Si hay un movimiento social que haya alterado profundamente la historia política y cultural de la humanidad occidental, fue la Revolución Francesa desarrollada entre 1789 y 1799. No consistió tan sólo en un cambio de sistema político, sino que instituyó los derechos ciudadanos (de hecho la palabra “ciudadano” se impuso desde entonces) y declaró la importancia de la libertad individual y de la igualdad que de ella se deriva. La llamada revolución inglesa de 1688 y la independencia de los Estados Unidos no tuvieron otra finalidad que la de sustituir un gobierno considerado ya antiguo, mientras que los franceses pretendían, como escribió Tocqueville, “abolir la forma antigua de la sociedad”. El gobierno del “antiguo régimen” perdía su prestigio en favor del sistema democrático. Se impone un nuevo sistema de valores que repercute en la vida de las naciones y no sólo de Francia, como demostró la independencia de Haití..
La monarquía española de Carlos IV se resintió de la influencia de las fuerzas revolucionarias francesas y se aprestó a resistir. Intentó aislarse de las nuevas ideas con una férrea censura porque importaba evitar que los españoles de España y de América tuvieran conocimiento de lo que sucedía al norte de los Pirineos. Se prohibieron los símbolos revolucionarios y los impresos franceses, se vetó la publicación de cualquier noticia de Francia y, en 1791, se prohibieron todos los periódicos salvo el oficial. El pensamiento filosófico y la lectura de libros se entienden disolventes sociales. El ministro Floridablanca advertía al monarca en 1791: “El incendio de Francia va creciendo y puede propagarse como la peste, hallando dispuesta la materia en los pueblos de la frontera. El obispo de Urgel me escribe con temores grandes de los muchos franceses que se introducen por aquella parte sembrando máximas de libertad que agradan a todos los hombres. La necesidad de formar un cordón contra esta peste estrecha más cada día”. La literatura sufre entonces en España, como bajo todos los regímenes autoritarios, fuertes prohibiciones y pueden conducir a prisión, como fue el caso de Jovellanos y de numerosos criollos ilustrados. Una Real Orden de enero de 1795: observa primero que “habiendo acreditado la experiencia que los escritos que se publican nuevamente con el objeto de ilustrar al pueblo sobre los derechos y las ventajas de la constitución monárquica, lejos de producir el efecto deseado, suelen excitar contiendas entre los que pretenden acreditarse de filósofos”, en vista de lo cual el Rey decide cortar por lo sano y decide “prohibir por ahora la publicación de todo género de escritos que traten de estas materias”. Nada de todo esto resulta extraño y las normas cautelas y prohibiciones se instalaron en los demás países monárquicos europeos, de Rusia a Portugal.
En América, la ayuda prestada por el ejército español a la guerra de la independencia americana nunca fue de verdad agradecida por los Estados Unidos que ya barruntaban la posibilidad de extenderse por el sur
En España, sin embargo, hubo dos particularidades. Por un lado, la Iglesia católica se implicó el combate contra las ideas revolucionarias, incluso vigilando escandalosamente las confesiones. Además, emprendió una feroz campaña desde los púlpitos tras la ejecución de Luis XVI, hecho que permitía remover la sentimentalidad de los fieles.
Por otra parte, el imperio español daba, sin saberlo, los coletazos finales de la ballena moribunda. En América, la ayuda prestada por el ejército español a la guerra de la independencia americana nunca fue de verdad agradecida por los Estados Unidos que ya barruntaban la posibilidad de extenderse por el sur pero, en cambio, propició la enemistad furibunda de Inglaterra que cerró los puertos e impidió cualquier comercio. A la vez, en Europa la guerra era contra los invasores franceses pero los ejércitos ingleses, desplazados a la Península para combatir a Napoleón aprovecharon para destruir la industria textil española.