Walt Whitman.

Mirada hacia Walt Whitman

Y yo soy de la infatigable belleza

la mano que se apresura a darse.

… He dicho estas voces mías

en los áureos arrecifes.

Y me digo de amor a mí mismo:

soy conmigo el rocío,

el hidalgo junco que blandea de luz.

Soy la aventura de los pájaros,

su voluntad de no caer.

Soy de la bienaventuranza,

en oquedad todos los bosques,

nevados blancores que tiemblan,

los hombres que sin saberlo

están regresando a La Fuente

al centro expansivo del origen.

Soy la exacta medida de amor.

Beso en gratitud la hierba,

a mis hijas dormidas

y al aire de cada tarde.

Me digo a mí mismo:

sé las cumbres azuladas,

los viajes circulares,

estelar semilla de niebla

que se abre íntima a recordar.

Soy el atajo de las sustancias,

la equilibrada ecuación

de partículas entrelazadas,

el camino y el caminante,

la muchedumbre del día,

el tiempo callado que gira

en los girasoles;

y del trébol y sus aspas,

la clorofila del viento.

Y así del águila, el alto abismo.

Soy la savia de todos mis ancestros,

un atajo para la alegría de los niños,

Atardecer. Foto de José Arias.

Llamarse Natalia 

Ven contigo y dime tu a esta ahora,

¿quién eras fuera del miedo,

casa mía que siempre regresa

con tus verdes tatuajes,

menudas arañas

que dicen tu voz con las manos,

pequeñísimos hongos

que brotan por momento

y me dejan

hecho cántaro de mi sed,

derramado de mí,

con tu breve boca

de flores y flores amarillas,

sellada por una mariposa

como si gustara posarse en el aire?

¿Quién eras tú, de mujer, esa tarde,

qué Nirvana para estar nosotros,

qué ave resuelta en ternura,

qué llamado de tibieza

y último y primer beso temblando?

¿Qué hechizo de alas eras

para hacer descalzo de mí un niño,

liviana como lluvia de violines,

exacta de tiempo,

camino deseoso de llagar,

que se curva y se pierde a voluntad?

Desde dentro caían en mí las hojas,

goteantes memorias empinadas

hacia la alcoba de mis ojos,

leve tacto que la luz ocultaba.

¿Quién eras tú esa tarde,

por quien me contuve despacio

para no salir huyendo

entre tantas miradas oblicuas,

interrogaciones del sigilo,

insomnes ocupaciones y días

y números que han quedado afuera?

Pero más aun, ¿quién era yo conmigo,

que pude sentir la sustantiva belleza?

Decir desiderata

Sueñe yo besarte como un loco la risa;

y esté a todas horas

en las abiertas tardes

respirando despacio tus ojos.

Y digamos nada,

el silencio audaz de las manos

que saben donde posar sus arañas,

esas palabras tenues

sin el espesor de la voz.

Que en lugar de ser tú y yo,

seamos nosotros.

Y que sueñes tú también

que estemos en el sueño despiertos.