espectador gracias a los efectos de su memoria emotiva.

Podría decirse que el tiempo de las obras literarias es  un tiempo mítico, porque es un tiempo inventado. Por ejemplo, en  Pedro páramo de Juan Rulfo, el tiempo es la nada eterna, porque simplemente no fluye. Es eterno, como cada una de  las vidas de los personajes y como la muerte misma. Cuando la madre moribunda de Juan Preciado le dice a su hijo: “ve y reclama a tu padre lo que es nuestro, lo que tuvo obligado a darte y nunca te dio”, el personaje va hacia el encuentro con la memoria, con el pasado y con el vacío, porque todos han muerto. Aquí, el murmullo de la madre en el oído de su hijo, funciona como un mecanismo tramposo del recuerdo.

En la novela  El coloquio de los perros de Cervantes, Cipión y Verganza viven un estado dramático de su memoria. Se pasan todo el tiempo rememorando la vida que llevaban siendo niños, antes de haber sido víctimas de un acto de venganza en contra de su madre, por parte de la bruja Camacha,  quíen los convirtió en perros. Desde su vida de perros, ellos añoran el tiempo pasado y lo regresan al presente a través de los recuerdos. Ese estado  dramático del recuerdo, coloca a ambos en una dificil situación psicológica, simplemente porque añoran volver a ser los niños normales que acontecían en el barrio. Ese tiempo que es mitológico, en la novela de Cervantes, es el tiempo de la ficción. Esta fábula me resulta un tanto graciosa para detenernos un poco en la percepción del tiempo, tanto del perro como del hombre. El tiempo para el perro sigmifica el instante, mientras encuentra un manjar lo devora sin pensar en mañana. En cuanto que el hombre vive el presente y el pasado, también añora el futuro que es utópico. El perro asocia los lugares por el olor de sus dueños,  en cambio, los humanos recordamos los lugares gracias al tiempo, y a los acontecimientos que rodearon a las personas con las que convivimos en ese tiempo preciso.

Sería imposible la existencia de la literatura sin la memoria del lector. ¿A caso anida en el subconsciente episodios memorables de las obras que ha leído? Resulta interesante pensar que el lector realiza un viaje interior  hacia el bosque de los sueños de cada escritor. Así como la vida del escritor está marcada por acontecimientos extraños, que han sido influenciados por  la realidad o los sueños, la memoria del lector,  actúa como una especie de catapulta que se  traslada hacia  lugares remotos de la geografía espiritual.

Con sobradas razones millones de lectores tienen acceso a obras indistintas de remotas geografías, porque las mismas representan espejos de sus vidas pasadas y presentes. Episodios y retratos quizás,  más cercanos que conectan con su memoria. En definitiva, entre escritores y  lectores existen vasos comunicantes que a su vez son signos, legajos y representaciones espirituales de la memoria que somos.

Eugenio Camacho en Acento.com.do