Rubén Darío, en Cantos de vida y esperanza, de 1905, integró un famoso poema titulado “A Roosevelt”, a quien califica de cazador, primitivo y moderno, similar a Nemrod, adorador de Mammón (la avaricia), domador de caballos y cazador de tigres y convencido de que el futuro se conquista con balas. Además lo considera futuro invasor de la América española. Advertía el gran poeta nicaragüense, paladín de la modernidad hispánica, a Theodore Roosevelt Jr., vigésimo sexto presidente de loes Estados Unidos de Norteamérica, entre 1901 y 1909, que no se puede amenazar en vano a “esa América que tiembla de huracanes y que vive de amor”. Le indica también que tenga cuidado porque la América española vive y “hay mil cachorros sueltos del León Español”.
Responde el poema dariano a ese despertar del españolismo que se produce en Latinoamérica tras la derrota de 1898, de lo que son prueba varios textos de Rubén, la novela El problema, ya en el temprano 1899, del centroamericano Máximo Soto Hall, Ante los Bárbaros (1900), del colombiano José María Vargas Vila, o, entre otros ejemplos, los poemas que recogiera el peruano José Santos Chocano en su libro Alma América: “Mi fantasía viene de un abolengo moro: / los Andes son de plata, pero el León de oro; / y las dos castas fundo con épico fragor. / La sangre es española e incaico es el latido”.
El primer Roosevelt era mucho Roosevelt. Vaquero (parece que no cuatrero), millonario, cazador, combatiente en la guerra de Cuba, donde comandó el regimiento de Raugh Riders, explorador, autoritario… No en balde Rubén Darío lo compara con Nemrod. Éste fue un rey de Asia Menor, famoso por su despotismo y al que la leyenda le atribuye la construcción de la torre de Babel, con lo que trajo a la humanidad un problemón y obligó a las Naciones Unidas a contratar numerosos traductores e intérpretes.
En 1918, Prudencio Iglesias Hermida, novelista del grupo de las colecciones de novelitas de quiosco de los años diez y veinte del siglo pasado, y duro polemista, publicó Gente extraña, un libro en el que Rafael Cansinos Assens, el primer guía de Jorge Luis Borges, vio fundir “los elementos literarios más avanzados y últimos […], con un estilo recio y fuerte, sacudido por un vivo ritmo arterial” o, dicho en plata, una prosa demagógica. Uno de los capítulos o cuentecillos del libro se titula “Una visita a Roosevelt”, donde el autor se presenta como el sobrino Prudencio del presidente, haciéndole una visita. “Roosevelt tiene cara de foca […]. Pero es un hombre afable e inteligente, dotado de una gran verbosidad […]. Es un personaje de Julio Verne. […] Hercúleo, simpático, tremendo, el pecho de coraza; el cuello de columna; la levita como un mantel, sacudida en todas direcciones, como un capote de brega”. Y entonces comienza una ironía, sin citarlo, sobre el poema de Darío.
El presidente comenta que le han dicho que en el parque madrileño de El Retiro se oyen todas las noches el rugido de un león (sin duda el león de los versos de Rubén), por lo que estima que es necesario cazarlo. “Que lo sepa todo Madrid. Yo cazaré ese león”. Hermida le responde tímidamente: “Piense usted que el león no le ha hecho nada. Que sería un verdadero atropello ir contra él”. Es una referencia a ese león español del poema y a la agresión injustificada a Cuba, Puerto Rico, Filipinas o la isla de Guam, en las Marianas. Pero Roosevelt, sacando un revólver, le pide a su ayudante que le prepare las escopetas y la canana. Concluye el relato: “Madrileños: Teodoro Roosevelt quiere cazar el león del Retiro. Si vuelve, que lo aten”.
Cabe discutir si nuestro polemista se burla del poeta nicaragüense, del presidente de los Estados Unidos de Norteamérica o del estado decadente por el que había pasado la España del 98. Al fin y al cabo, el poeta decimonónico Joaquín María Bartrina había escrito: “Oyendo hablar un hombre, fácil es / saber dónde vio la luz del sol. / Si alaba a Inglaterra, será inglés / Si os habla mal de Prusia, es un francés / y si habla mal de España… es español”. Pero Rubén no había resucitado al león hispano, sino que advertía de su descendencia.
Yo, por si acaso, no entro en el Retiro una vez caída la noche, durante mis paseos con el poeta César Antonio Molina, no vayamos a topar con Roosevelt…